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AIRES ABIERTOS

Cosas circulando por dentro

Secuestrándote

Secuestrándote

   Fue justo ese instante en que el sueño intentaba apoderarse de mí. Hice un último esfuerzo, para secuestrarte y traerte hacia mí desde donde quieras que estuviese. Me resistía a esa soledad de la cama vacía y, no sé cómo, al instante estabas a mi lado. Tu ojos me miraban sorprendido, mientras tu cabello despeinado vestía tu rostro de esa serena belleza tuya que siempre me seduce. Llevabas un camisón corto de escasa tela que dejaba al descubierto las simétricas curvas de tus nalgas, plateadas con la luz de la luna que las coloreaba a través de mi ventana. Te asiste a mis pechos con tus manos, como si temieras caer, mientras tus labios vestían mi piel con el brillo rutilante de tu saliva. Ahora, fueron mis manos las que agarrando tenue la dulce presión de la piel de tus nalgas colocó tu cuerpo sobre el mío. Te acurrucaste entre mis brazos y sintiéndote en tan íntima cercanía, me dejé arrastrar por el sueño, feliz de haberte podido secuestrar de esta manera. Cuando desperté, dudando si lo había soñado, tu camisón descansaba sobre mi cuerpo desnudo.

Fiesta de fin de año

Fiesta de fin de año

    Te gustó el escenario de la fiesta de fin de año. ¡Qué ambiente!¡Qué de ruidos!, me dijiste con ironía. Era el salón más grande que pude encontrar, me salió muy barato. El techo era de altura infinita de color negro tachonado de luminosas estrellas. El suelo de arena, en el que tus pies descalzos, ausente de molestos tacones, dejaban sus huellas, caminando junto a las mías. Los sonidos de los gaviotas alborotaban el cielo y las siluetas desnudas de los tamarindos nos saludaba desde el paseo marítimo.

    Caminábamos despacio, solazándonos en el camino, sin necesidad de llegar a ninguna parte. No teníamos reloj, ni sabíamos que hora era. Tampoco importaba, el estar a tu lado era como si el tiempo se hubiera detenido. Nos miramos a los ojos y nos sonreímos contentos de que hubiéramos podido huir de todas esas circunstancias que nos rodean  y estuviéramos celebrando el final de año, los dos solos, en aquella playa solitaria. Una luna llena,, sin ojos nos hizo un guiño, ya debíamos estar en el nuevo año. Seguimos andando con esa euforia de comenzar a caminar un nuevo calendario junto a la persona que más amamos.

Despierto de amanecida

Despierto de amanecida

         Me lo temía. Esto de que no me cueste trabajo madrugar tiene su contrapartida durante el fin de semana, en que en un día como hoy me despierto antes de las siete y no tengo forma de volver a dormirme.

         ¿Qué puedo hacer durante dos horas en la cama? De buena gana me levantaría, pero el frío que hace en el exterior de las mantas  no me invita a ello. Así que decido, moviéndome lo menos posible, el dedicarme a pensar en ti, a sentirte a ti, a traerte a mí. La oscuridad llena la habitación y ahora, que mis ojos empiezan a acostumbrarse a la penumbra, percibo recortados en un gris monocolor los distintos muebles de la habitación. Veo la hora del reloj iluminado, las 07:15 y vuelo por esa rendijita que deja la persiana hasta donde tú estás. Supongo que tú sí que estarás dormida y anhelaría amoldar mi cuerpo en el hueco del tuyo y quedarme así, quieto, sintiendo el aire pausado de tu respiración. Dejo que mis manos se pierdan despacio por mi piel, como si fueran las tuyas de “turista” que recorren admirativa, como tú sola sabes hacerlo, cada una de mis matas de vello o cada uno de los centímetros de mi piel anhelante de caricias.

         Cierro los ojos e intento dormir…no puedo, me aparece ¿en sueños? ¿en la realidad? una aguja gigante, que enhebrada sencillamente con el hilo de nuestro mutuo cariño remienda esa distancia que nunca debió existir entre nosotros y que las circunstancias se empeñan en mantener. Al otro lado de la ventana un leve rumor me indica que las gotas de lluvia fluyen por las calles solitarias.  Giro la cabeza hasta el reloj que marca las 7:58. ¡Qué largo se hace el tiempo cuando deseas algo con ganas! Todo lo contrario que cuando lo estás disfrutando. Me gustaría saber que ahora has despertado, aunque fuera un instante, y estás deseándome, que en este instante en que la naturaleza, aparentemente duerme, tu pasión está tan viva como la mía. Y me lo quiero creer, tanto que hasta tu aroma lejano y bien aprendido, me invade en sus efluvios y mis manos dejan de ser prudentes, para acelerarse en mi rincón más íntimo. Supuestamente no me muevo, pero mi fuerza interior termina por aflorar con intensidad al exterior…y tras ese sosiego me duermo…¿unos minutos?¿unas horas? Dudo todavía si ya habré despertado.

Abrazados

Abrazados

   A esta hora de luz trémula, me gustaría que estuvieras sentada a mi lado, simplemente eso... algo tan sencillo y tan complejo, a la vez. Quisiera rodear tus caderas con mi brazo, degustando tu piel con mis dedos, mientras apoyas tu cabeza sobre mi hombro. Quiero sentir tu aliento cálido mientras avivas mi corazón, escuchar tus palabras y que me cuentes cosas, todo lo que se te ocurra, y yo mientras te escucho, sólo te miro...

Tu mirada

Tu mirada

     Hoy al despertar, tras una noche de sueño plácido y reparador, abrí los ojos y te vi acostada a mi lado. Tu cabeza descansaba en la almohada, a tan poca distancia, que podía sentir tu aliento, mientras tus ojos abiertos y espabilados me miraban con esa mirada tierna con la que sólo tu sabes envolverme. Tus labios entreabiertos por el que asoman tus dientes con aspecto y sabor a caramelos de menta y sus comisuras levemente arrugadas me envían una sonrisa iluminando mi amanecer con rayos de alegría.

    ¿Cuánto tiempo llevas así, a mi lado, mirándome? ¡Y yo perdiendo el tiempo, dormido! También a mi me gusta disfrutarte mirándote, lo hago durante un buen rato, hasta que... ya no aguanto más! Alargo mis dedos para acariciar la superficie de tus labios y, entonces, te desvaneces en mi memoria...

Deseos

Deseos

       Quiero dejar de lado todas aquellas trabas que se empeñan cada día en separarnos, sentirte a mi lado y descubrirte totalmente mía. Tengo ganas de rasgar esas telas con las que te empeñas pudorosamente en ocultar tus pechos y dejarlos, al fin, al descubierto de las corrientes y al socaire de mi mirada. Voy a dejar libres mis dedos que anhelan palpar tus pechos, amasarlos con mimo y arrancarles lo más dulces de los deleites, mientras se endurecen a modo de pardo pedernal.

        Deseo explorar tu cuerpo con el fuego de mis caricias, saborear todos los sabores que empapan hasta los más recónditos de tus rincones, hasta colmar toda esa necesidad de ti que me atormenta y me persigue en cada instante de mi jornada, mientras hago que toda tú te sacudas con temblores de puro placer.

         Esculpe, luego, con tus manos mi sexo, dándole esas formas duras de la que eres verdadera artífice. Engolosínate con él, degustándolo a lo largo y ancho y condúcelo luego hasta tu apetitosa gruta, para que la ilumine con sus “sube y baja” de tiernos roces. Apriétame y exprímeme placenteramente hasta mi última gota que absorbiéndola tú, sirva para apaciguarnos nuestra mutua sed.

A modo de atril

A modo de atril

             Sus manos suaves y de uñas cuidadas, como si levitaran en el aire, encendieron con mimo unas velas con olor a vainilla, un instante antes de que su pie, de un golpe seco sobre el interruptor apagara la luz  del techo y la súbita y aparente oscuridad se recuperara con los brillos tenues de las llamas que crearon sombras danzarinas en las paredes de la habitación.

             Los dos estaban desnudos, abrazados por sus miradas y el hechizo de su mutuo deseo. ¿Así?, dijo ella, mientras tras el leve gesto de asentimiento que él hizo al aire con su barbilla, se tumbó, boca arriba, con sus piernas abiertas frente a él.

            Él abrió aquel cuaderno de hojas blancas encuadernadas con un gusanillo acercándose a aquella rajita misteriosa que ella le ofrecía con estudiada despreocupación y deslizó su dedo índice de arriba para abajo gustando la suavidad de su intenso depilado, que sólo había dejado sobre su pubis una hilera salvaje de vellos largos, que contrastaban oscuros con su piel nacarada, atrayendo, aún más, a sus ojos. Ahora el dedo deshizo el camino recorrido, ascendiendo, a la vez que adquiría un tono brillante al ir humedeciéndose. 

            Como hábil prestidigitador, a lo que ella le respondió con una sorprendida sonrisa, sustituyó su dedo por el gusanillo, que tenía unido aquellas hojas, acomodándolo en la vertical de aquella hendidura, mientras las pastas descansaban abiertas, como hojas de mariposa, sobre la suave piel de sus muslos, a modo de atril. 

            Ella se fue relajando a la par que su cuerpo se hundía más sobre el colchón. él acercando su rostro a aquel cuaderno se recreó en aquel escorzo caprichoso que se le brindaba a la vista y en el que sus orondos pechos, acomodados a ambos lados, le recordó a dos hermosas cúpulas bizantinas coronadas por torretas engalanadas. Se colocó, entonces, boca abajo en el colchón dejando abrazar su, ahora, afilado sexo entre los pliegues de las sábanas y afianzó en aquel atípico lugar al gusanillo anudándolo con destreza marinera mediante aquellos pelos negros.

            Mientras intentaba ordenar sus ideas un olor almizclado traspasó los agujeros de su nariz, proveniente del líquido que de ella manaba  que empezó a gotear por la parte inferior del gusanillo dibujando humedades en la sábana. Llegó a pensar que aunque nunca llegara a escribir nada sobre aquellas hojas, bastaría el olor a sexo del que se estaban impregnando para ganar cualquier premio de relato erótico. Desprendió el capuchón de su pluma, siempre escribía con pluma de tinta azul, posó su punta brillante sobre el papel y empezó a escribir: 

Sus manos suaves y de uñas cuidadas, como si levitaran en el aire…” 

            El primor de la letra de estas primeras líneas se fue desluciendo a medida que avanzaba el relato hasta llegar a las últimas que se escribieron temblorosas y desvaídas, debido al creciente temblor que empezó a sufrir el cuerpo de ella, que llegó a tal intensidad que hubieran expulsado aquel gusanillo de no ser por aquellas ataduras. Observó como aquellas dos cúpulas se cimbrearon como si estuvieran agitadas por un terremoto de fuerza ocho, mientras él oía los lastimeros gemidos de ella, hasta que con tales movimientos le resultó imposible escribir. De pronto, aquel “atril” se detuvo súbitamente, lo que él aprovechó para poner en esta historia este punto final.

Labios secos

Labios secos

Tengo mis labios agrietados

del dolor de tu ausencia,

sueño...

para sanarlos con la saliva

del recuerdo de los tuyos.

Unos cafés a dos

Unos cafés a dos

         Era una tarde tan calurosa y caliente, como puede ser ésta, el segundo calificativo lo pensaba más bien ella. Estaban tomando una taza de café, mejor dicho dos, eso hubiera querido ella, el que la taza fuera compartida por sus labios y los de él. Esto lo pensaba mientras sus dedos finos sostenían su taza y observaba con una mirada ahíta en lascivia los labios de él. Ansiaba besar esos labios espléndidamente carnosos que apoyaban su bigote negro. Y no le era difícil imaginarse su sabor.   El interior de su boca se iba llenando de una saliva que deseaba introducir en aquella boca. Quería sentir sus labios posándose en aquellos otros, recorrer con la punta de su lengua aquel rostro curtido y disfrutar del cosquilleo, en sus papilas, de los pelillos del bigote. Entrechocar y retorcer sus labios con el otro y sentir como la lengua de él se introducía en su boca y con ella el que intuía uno de sus más deliciosos sabores masculinos. Que le profundizara todo lo dentro que pudiera, hasta el interior de su garganta y ella quedara, casi, sin respirar de puro placer. Que sus lenguas se anudaran y pudiera recorrer los dientes de él adivinándole las formas. Y poco a poco dejar que esa humedad mezclada de sus bocas, contagiara todo su cuerpo, haciéndolo temblar y encontrando su salida natural entre sus piernas…     Ella seguía mirándolo con ojos cargados de apetito, él consciente de su mirada le sonrió. En aquel momento él acercó su cabeza. Fue, entonces, cuando ella cerró los ojos y él en un movimiento súbito… él alzó la taza a sus labios para probar el café. Ella de un solo trago deglutió toda la saliva que había producido dentro de su boca.

Ladrón de sueños

Ladrón de sueños

   "Acercaste tu paso hacia donde yo estaba, mientras notaba, por llamativas señales, que todo mi cuerpo celebraba tu cercanía. Me gusta verte con tu camisa desabotonada ¿te lo he dicho?, de modo que mis dedos rasguen con facilidad esa apertura, dejando al descubierto tu pecho. Me lanzo con agilidad felina sobre él  cubriéndolo a besos, ayudándome de mis uñas que se cuelgan de él, abriéndose paso, atravesando tu mata de pelillos, con estudiada ternura. Mi acercamiento se convirtió pronto en desesperado y con agilidad desabotoné tu pantalón que huyó, como una exhalación, hacia tus piernas. Tu calzoncillo hinchado parecía querer reventar, lo bajé con el descaro acorde al momento que vivíamos y tu sexo enhiesto apuntó hacía mis labios…”

    De acuerdo, ya sé que eso no ha salido de mi mente, pero no pude aguantar. La pasada noche me introduje en tu cuarto mientras dormía, disfruté la visión de tu desnudez y atrevido hice algo que nunca se me había ocurrido: robarte tus sueños. Sí, me he convertido en un vulgar ladrón…de tus sueños y eso es lo que he plasmado aquí con mis palabras.

Al caer la noche

Al caer la noche

    Mi cuerpo ajado por el cansancio del día, camina con paso y ánimo trastabillado hasta la cama. El día ha sido largo y el deseo de tumbarme llega a hacerse doloroso. Otra noche más de calor, al que parece que contribuye el canto de un grillo gorgojeante que suena en el exterior de mi ventana. Me quito el pantalón corto que me cubre con errático pudor, cuando entro en la penumbra del dormitorio, y dejo que todo mi cuerpo se deje acariciar con el aire antes de caer, como un pesado saco sobre el colchón. Noto el leve vaivén que los muelles del colchón imprimen a mi cuerpo y al fín éste queda totalmente estático.

    Acomodo mi postura, como si la superficie del colchón ya conociera mi cuerpo. Y mis ojos, a pesar de mi cansancio muy abierto, se abren a la oscuridad de mi habitación. La luz del despertador eléctrico, juguetona, cada vez que lo miro tiene números distintos, parece cosquillear mi mirada. Y, entonces, mirando sin ver nada al techo, tan gris como veo mi vida a veces, te veo muy bien dentro de mí.

     Siempre te necesito a esta hora, traerte a mi lado y contemplar ese rostro que tanto me ilumina. Tu presencia cercana e íntima hace resplandecer la habitación, soy capaz de sentir tus manos, tan mías como amorosas, perdiéndose o más bien, encontrándose con este cuerpo mío al que tanta vida le das. Me dejo empapar por la ternura recordada y ahora plenamente sentida de tus besos y voy dejando que mi cuerpo se relaje mientras mi cabeza se inclina a la izquierda buscando un hueco en la almohada, como si fuera ese hueco, que aún puedo oler y percibo, que tienes en tu cuello. En pocos segundos, acompañas mis sueños.

Durmiendo la siesta

Durmiendo la siesta

     Hoy después de comer, me tumbé en la cama desnudo, para dormirme como medio de combatir el calor. Era la hora en que en la calle solitaria y desierta, sólo se escuchaba el rumor de una cigarra o la oscilación de una araña que pendía de un hilo de su tela. Me dejo invadir lentamente por el sopor, a la par que siento como me va invadiendo el deseo de ti. 

        Y como si los deseos se cumplieran en ese medio sueño oigo, a mi espalda, tus pasos descalzos que golpetean mimosamente el suelo del dormitorio. Mi cuerpo se hunde levemente hacia el centro del colchón cuando tu cuerpo se deja caer sobre él. Me cimbreas con tus movimientos mientras te acercas por detrás de mí. Sin moverme, disfruto como tu cuerpo va cubriendo el mio a todo lo largo. Siento tu boca que paladea mi cuello. Tus pechos  apretados contra mí, mientras tus pezones sobresalientes se clavan, hiriéndome mimosamente en mis omóplatos. La suavidad de tu barriga se pierde en mi espalda, mientras el suave cosquilleo de tu pelillos revolucionan las hondonadas deseosas de mis nalgas. Tus piernas rodean amorosamente a las mías. Tu brazo izquierdo termina de hacerme tuya. Me rodea, me acaricias el pecho y una vez acomodada toda tú, se relaja sobre mi sexo y lo cubre con la palma de tu mano, quedando allí como una dulce capucha.

       No conozco mejor manera de dejarme arrastrar por el sueño y me voy con él, me voy contigo. Cuando despierto, empapado en sudor, ya no estás tú. Estoy sólo sobre la cama, intentando espabilar mis anhelos. Noto mi cuello mojado, al tocarlo con la yema de mis dedos y llevarlos a mi nariz, el olor inconfundible de tu saliva me habla de ti, provocando que todo mi vello se erice.

El mapa de tu cuerpo

El mapa de tu cuerpo

    Hoy quiero explorar el mapa de tu cuerpo, perderme en la aventura de tu piel y hacer los más recónditos descubrimientos. Tantearé el terreno, saboreando su distintas texturas, suaves unas, mullidas otras. Caminaré despacio, pero sin detenerme, tanto por carreteras grandes como por caminos intrincados. Rodearé tus curvas y escalaré hasta lo más alto tus cimas enhiestas alzadas hacia las alturas. Seguiré tus surcos hasta descubrirte esas misteriosas grutas que encierran lo mejor de tus tesoros. Saciaré mi sed en el punto de origen de tus manantiales y no pararé hasta ocasionar un terremoto en tu cuerpo y hacer que brote fuera, con toda su violencia, la lava de tu volcán.

Volviendo

Volviendo

    La vida es como un ciclo en la que las personas y las circunstancias vienen y van e internet no se libra de ello. Tras andurrear por esos otros lares por los que las musas literarias me tentaron vuelvo a encender este lugar, con las que quieren ser luces de mis letras.

     Ni siquiera sé si alguien de los que antaño me leían o de los que después del cierre entraron, se ha vuelto a detener por alguno de estos rincones. Si ha sido así debe haber sido en silencio, porque hace meses que ningún comentario o señal de vida aterriza por aquí. No me importa yo y mis letras nos movemos por pura necesidad. Siempre gustan que te lea, pero si no es así, bastaría el mero gusto de escribir sobre el muro virtual de este blog, para tener una razón para volver a plasmar mis letras por aquí.

Un cambio de Aires

Un cambio de Aires

     Cuando nos convertimos en seguidores de algún blog, no solemos tener muy clara la razón que nos ha conducido a ello, aunque en la mayoría de las veces es por "culpa" de unas letras, que sin saber cómo nos han seducido.Todos los que nos movemos por este peculiar mundo de la blogosfera, vemos como los blogs van apareciendo y desapareciendo y con ellos esa peculiar faceta que le imprime a sus letras quien lo escribe.   Algunos blogs permanecen durante años y otros son efímeros, pocos post que luego nunca llegaron a tener continuidad. Faltan pocos días para que este blog cumpla cuatro años y creo que ha llegado el momento de "un cambio de Aires", en el doble sentido de la palabra. Sí, voy a cerrar este blog. Sus letras seguirán mientras por aquí, quizás hasta que un día decida enterrarlas del todo.

        Aunque muchos de sus post están cargados de sexualidad, siempre he procurado "asexuarlos", es decir no dejar muy claro el sexo de quien escribe, quizás porque lo que he escrito es válido para los dos sexos. En todo lo que se escribe siempre hay gran parte de lo que se lleva por dentro, en mis post aparte de trenzar letras en su fondo se mezclan frustraciones y fantasías, una carga y un escape de lo mucho que durante estos años me han acompañado. Pero en algunos momentos la vida real influye sobre la virtual y distintas circunstancias vividas han hecho que las frustraciones se hayan disuelto y las fantasías hayan tomado corporeidad, de algún modo que lo que eran simples fantasías oníricas hayan pasado a formar parte de la realidad e instalándose en el mundo de la memoria...por eso creo que ha llegado el momento de que estas letras, a su vez, desaparezcan.

         Gracias a l@s que habéis seguido mis letras y mis dibujos de trazos negros en los que he querido expresar lo que llevo por dentro, también a los que habéis dejado comentarios y, en especial, a los que a través de estas letras os habéis convertido en buen@s amig@s.  Espero que aunque estas letras callen, la amistad siga hablando.

           Seguro que nos volvemos a ver, dentro de un tiempo, por entre los blogs, Aires se marcha, pero quien disfruta escribiendo raramente puede callar, lo que no tengo muy claro es como aparecerá, tal vez sea en forma de un hada romántica o de un erotómano compulsivo, quizas como una jovenzuela enamorada o, tal vez, como aventurero incansable. Hasta siempre, cambio de Aires, pero quien me conoce, estoy seguro que no le costará reconocerme en esas letras que en cualquier otro momento, aparecerán por algún lado.       

Culpable

Culpable

           El hueco de la ventana se pierde en su angostura pero me inunda la luz. Las paredes rugosas en piedra acolchan el apoyo de mi espalda. Condenada he sido, dicen, por un terrible delito. ¿Cómo se me ocurrió, me dijo el fiscal, proceder con tu ayuda a aquel terrible e incruento asesinato? No figuró como atenuante el que estuviera harta de ella que no me dejaba ni a luz ni a sombra, ni que su presencia me agobiara, me doliera o me frustrara, ni que empezara a odiar aquella mala compañía hasta extremos insoportables. Me preguntó por ti, pero yo me negué en mi derecho a no contestar. Él insistía: cuando te conocí, en que consistió nuestra relación y que cuando fue que decidimos unirnos en aquella planificación para el crimen. Yo callaba, mientras pensaba en ti y lo miraba sin ver.

            Se volvió hacia aquel público morboso, ávido de sensaciones, y reconstruyó, con esa óptica de no entender nada, cómo debió ocurrir. Cómo por esa malévola combinación de nuestras culpas, dejó de seguirme para quedarse aniquilada. Lo peor, seguía diciendo, es que no se volvió a saber de ella que se perdió en el aire o en la tierra ¿quién sabe dónde? sin que nadie se pudiera compadecer.

            El juez convencido de aquellos argumentos me condenó a cadena perpetua, no era justo, para él, que hubiéramos suprimido a quien estaba predestinada a acompañarme de por vida. No sé si atisbé en sus ojos una llamarada envidiosa, lo que no impidió que me enviara para siempre a este rincón perdido, en el que, sin que él lo sepa, me acompañas y en el que juntos recordamos, tu y yo, el día en que me ayudaste con tu ternura a eliminar para siempre a esa dichosa e insistente soledad.

Dolor de primavera

Dolor de primavera

             Abre el día estallando en luces de amanecer, mientras por mi ventana se cuelan, en ráfagas desordenadas, aromas de azahar, el color de los geranios que escalan la ventana y el gorjeo bullanguero de los pájaros. En pocos instantes, los últimos resquicios de sueño, quedan abandonados sobre la almohada, aún caliente  que guarda las formas onduladas de la cabeza. El aire con calidez de solsticio abriga mi piel desnuda, despertando exquisitamente su sensibilidad. Un roce leve de la tela de la camisa sobre mi pecho, lo endurece con cierta delectación.  Esa y otras sensaciones que me van recorriendo parecen concentrarse en mi sexo, que espabilado se alza sobre sí mismo adquiriendo consistencia placentera.

 

            Todo ello, finalmente,  torna en sufrimiento, en ese dolor de primavera, como si tuviera el corazón en carne viva, que me atraviesa e impregna cada célula de mi cuerpo. Y lo peor es que no hay un remedio sencillo para el mismo. Sólo conozco una forma de atenuarlo: tu presencia cercana, el contacto íntimo de tu piel, el que me sanes con la dulzura de  tus caricias y que nuestros labios se encuentren y se comuniquen con esa húmeda, y rabiosamente ansiada, vecindad del beso.

Puedo imaginarme...

Puedo imaginarme...

-dando saltos en una nube

-un unicornio azul

-un árbol con hojas  rayadas

-palabras con sabor a caramelo

-un atardecer que se alarga con el sol dando botes en el agua

-una vaca volando...

          Lo que me resulta imposible imaginar es mi vida si me faltaras tú.

Pintando al óleo

Pintando al óleo

             Tú te empeñaste en que te pintara al óleo. Parecía como si quisieras contradecirme cuando yo  te decía que semejabas una imagen en blanco y negro con el contraste de tu  melena negra sobre tu piel blanca y esos lunares ambarinos que salpìcaban primorosamente tu epidermis. No querías que te pintara en blanco y negro querías verte brotar en colores desde mis dedos.

 

            Acudí a tu casa con el lienzo y las pinturas y mientras  preparaba la paleta te tendiste en el sofá a modo de la maja vestida. Pero sólo fue un instante porque segundos después con tu ropa arrojada a mis pies ya semejabas a la otra maja.  La paleta quedó estática en mi mano izquierda mientras yo contemplaba alborozado tu figura de músculos torneados que tumbada sobre el sofá empezaba a agitarse. Tus dedos finamente afilados se abrían paso a través de una mata espesa y recortada de pelo negro y horadaban mimosamente aquella hendidura, cuyo olor a sexo emanado al aire, llegaba a mi nariz confundido con el de mis pinturas. Tú seguías acariciándote con la misma tranquilidad que si estuvieras sola, pero sin dejar de mirarme con unos ojos mitad deseosos, mitad desafiantes. El movimiento oscilante de tus pechos atraía mi mirada y no digamos  de esa sinuosa línea que parece separar tu escultural barriga en dos partes y que se cimbreaba con el ritmo que lo hace el oleaje en un día de marea agitada. Tu ombligo estirado pero nada presumido, semejaba un párpado que me guiñaba en cada una de tus oscilaciones. Y esa respiración inicialmente silenciosa, fue trocándose en crecientes gemidos que parecían rasgar tu garganta y arañaban mis oídos de puro placer.

 

            No pude aguantar más la excitación que me atenazaba y cogiendo el pincel entre mis manos, cuidando de mantenerlo en la posición adecuada,  realicé el cuadro más maravilloso que nunca había hecho, eso me dijiste. Lo más curioso es que cuando marché de tu casa el lienzo seguía tan blanco como lo había llevado y ahora era  en ti, en aquel cuerpo blanco tachonado de lunares, a modo de perlas negras, donde mi pincel te había teñido con la más dulce y maravillosa de las blancuras.

Uno de marzo

Uno de marzo

Nunca le había gustado el invierno, no tanto por él, sino por ella. Siempre había sido muy friolera, y en esos meses, sus manos y su nariz parecían carámbanos y hasta sus palabras se helaban en los vahos sinuosos del aire. Siempre iba abrigada hasta extremos inconcebibles: camiseta termolactil de manga larga, blusa de franela y jersey de lana gorda, por no decir esos días en los que además se colocaba el pijama.  Por debajo aparte de las bragas grandes, faja gruesa, pantalón interior ceñido sobre el que se ponía un pantalón de pana que acababan en pies con calcetines de nieve que desaparecían en gruesas botas. Todo eso implicaba que el acceso al cuerpo de ella fuera tan trabajoso, que se convertía en tarea tan imposible como el conseguir un préstamo bancario en época de crisis.

No era extraño que durante esa época los días le parecieran grises y tupidamente opacos con un tono de penalidad que se solía iniciar en el otoño. Pero aquel día se presentaba diferente. Era el uno de marzo y se había despertado optimista. Hoy el barrio se engalanaría con colores. Tras dos largos meses de rebajas en que los escaparates exponían sus ropas de invierno, grises, pardas y negras, la vista ya estaba hastiada de tanta cerrazón acrílica y algodonosa. Al fin, habían terminado las rebajas de invierno y como si aquella noche un hada hubiera transformado luminosamente el barrio con un amanecer de arco iris, ahora, tras los cristales de las tiendas asomaban seductores vestidos de finas tiras y escotes tentadores de sugerentes tonos primaverales: colores pasteles, amarillos, rosas, verde pistacho…

            Entró en la lencería donde largos camisones de paño y pijamas gigantescos, habían dejado paso a escuetos camisones de seda transparente y conjuntos de hermosos y elaborados encajes. Pidió uno de color champagne que había atraído sus ojos. Recién llegado de la temporada, le dijo la dependienta.

Cuando llegara a su casa, ella lo estaría esperando, eso sí aparte de las velas que diseminaría por todo el dormitorio, situaría tres calefactores encendidos apuntando hacia la cama. Pero a él no le importaba sudar, porque esa era la fecha en que su prima, de quien tan primitivamente estaba enamorado, le estaría esperando y se dejaría dibujar su cuerpo con aquel regalo que todos los años le hacía en este día: el primer primor de la primavera.