Modelando el deseo
Su cuerpo, desnudo y hambriento de sensaciones, se dejó acariciar por el aire, impregnado de ausencia, de aquella habitación. Se colocó frente al espejo para simular una presencia que no le acompañaba y con una lentitud pasmosa sus dedos suaves, ella anhelaba unas manos más rugosas, fueron modelando su figura con esa exquisitez que sólo una se sabe dar.
Dibujó su cuello de grandes líneas que se agitaba acompasando los movimientos de su pelo negro que caía acariciando sus hombros. Trazó líneas invisibles alrededor de su ombligo, mientras hormigueos incesantes se alzaban en torno a su barriga. Dirigió su mirada hacia sus pechos que parecían haber superado, por unos momentos, la habitual caída que les imponía la fuerza de la gravedad. Sus pezones oscuros atraían su mirada como si estuviera mirándolos con ojos ajenos, saludando la presencia cercana de los dedos, que amasaban aquellas protuberancias carnosas, tan necesitadas de caricias ajenas, como si estuvieran dándoles formas. Se acercaron sus dedos en varias ocasiones, como quien no quiere la cosa, a aquellos pezones coronados que, ahora endurecidos como pedernal, sobresalían de puro deseo. No resistió más aquel juego y sus uñas brillantes, cual pinzas afiladas de langosta, se cerraron a la par sobre sus pezones. Dolor y placer se fundieron en un solo gesto que hizo que una sacudida en forma de “S” sacudiera todo su cuerpo. Se derrumbó sobre el colchón con una respiración agitadas que empujó las manos hacia su más gustosa y solitaria de sus hoquedades.. Sus dedos gustaron el tacto sedoso de aquel pubis desnudo absolutamente de vello y se hundieron en el líquido viscoso que segregaban aquellos excitados labios. Acercó su mano derecha chorreante a sus otros labios para saborear en ellos el sabor agridulce de su sexo, con el que soñaba saciar la sed ansiosa de una boca rebosante de deseo. Sus dedos volvieron presurosos a recorrer aquellas lindes inferiores y con su mimosa caricia abrieron al deseo cada poro de su piel. Abrió la caja que tenía a su lado y sacando aquel objeto metálico que le había consolado en tantas soledades, se abrió de piernas, introduciéndolo hasta lo más profundo, Le gustó el sentirlo abrazado por su interior, pero aún más cuando lo fue sacando y metiendo al ritmo que se lo pedía su cuerpo, primero más despacio y luego acelerando hasta que llegó un momento en que no parecía ser su mano la que dirigía aquellos movimientos. En ese instante, el corazón pareció subirle a la parte superior del pecho, su respiración se aceleró, hasta que un fuerte suspiro pareció romper la tensión estirada de un hilo invisible. Se derrumbó sobre el colchón, pero aún su cuerpo dio dos o tres sacudidas más, involuntarias.
Se colocó, entonces, boca abajo y escondiendo su cabeza entre sus brazos, sollozó durante largo rato, bañando las sábanas en lágrimas de soledad.
2 comentarios
Äfrica -
Quizás uno piense en lo que le falta y le hubiera gustado tener en ese momento...pero son tantas las veces en las que sólo nos tenemos a nosotros mismos...
Así que, viva la imaginación y fuera los prejuicios.
Un saludo!
Äfrica
Horas -
paz!!