Brillos de plata
Comenzaba el sol a declinar su fulgor cuando me dirigí a pasear a la playa. Sentado en la orilla me puse a admirar el espectáculo que se avecinaba. En aquel silencio sólo roto por las lamidas de las olas contra la arena y el graznido de las gaviotas, desde el agua un chapoteo atrajo mi atención y observé a una figura que se estaba bañando. Me di cuenta, cuando surgió del agua, de que era una mujer joven de rasgos perfectamente equilibrados cuyo torso desnudo, que emergía solazado por el reflejo de los últimos rayos de sol, dejaba al descubierto dos hermosos pechos, de lustrosos y minúsculos pezones, que se mecían por el juego caprichoso de las olas. Tras varias inmersiones en las que su cuerpo, lanzando destellos de plata por la luz del atardecer, rompía con esmero las ondulaciones del mar desapareciendo bajo el agua, surgió de nuevo y ayudándose de sus finos dedos deslizó su cabellera dorada hacia atrás, mientras yo hipnotizado seguía el movimiento de las gotas que resbalaban acariciando su piel. El sol se ocultó tras una nube y sus radiaciones pugnaban por encontrar salida a través de sus recovecos convirtiendo todo aquello en un gran escenario en el que de fondo aparecía una hermosa catarata de rayos solares, en que aquella hermosa mujer era la protagonista.
Me miró a los ojos lanzándome una sonrisa inequívoca, de perlas blancas, a la que no pude resistirme. Sin perderla de vista y excitado por su espera dejé mis ropas sobre la ya fría arena y me introduje en el mar para ir a su encuentro. Arropado por el calor del agua a esas horas me dirigí hacia los brazos que se me abrían como refugio acogedor. Mis labios se imanaron hacia los suyos y su encuentro fue el detonante de un baile conjunto y tortuoso surcando las olas. Perdí la noción del tiempo entre visiones de fondo, de cielo plateado y de piel lisamente nacarada. Me sentí arrastrado por ella en todos los sentidos durante minutos sin fin, embriagado de placer y revestido de una excitación imparable.
En este juego estábamos cuando súbitamente me detuve y saliendo dejé mi hueco en el mar, tras de mí. Sin mirar atrás cogí mi ropa y salí de la playa. Sé que ella no entenderá la razón porque no me leerá, bajo el mar no funcionan los ordenadores, pero es que nunca he podido soportar el tacto de las escamas. ¡Me dan dentera!
2 comentarios
Desiree -
besos
paloma -
Besos