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AIRES ABIERTOS

Cosas circulando por fuera

Traslado

Traslado

    La vida va evolucionando y mi faceta en el mundo de los blogs no es una excepción a ello. Aunque ya hace tiempo que he cambiado de casa ahora lo hago oficialmente, por medio de las nuevas tecnologías e incluyendo el código bidi de mi otro blog: "Dibujos de aires abiertos". Aquí ya no volveré a escribir, pero seguirá colgado para quien quiera leerlo. El otro llevo tiempo escribiéndolo, los textos son del mismo estilo que éste, lo que varía es que no tiene fotos de internet, sino dibujos hechos con mi bolígrafo bic. Así el blog en su conjunto es como más mío.

       Si te apetece lee con tu móvil este código bidi y te llevará a mi otro blog, en el que te invito a leer, soñar y disfrutar con mis letras y trazos.

La mariposa de colores

La mariposa de colores

           Te conozco desde aquel día en que naciste desperezando tus alas en el alfeizar de mi ventana. Me embelesaron tus formas: tus alas perfectamente simétricas, tus vivos colores y los seductores lunares que te moteaban. Aquel rinconcillo se convirtió en tu cubículo y allá me acercaba yo, cada vez que quería verte. Mi insistente paciencia hizo que con el tiempo, llegaras a revelarme el lenguaje de tus alas. Y así era capaz de distinguir tus días animosos de esos otros en los que tu ánimo griseaba.

            ¿Por qué sería que no me extrañó que, cuando te convertiste en mariposa adolescente quisieras volar a otros lugares y descubrir otros mundos más allá de mi ventana? Pero una cosa es la fantasía y otra la realidad. Aquella soñada aventura tuvo su desenlace en un salón de tatuajes en el que fuiste cazada por la diestra mano de un artista.

            Coincidió que entraba en aquel momento una guapa mujer de tez morena y labios carnosamente rosados que pretendía alegrar su cuerpo y mirándose, una a otra, quedasteis mutuamente prendadas. Fue cuando con suma delicadeza, te posaste indeleblemente sobre su abdomen, iluminándolo para siempre con los tonos de tu figura.

            Envuelto en la nostalgia de tu ausencia, un día en la piscina, te volví a ver destacadamente y como nunca de sensual, sobre aquella piel. Me acerqué a su portadora y algo surgió entre nosotros.

            Hoy estoy feliz porque ya no me conformo con mirarte,  cada vez que mis deseos se acrecientan mis dedos se acercan con ternura indefinible a esa piel y con una misma caricia hace temblar a las dos: a ti que agitas las alas y a ella que se le sacude todo el cuerpo.

Es Navidad

Es Navidad

            Despertó cuando las agujas del reloj hacía tiempo que sobrepasaron la hora en que hubiera sonado en un día laborable, pero hoy era la mañana de Navidad. Abrió sus ojos como tantos otros días con ese despertar entre relativamente escéptico y amargamente feliz en que se habían convertido sus amaneceres. Intentaba adivinar alegrías en la penumbra de la habitación pero ésta parecía tener una espesa niebla interior.

               La cabeza de ella saliendo de entre las sábanas se acercó, mientras él cauteloso abrió su brazo para recogerla sobre su hombro. Y allí permaneció un rato, estática, que a él le parecieron horas. Empezó como siempre a desear…un mero contacto de su piel que rebuscara en su cuerpo desnudo, una caricia de sus manos que  rozara su cara o masajeara sus cabellos, un beso apasionado que se posara en sus labios. Pero nada, ni el más mínimo acercamiento a su piel, separada de la de él por borruños de sábanas y mantas. Él sólo sintió el peso sobre su brazo, en lo que se le hizo largos minutos, mientras ya desesperado se mordía la lengua y su mente carente, al parecer de toda telepatía, le gritaba a ella en silencio: pero ¡acaríciame, acaríciame!

               No supo cuánto tiempo duró esta situación, ella ya se levantó de la cama despidiéndose de él con un beso tan seco como leve.  Y se sintió “liberado” de aquel peso exterior que tanto le oprimía por dentro. Ella abrió la ventana, las luces de tonos grises, que creaban las nubes, entraron por la ventana, dando forma a los objetos de su dormitorio y sirviendo para expulsar sus propios pensamientos. Prefirió sentirse solo, acompañado consigo mismo, y acordarse de ti… Y se sintió profundamente querido por tu presencia, lejana en la distancia pero íntimamente próxima a su corazón. Posó su mano y recorrió toda su piel, como sabía que sólo tú hubieras sido capaz de hacerlo… Sonrió y pensó que era Navidad.

En esas horas...

En esas horas...

     En esas horas donde el bullicio de la calle se convierte en rumor y las farolas iluminadas salpican la calle, apago las luces y me dejo arrastrar, por el agotamiento del día, hasta la cama. Introduzco mi cuerpo entre las sábanas, gustando su cálida acogida, mientras ella duerme a mi lado, separada de mi cuerpo por un acantilado tan invisible como imposible de salvar.

         Abro los ojos a la oscuridad de la habitación y adivino sus muebles y como quien visualiza espectros, atisbo esas imágenes de quienes hoy, de cualquiera de las maneras, se cruzaron conmigo. Algunos se disuelven en la nebulosa de la memoria. A ti, sin embargo, te percibo nítidamente tu rostro, tachonado de esas arrugas sonrientes que tanto me encantan, tus curvas que oscilan entre la persiana y yo y tus angosturas que me cargan de deseo  a estas horas teóricamente plácidas.  Saco mi mano al aire, con un gesto que quiere asir la tuya. Y soy capaz de sentir su apretura en la mía, captando su calidez entretejida entre los huesos. Te tiro de ella y te arrastro a mi lado, bajo la manta. Puedo sentir tu piel adherida a la mía como en un largo beso, como te acurrucas entre mis brazos y tomas mimosamente mi sexo en tus manos, para de pronto, sentirme tan a gusto que se cierran pesadamente mis párpados dejándome llevar por el sueño.

¿Te acuerdas?

¿Te acuerdas?

         Han pasado ya varios años, pero no logro olvidar aquel día en que te conocí personalmente. Hacía mucho tiempo que charlábamos en aquellas noches de mutua e intensa intimidad en las que habíamos intercambiados tantas líneas escritas mediante el chat. Sabíamos mucho de cómo era el otro, habíamos disfrutado de las conversaciones y discutimos también mucho. Yo insistía en mi curiosidad por ti y tú, como respuesta, en un hermetismo que te hacía evitar el darme cualquier tipo de datos como algunos tan elementales, insistía yo, el nombre, tu número de teléfono, o en qué ciudad vivías. No sé cómo un día te aviniste a que nos conociéramos personalmente. Una verdadera cita  a ciegas, pues en todos aquellos años de chateo nunca había visto una imagen tuya, ni en foto ni en la cámara, tú en cambio si me habías visto.

        Quedamos en tu ciudad para almorzar, en un día de sol brillante, que iluminaba la plaza mayor, donde habíamos quedado.  Miraba a todas las que cruzaban la plaza, expectante e indagador. Al fin apareciste con una sonrisa picarona alumbrando tu cara.      Unos rutilantes ojos verdes y una melena larga, que bailaba seductoramente sobre tus hombros, destacaban en tu rostro. Tras el almuerzo, embobado en aquel trasiego de rellenar con tu imagen corporal las formas que habías creado con tus letras en mi cabeza, me invitaste a montar en tu coche. Nada más subir, sacaste un pasamontañas de tu bolso y me lo pusiste al revés sobre mi cabeza. Quieto, me ordenaste, cuando intenté quitármelo. Y en pocos minutos llegamos a la puerta de tu casa que me hiciste subir de esta guisa. Abriste la puerta y pasamos al interior y mientras con una mano me lo quitabas de la cabeza, con la otra mano ibas desprendiéndote de  tu chaqueta blanca que arrojaste sobre una silla. 

        Se me amontonan las imágenes de todo lo que sucedió a continuación. Sí recuerdo que nuestros labios se unieron en besos sin prisas que actuaron como disparador de nuestras ansias y. tus manos avariciosas me desabotonaron con fruición mientras tus dedos rebuscaban por mi pecho y bajo mi ombligo. Yo te desprendí de tu blusa y a la vez que se desprendía tu sujetador, quedaron a mi vista tus dos hermosos pechos que oscilaban discontinua y seductoramente. Desde aquel momento nuestros cuerpos se solazaron mutuamente entre sí, como buscando respuestas próximas a aquellos lejanos interrogantes que nos habíamos hecho tanto tiempo sobre el otro. Me llamó la atención la extremada sensibilidad de tus pechos, que, como si fueran mágicos, al posar mis dedos sobre ellos endurecían instantáneamente tus pezones, haciéndolos crecer y estirándolos en varios centímetros. Aquello me provocaba mucho y nuestras pieles, ahora en contacto sin telas que la separaran, se disfrutaron, buscando y encontrando sus más acentuadas coincidencias, hasta que exhaustos, cuando ya la luz del sol indicaba que se estaba escondiendo tras el río, te abandonaste dulcemente en mis brazos.

        Nos apeteció salir a que nos diera el aire y comer algo. Nos vestimos y poco antes de salir, te dije que si te hacía una foto, para guardar un recuerdo de tu imagen. Te negaste en rotundo. El pudor por tu imagen superaba en  mucho a tu pudor a exponerte desnuda. Salí de nuevo con el pasamontañas y vuelta en coche, hasta bajarnos. Mientras caminábamos por la calle me dolía pensar que no podría llevarme ninguna imagen tuya con que recordarte. Fue, entonces, cuando aproveché un momento en que iba caminando detrás de ti, para sacarte una foto de la que luego saqué este dibujo. Comimos en una pizzería y luego me tuve que marchar. Se me hacía tarde.

        No puedo contemplarte por delante para recordarte, pero me acuerdo bien de aquellos ojos en color verde felino que no dejaban de mirarme y aquellos hermosos pechos que se erizaban con el puro roce. ¿Y tú te acuerdas?

Una adivinanza

Una adivinanza

Con un ciento y un cinco

Cincuenta y cero

Se consigue en la corte

Cualquier empleo.

Coge la pluma

Y en números romanos

Dame la suma.

Dibujos de Aires Abiertos

   Otras de mis aficiones aparte de la escritura es el dibujo, que de vez en cuando coloco por aquí. Me he decidido a abrir este blog, en el que acompañados de un comentario, iré colocando una recopilación o ábum de todos mis dibujos.

Puesta de sol

Puesta de sol

      Aún tengo reciente esa puesta de sol que compartimos en nuestras vacaciones. Estabas con tus formas recortadas ante el mar, hierática y contemplativa mientras la brisa del atardecer se distraía en agitar con mimo tus cabellos pelirrojos. La playa estaba solitaria y el silencio del ambiente sólo se quebraba por el rumor de las olas y el grito de tintes desesperados de las gaviotas.

      Me gustaba contemplar tu cuerpo, mientras sentía cómo me iba invadiendo el deseo. Me regodeaba observar como inconscientemente, de vez en cuando, te subías la braga de tu biquini para cubrir esa rendija de tus nalgas que asomaba sonriente tras la tela. Me deslicé despacio por la arena, como si temiera romper la quietud de aquella escena. Rodeé tu cintura con mis brazos y no me pasó inadvertido el temblor que sacudió tu cuerpo, mientras tu cabeza se inclinaba cayendo sobre el apoyo tenue de mis labios, que adornaron tu cuello con collares de saliva. Gusté con mis ojos el aspecto terso de tu piel  y su suavidad con mis dedos.  Bajé la braga de tu bikini y te pusiste boca abajo, de cara a la puesta de sol, con tu culo resplandeciente y sinuoso como grácil hondonada sobre el que brillaba, como pequeños diamantes, algunos granos de arena transparente. Desabroché la hebilla de la parte de arriba del bikini y tus pechos cayeron, oscilando levemente, hermoseando la escena.

     Ahora mis ojos vestían tu desnudez con miradas lúbricas, que provocaban tu sonrisa, mientras el sol anaranjado y hermoso iba acelerando su caída hacia el horizonte. A la llamada de mi mirada acudieron mis labios que, sin mucho pensárselo, se posaron ahítos de humedad sobre  la piel jugosamente dulce de tus nalgas. Las bañaron en besos mientras mi lengua paladeaba tu rico sabor. Percibía tu creciente excitación en la aceleración de tu respiración y en el vello rubio de tu piel que erizado, era agitado por el viento como espigas. La misteriosa oquedad de tus nalgas, engañadoramente minúscula, se brindó junto a mis ojos y mi dedo índice, osado, no pudo resistir la invitación de penetrar en ella. Gustando la humedad acogedora de su interior, entraba y salía como quien elabora una caricia puramente artesana. El movimiento de tu cuerpo acompañaba rítmicamente aquel vaivén y tu respiración se entrecortaba expeliendo el aire a borbotones. Al fin, un aullido largo brotó de tu garganta mientras tu frente caía a plomo sobre la arena y tus nalgas quedaban plomizamente estáticas. En ese instante el último rayo de sol desapareció tras el horizonte  y el resplandor de rayo verde nos alumbró mágicamente, mientras nuestros cuerpos, confundidos en uno, rodaban sobre la arena.

 

El beso helado

El beso helado

       Detesto ese beso frío, que durante años he aguantado, con el que pretendes engalanar nuestra jornada. Ese beso que cuelgas en el aire, desprovisto totalmente de pasión o emoción y con el que secas, aún más, mis sedientos labios al amanecer. No entiendo el por qué sigues dándolo y si no sería mejor el que reconocieras que tu fábrica de besos cálidos con destino a mis labios, un día, no se sabe por qué motivo, se quedó sin existencias.

Perdido en tu axila

Perdido en tu axila

      Me gusta extraviarme en tu axila y sentir cómo ella me habla de ti. Me deleito en mirarla, cuando descaradamente levantas tu brazo, siempre nueva y diferente, según la luz que la modela. Disfruto descubriendo esa desnudez intrínseca y descarada que, habitualmente pudorosa, con el brazo pegado al cuerpo, permanece oculta a la mirada ajena. Siempre que poso en ella mis labios, ya esté salpicada de pelos oscuros o con la suavidad de seda, éstos placenteramente se electrizan y se abren para que la punta de mi lengua la agite y la recorra paladeando cada pliegue y recoveco, divagando mis papilas en la levedad de sus puntos suspensivos. Me gusta salivarla, mientras mi nariz degusta el olor atractivamente ambarino que desprendes y degusto el sabor exquisito de tu sudor que me alborota.

            El contacto de cualquier parte de mi piel con ella me excita y me va endureciendo, especialmente cuando abres tu brazo como las fauces de un tiburón para que introduzca mi sexo en él y con movimientos rítmicamente hábiles me conduces al colmo de mis placeres. Si una axila tuya me enloquece de tal manera, no te digo cuando pienso o me extravío por las dos.

Sin respirar

Sin respirar

    Hay momentos en la vida, como éste, en los que disfrutamos de ella sin, ni siquiera respirar, si los comparamos con esos otros en que se respira tan perfectamente bien...¡qué pocos son!

Día de calor

Día de calor

     Me gusta este día como hoy, en que me he levantado  desnudo de la siesta  y bañado en sudor.  Descorro las cortinas y observo, no sé cómo pero se nota, el peso del calor sobre el asfalto de la calle. Es un buen momento para planchar, voy al salón donde estás trabajando con el ordenador y me saludas sin quitar la vista de la pantalla, aunque mirándome con levedad de reojo. Monto la tabla de la plancha y, encendiéndola, extendiendo una de mis camisas me dispongo a quitarle las arrugas. El vaho caliente de la plancha llega hasta mí, provocándome más calor.  Mi frente se humedece rápidamente y me tengo que separar de la tabla para que las gotas no caigan sobre la ropa. Cada poro de mii cuerpo empieza a convertirse en un manantial de sudor y noto como esos fluidos van descendiendo por mi espalda…

                Me miraste, ahora fijamente, y empujando el ordenador a un lado, dejaste el bolígrafo sobre la mesa y te acercaste a mí, con movimientos felinamente lentos. Llevaba yo ya un rato esperándote… Acercaste tus labios a mi oído y muy quedamente me dijiste: te seco? Sin esperar casi a que afirmara con un gesto de mi cabeza tu lengua se agarró a mi cuello y fue descendiendo lentamente por mi espalda, absorbiendo mi sudor. A la par que tus dedos juguetones danzaban sobre mi pecho absorbiendo la humedad de ahí con tus caricias. Dejé la plancha y me quedé quieto mientras me degustabas. Poco a poco fuiste bajando hasta que tu lengua revolucionó todas las sensaciones táctiles de mis nalgas y tus manos, a la misma altura, asían mi sexo que llevaba tiempo esperándote. No tardaste nada en estirarlo y hacerle desaparecer todas sus arrugas…

                Uff, ¿comprendes ahora, que no entendías el por qué, cómo me puede gustar un día de tanto calor como éste? Porque sé que, al final, el desenlace siempre es el mismo.

The last day

The last day

                Al despertar miraste el reloj, mañana a esta hora estarías ya trabajando, hoy es el último día de vacaciones. Sudabas, tiraste las bragas al suelo y jugabas a que ese estrecho rayo de sol que entraba por la ventana, iluminara esos recortados vellos de tu pubis, que destacaban brillantemente oscuros sobre la blancura de su alrededor.

         A tu lado brindándote, o mejor dicho protegido por su espalda, estaba él. Una mañana más este rato, hasta que saltabas de la cama, se convertía en un doloroso recuerdo de tu soledad y de un ansia, mal  curada, de caricias. Bajaste tus dedos, lentamente, dibujando las formas de tus pechos y degustando la creciente dureza de tus pezones, que parecían gemir con gritos silenciosos. Tu barriga recepcionó con avidez aquellas manos que esculcaron en tu ombligo y fueron bajando y gustando la suavidad de tus muslos, hasta encontrarse con tus labios… Los sentías hinchados  de puro anhelo, los palpaste y presionaste como si pudieras exprimir el deseo. Y tu dedo índice más osado se perdió en su interior. Te notaste muy mojada.  Sacaste el dedo y lo expusiste al rayo luminoso que entraba, la mitad de él relucía con brillo nacarado. Lo acercaste a tus labios, intentando paladear ese sabor que él tanto se niega a degustar y cerrando los ojos una lágrima furtiva brotó del ojo izquierdo deslizándose por tu mejilla

         Un ronquido sincopado sonó al otro lado de la espalda y su cuerpo, con lentitud, se giró boca arriba. Tú estuviste a punto de decirle: no me ves que estoy desnuda? Acaríciame, hazme tuya. Satúrame de tus caricias, calma mi ansia de ti y penétrame hasta dentro hasta arrancarme la última brizna de placer y dejarme agotada entre tus brazos…  Pero, ¡no dijiste nada! ¿Para qué? Esta escena se llevaba repitiendo durante años y se acentuaba en estas mañanas, sin prisas, de las vacaciones. Ya ni siquiera te hacían llorar, el cupo de lágrimas que tenías para esto se agotó hace tiempo oxidando tu ánimo y probablemente los muelles de este colchón sobre el que reposabas.

-¿Estás despierta?-dijo él- hoy es tu último día de vacaciones. Nos vamos a andar por la playa?

-No me apetece-dijiste, doliéndote de esa aparente normalidad que él encerraba en sus palabras.

-Entonces ¿qué te apetece?

-¡Que me acaricies!

-Para eso el día tiene muchos momentos…

-…

         Vestiste tu desnudez desperdiciada con el manto de silencio que envolvió la habitación y  sudaste con gotas de desesperación reiterativa. Y a pesar de su proximidad física te sentiste con una, tan oscura, soledad que sólo se atenuó cuando él, levantándose de la cama tras un beso en los labios como quien besa una piedra (así lo sentiste tú), te la dejó toda para ti. Pusiste tu mente en blanco, durante unos minutos, y caminaste con paso esquivo a la ducha. Dejaste que el agua mojara tu piel, atenuando tu desazón, mientras tus manos, queriendo semejar la de otro cualquiera, perdidas sobre tu cuerpo y sin mucho esfuerzo, lograron confundir tus humedades con la humedad del agua. Afortunadamente, te dijiste mirándote al espejo, mientras secabas tu cabello, ¡mañana trabajo!

Tu ráfaga

Tu ráfaga

    Se ha convertido en algo habitual el decirnos adiós, el que nuestros cuerpos durante ese instante que dura ese abrazo,  se abran al máximo para captar las sensaciones del otro, para llevárselas consigo y racionarlas hasta la próxima vez que las circunstancias nos permitan acercarnos. Generalmente ese adiós lo acompañamos de algo material que el otro se lleva de nosotros y sirve para evocárnoslo.

      Esta vez tu regalo me sorprendió: un frasco de colonia, sin marca. Inicialmente no me llamó demasiado la atención, soy muy igual para mis cosas y siempre me gusta usar la misma, te dije. Pero ésta  es diferente, repusiste, la he hecho yo para ti. Y cierto que eso la hacía muy diferente a todas, tú habías mezclado las esencias y trabajado con ellas con el esfuerzo de tus dedos para crear ese aroma, que como una ráfaga tuya habías encerrado en el interior de aquel frasco de cristal.

Esa tarde cuando me duché, reflejada mi desnudez ante el espejo, que yo quisiera semejar a tus ojos, tomé el frasco como quien coge un tesoro entre sus dedos y pulsé el pulverizador para que aquellas gotas mágicas, que semejan el tierno ardor de tu aliento, refrescaran mi cabello, mi pecho, mi ombligo, mi...  Sentía como si parte de esa ternura, que tan bien te conozco, en aquellas ráfagas se fueran adhiriendo a mi cuerpo, a la par que un perfume embriagador abrazaba mi nariz. Me gusta ese olor que desprende la colonia cuando se topa con mi cuerpo y, quizás es cosa mía, pero es idéntico al producido cuando entrechocamos nuestras pieles. Es como si me acompañaras y te llevara, cada instante, junto a mí.

         Desde entonces, no comienzo el día sin esa ráfaga tuya que me invade y me estimula para comenzarlo de una manera diferente. Mi pregunta es, ¿qué hago cuando se me agote esa peculiar poción mágica? Tendré una excusa más para ir a verte...

En la barra

En la barra

           Cuando vi a aquella pareja, algo en ellos captó mi atención. No fue tanto el hecho de que hacía tiempo que habían cumplido los cuarenta, sino del peculiar acercamiento que se adivinaba entre ellos.

            Él, alto y huesudo, que adornaba su calvicie con unos cabellos grises muy cortos, tenía sobre su nariz unas gafas de montura fina tras las que destellaba una mirada brillante de ojos negros. Su brazo izquierdo estaba estirado rodeando el hombro de ella, entre asiéndolo y acariciándolo.

            Ella, de edad parecida, con una melena negra estilosamente recortada y con su cuerpo ondulado en curvas aún firmes.  Una blusa blanca dejaba al descubierto la parte baja de una espalda bronceada y una falda oscura daban salida a sus piernas, sin duda lo más destacable de toda su imagen. Eran unas piernas lisas, hermosas como pocas, lindamente musculadas a la vez que torneadas, de un tono canela que emitía brillos y con un aspecto que bastaba mirarlas para engolosinarse en la suavidad de su piel.

            Ambos estaban sentados en unos bancos altos y acodados en la barra de aquel bar. No hablaban demasiado ya se encargaban de hacerlo, a gritos, las miradas que se lanzaban y que les provocaban unas lúbricas sonrisas. Las manos volaban al cuerpo ajeno con un mal estudiado pudor. Las de él, se perdían en su espalda y ahondaban más allá del hueco al aire de su espalda. Las de ella, bajaban el cuello y alborotaban el vello de su pecho. En aquel bar de olor a café y a humo más que amor se adivinaba la pasión.

            No pude quitar la mirada de ellos, ni siquiera, cuando  nos levantamos de aquellos bancos y salimos del bar muy agarrados por nuestras cinturas, seguí mirando al espejo en el que había estado observándonos y saboreé doblemente, cuando volviendo la cabeza y mirando nuestras espaldas, mi mano se le introdujo por detrás sintiendo la creciente suavidad de sus nalgas.

Si no fuera por ti...

Si no fuera por ti...

...no sería capaz de mantener esta sonrisa que me acompaña, cada día desde el amanecer

...el silencio sería triste

...mi vida sería en blanco y negro

...los problemas cotidianos me hundirían

...el futuro sería como un oscuro agujero

...mis pensamientos e ilusiones se perderían sin tener a dónde dirigirse

...carecería de ese hombro a quien anegar con mis lágrimas

...la palabra com-partir hace tiempo que hubiera perdido su sentido

...seguiría buscando a alguien...seguiría buscándote a ti

Siempre imaginé...

Siempre imaginé...

...que los sueños podían llegar a hacerse realidad, hasta que llegó aquel día en que:

-la larga distancia que habitualmente  nos separa se redujo a distancia infinitésima

-tus labios atrajeron los míos y se perdieron en el más acompasado de los bailes que yo pudiera imaginar

-tus manos almizcladas con tu hábil encauce fueran sosegando cada rincón de mi cuerpo

-descubríamos en nuestros mutuos gestos grutas placenteras en las que sumergirnos venturosamente

-nuestro abrazo convertía, durante un instante mágico, nuestros dos cuerpos en uno solo

-tus dedos dibujaron caricias de primavera sobre mi pecho haciendo que brotara en sensaciones una nueva piel

-nuestros cuerpos enroscados mutuamente se dejaron mecer por la serena placidez del agua de la bañera

-tu respiración dormida sobre mi cara extraía de mí todas las ilusiones

-la luz del amanecer al vestir tu desnudez exaltó mis deseos hasta extremos desconocidos

-pudimos compartir sabores, cosquillas, complicidad, carcajadas y lunares en una melodiosa sinfonía

...ese día me di cuenta que el compartir esa realidad contigo era algo más hermoso que el sueño más maravilloso que yo nunca pudiera haber soñado.

Un día más

Un día más

             El amanecer golpeó con la levedad de su luz las rendijas de mi persiana cuando desperté, contenta porque no tendría que madrugar y podría ahuecarme en la cama. Noté tu respiración entrecortada, a mi lado, a la vez que me notaba acalorada. Desabroché despacio, soñando que fueran tus dedos quien lo hacía, los botones de mi camisón, bajé la manta y me gustó sentir que mis pechos, caídos hacia lados opuestos, se gustaban acariciar por el aire de la habitación.

            Y de pronto,  estando tan cerca, empecé a echarte de menos. Quería que te despertaras, no me hubieras perdonado que yo te despertara por mi deseo de ti, y en aquella semioscuridad vigilaba cada uno de tus gestos esperándote. Fueron diez minutos eternos en que mis dedos se hacían los despistados y, de vez en cuando, se deslizaban por mis pechos y se entretenían en mis pezones. Al fin te agitaste y, no pudiendo aguantar más, mi mano se puso por detrás de tu espalda intentando hacerte girar hacia mí, que tu cercanía fuera algo más que física, que te entraran ganas de calmar mis desesperados anhelos. Te giraste con pereza mezcla del no espabilarte y de esa carencia de deseo, que ya voy conociéndote y ha dejado lamentablemente de sorprenderme, y a pesar de que me apretaba contra tu cuerpo, tu gesto permanecía estático y ausente. Sentí tu mano como si estuviera adherida a tu cuerpo y le gustara hacer de frontera entre los dos. La cogí con la mía y la saqué de aquel hueco, la estiré con la mía y la deposité sobre mi pecho, que ya en estos momentos gritaba de desesperado ardor. Mis dedos entre los tuyos se acercaban a mi pezón, pero tú no te dabas por enterado y probablemente si esa mano perteneciera a un cadáver estaría más viva, en ese momento. Cogí tus dedos, dos veces, para chuparlos entre mis labios y se retiraron vergonzosamente en ambas ocasiones. No puedes imaginarte cómo tuve que morderme los labios y recurrir a lo más profundo de mí para no hundirme en la más absoluta de las miserias. Aunque no me sorprendiste, ésta es una situación hastiadamente revivida que parece prolongarse en el tiempo sin posibilidades de que algún día mute. Mis pezones pedían caricias y sólo se topaba con las mías y con el peso muerto de tu mano estática. 

            Ya no pude aguantar y mis manos, antes disimuladas ahora se revistieron de descaro e intentaban con sus caricias apaciguar el ardor que cada vez más me iba invadiendo. No sé si fuiste consciente de ellas, me daba igual, sólo sé que retiraste la mano y acompañó a tu cuerpo en ese giro que hizo que me brindaras tu espalda intentando dormir más. Yo seguí acariciándome, casi con desesperación me pellizcaba, ahora se movía todo mi cuerpo y estoy segura de que, como una onda, llegaban mis vibraciones hasta tu lugar del colchón. Sentía la humedad que brotaba entre mis piernas, mientras mis dedos me provocaban placenteras sacudidas. Al fin, levantaste la cabeza y sin echarme una mirada, ni siquiera de lástima, te levantaste de nuestra cama, aduciendo que ya no ibas a dormir más. Olvidaste, incluso, darme ese beso desprovisto de cualquier pasión, que sueles darme. Yo ya estaba totalmente desnuda. El ruido de tus zapatillas saliendo por la puerta del dormitorio acompasó a mi delicioso orgasmo.

            El agua de la ducha me hizo olvidar tu desplante mientras mi mente volaba hasta rincones y huecos que nunca imaginarías, por eso al salir a la calle nunca sabrás por qué después de todo lo anterior y al ver mi cara reflejada en la ventanilla de un coche empecé el día con la mejor de mis sonrisas.

El caballero de la mano en el pecho

El caballero de la mano en el pecho

(Dibujo de Aires)

Un título clásico aplicado a un dibujo moderno.

Tu leve caricia

Tu leve caricia

(Dibujo de Aires)        

           Nunca sabes cómo, pero una mañana cuando miras al cielo, por mucho que brille el sol, y luego miras a tu interior  lo ves todo gris. Eso me pasó a mí una mañana, ¿o fue una tarde? no lo sé, pero ¡me pasó! Desde aquel día mi ánimo se tornó alicaído y cada paso que daba por el camino de la vida se convertía en un esfuerzo agónico, donde la palabra aliciente era desconocida para mí. Pero el gris dicen que es un color dinámico, que nunca se queda quieto y que sus matices poco a poco van tornando al negro. Así lo veía yo todo, negro azabache, un bonito y elegante color, cuando no hablamos de esa perspectiva con la que una ve la vida. La soledad ancló en mi y cuando me veía en el espejo, el tono de mi ánimo oscurecía mi piel y no era capaz de diferenciarla de mi sombra, hasta que…

 

        …llegaste tú. Fue encontrarme contigo y dejar que, algo tan simple como ese gesto de tu mano, se acercara hasta mí e hiciera un chasquido de dedos mágicos como el de un genio de las mil y una noches. Dejé apoyar mi barbilla en ellos y entonces todas mis trabas, como por ensalmo, fueron abandonándome y coloreándome por dentro y por fuera. Especialmente en ese momento en que fui consciente de que aniquilaste, para siempre, a esa soledad que me acompañaba y de que me transmitías con esa leve caricia todo lo que de maravilloso tiene la vida.