Al despertar miraste el reloj, mañana a esta hora estarías ya trabajando, hoy es el último día de vacaciones. Sudabas, tiraste las bragas al suelo y jugabas a que ese estrecho rayo de sol que entraba por la ventana, iluminara esos recortados vellos de tu pubis, que destacaban brillantemente oscuros sobre la blancura de su alrededor.
A tu lado brindándote, o mejor dicho protegido por su espalda, estaba él. Una mañana más este rato, hasta que saltabas de la cama, se convertía en un doloroso recuerdo de tu soledad y de un ansia, mal curada, de caricias. Bajaste tus dedos, lentamente, dibujando las formas de tus pechos y degustando la creciente dureza de tus pezones, que parecían gemir con gritos silenciosos. Tu barriga recepcionó con avidez aquellas manos que esculcaron en tu ombligo y fueron bajando y gustando la suavidad de tus muslos, hasta encontrarse con tus labios… Los sentías hinchados de puro anhelo, los palpaste y presionaste como si pudieras exprimir el deseo. Y tu dedo índice más osado se perdió en su interior. Te notaste muy mojada. Sacaste el dedo y lo expusiste al rayo luminoso que entraba, la mitad de él relucía con brillo nacarado. Lo acercaste a tus labios, intentando paladear ese sabor que él tanto se niega a degustar y cerrando los ojos una lágrima furtiva brotó del ojo izquierdo deslizándose por tu mejilla
Un ronquido sincopado sonó al otro lado de la espalda y su cuerpo, con lentitud, se giró boca arriba. Tú estuviste a punto de decirle: no me ves que estoy desnuda? Acaríciame, hazme tuya. Satúrame de tus caricias, calma mi ansia de ti y penétrame hasta dentro hasta arrancarme la última brizna de placer y dejarme agotada entre tus brazos… Pero, ¡no dijiste nada! ¿Para qué? Esta escena se llevaba repitiendo durante años y se acentuaba en estas mañanas, sin prisas, de las vacaciones. Ya ni siquiera te hacían llorar, el cupo de lágrimas que tenías para esto se agotó hace tiempo oxidando tu ánimo y probablemente los muelles de este colchón sobre el que reposabas.
-¿Estás despierta?-dijo él- hoy es tu último día de vacaciones. Nos vamos a andar por la playa?
-No me apetece-dijiste, doliéndote de esa aparente normalidad que él encerraba en sus palabras.
-Entonces ¿qué te apetece?
-¡Que me acaricies!
-Para eso el día tiene muchos momentos…
-…
Vestiste tu desnudez desperdiciada con el manto de silencio que envolvió la habitación y sudaste con gotas de desesperación reiterativa. Y a pesar de su proximidad física te sentiste con una, tan oscura, soledad que sólo se atenuó cuando él, levantándose de la cama tras un beso en los labios como quien besa una piedra (así lo sentiste tú), te la dejó toda para ti. Pusiste tu mente en blanco, durante unos minutos, y caminaste con paso esquivo a la ducha. Dejaste que el agua mojara tu piel, atenuando tu desazón, mientras tus manos, queriendo semejar la de otro cualquiera, perdidas sobre tu cuerpo y sin mucho esfuerzo, lograron confundir tus humedades con la humedad del agua. Afortunadamente, te dijiste mirándote al espejo, mientras secabas tu cabello, ¡mañana trabajo!