Maquillaje
Nunca había sido partidaria de usar maquillaje, siempre se enorgulleció de llevar una cara fresca, lejos de aquellas máscaras de carnaval que se ponían sus compañeras de colegio para ir a trabajar. Pero aquella mañana, al levantarse y reflejarse en el espejo no le pasó inadvertida que su cara había cambiado. Le costó reconocerse ¿era ella? Su piel, sorprendentemente cuarteada, parecía que de pronto se hubiera plegado en mil caminos sobre sí misma, en arrugas múltiples que le recordaba el tema de las fallas tectónicas que había explicado en clase el día anterior. ¿Qué le había ocurrido de pronto? Le echó las culpas, inicialmente, a la pésima tutoría con que le había “obsequiado” este año el jefe de estudios, pero en seguida no tardaron en añadírseles nuevas excusas: esos cuarenta y cinco años que el mes pasado se había posado sobre sus espaldas, esa soledad que tanto le atenazaba y le hacía creer que había muerto definitivamente para los quereres, ese color gris que veía todas las mañanas a través de su ventana independientemente del color del cielo…
Y aquel día, en el colegio, trató de pasar lo más inadvertida posible, pasó casi todo el tiempo explicando de cara a la pared, prefería mostrar las ondulaciones de su culo, protegidas por su falda que aquel rostro que, de pronto, sentía tan pornográficamente al desnudo. Ese día para goce de sus alumnos, dijo que el tema de las fallas tectónicas se lo iba a saltar y les dejó tiempo para el estudio. Y mientras, ella reflexionaba que aquel rostro, al fin y al cabo, sólo reflejaba aquella alma dolorida con que transitaba por la vida. Entonces fue, cuando decidió que si no podía cambiar el alma, al menos, la disimularía.
Esa tarde fue a un salón de estética, la recibió una recepcionista de esas que nunca han tenido que ser cliente del mismo y tras tomarle los datos la reconvino, de “cómo a su edad no se le ocurría maquillarse”, dejándola en las manos expertas de una joven esteticista. Ésta tenía unos dedos hábiles y un peculiar gracejo andaluz, por eso no acabó de entender muy bien cuando le dijo aquello de “con los años el cutis tiende a ser más seco y aparecen las arrugas, por eso es necesario darle unas bases ansiedad que mejoren el rostro y lo hidraten, algo muy necesario en las caras maduras” ¿o había dicho “más duras”? Tras darle la base, para ir cubriendo imperfecciones, parece que le estaba retransmitiendo un partido, viene el corrector. Primero uno más oscuro para contornear y definir rasgos y luego otro con tonos más claros para resaltar. No hay que olvidar el iluminador dando un efecto bocadillo, primero se pone un poco bajo los ojos, luego el corrector y de nuevo el iluminador para dar más brillo a los ojos. Para las cejas se aplica primero un polvo y luego cera para peinar y moldear el vello. Ahumar los ojos primero con una sombra y suave en el párpado, luego trazar una línea negra en la base de las pestañas. Difuminar la línea con los dedos y potenciar el efecto con la ayuda de una sombra del mismo tono. Aplicar capas de máscara negra en las pestañas superiores e inferiores para reforzar la mirada, luego peinarlas. El truco en los labios consiste en exfoliarlos antes de maquillarlos con lo cual se convertirán en frescos y deseables.
Ella iba tomando nota mental de todo lo que hablaba aquella charlatana muchacha, pero las consecuencias de su madrugue y aquel momento de relajamiento tras el cansancio del día, se abatió sobre ella y se quedó dormida, sobre el sillón. No sabía que tiempo habría transcurrido cuando despertó, pero lo hizo tras un leve golpe que le dio en el hombro: “ya hemos terminado”. Se miró al espejo…y ¡quedó asombrada! Ahora era una verdadera belleza, ¡aquella chica era una verdadera artista! Había desaparecido todas aquellas arrugas que le habían horrorizado por la mañana y su piel aparecía nueva y reluciente.
Salió a la calle pisando con más fuerza y aquel día no se tocó la cara. Al dia siguiente al despertar descubrió que no había sido un sueño y su rostro se iluminó con una luz especial. Cuando salió a la calle no le pasaba inadvertida la expectación que despertaba a su paso y en el colegio todos se sorprendían con su nuevo rostro. Su mayor sonrisa interior fue cuando el Orientador, a quien el curso pasado le había lanzado ella los tejos, sin acertar en el blanco, le dijo que estaba hoy especialmente guapa. Aquella experiencia terminó de subir su autoestima y empezó a pisar con más fuerza. Eso sí, todas las mañanas le suponía levantarse un par de horas antes para seguir las instrucciones de aquella hábil maquilladora con aquellos productos que le ocupaban toda la estantería. Pero cuando salía a la calle se sentía renacida.
El colmo de aquel renacimiento fue el día que el interino de educación física, un joven que acababa de entrar en la treintena, musculoso y que a ella siempre le había gustado porque le recordaba a Harrison Ford cuando rodó la guerra de las galaxias, se acercó a ella con indudables ganas de cortejarla y le propuso invitarla a cenar el sábado. Ella consciente de su nuevo poderío, se resistió un poco, aunque no demasiado para no estropear aquella primera cita en varios años.
Aquel sábado estaba radiante, fue lo que le dijo él, pero, además ella lo sabía, desde que terminó de comer había iniciado un arduo arreglo en su rostro que había culminado con un vestido recién comprado el viernes anterior y que le dibujaba con lujosa delicadeza sus curvas. En la cena comió poco sobre todo los ojos azules de aquel deseado gimnasta y cuando terminaron le invitó a tomar en su casa una copa. La fuerza erótica se cortaba en el aire, sobre todo a partir de que se dieran su primer beso a la salida del restaurante.
Al llegar a su casa, el ascensor fue testigo mudo de labios encontrados y cuando atravesaron la puerta, ella se fijó deseosa en aquel bulto excesivo que destacaba en el bajo vientre de su acompañante. Ella le sirvió una copa y le dijo que mientras se duchaba, dándole una cierta musiquilla a sus palabras, “se pusiera lo más cómodo posible”. Se puso bajo el agua sintiendo como la revitalizaba mientras sus dedos espumados en jabón con su tacto, semejaban adelantar ese otro deseoso. Se secó la cara, sin poder mirarse en el espejo, turbio por el vapor. Y colocándose el albornoz abrió muy lentamente la puerta, a través de la rendija pudo ver que, efectivamente, se había puesto muy “cómodo”. Su ropa estaba hecha un amasijo sobre el sofá y aunque no lo veía, si distinguía su sombra de pie en la habitación con el vaso en la mano y el perfil de su miembro erecto más que destacable. A pesar de su humedad externa, sintió otra más interna y salió deseosa a buscar sus labios.
Pero, entonces, ocurrió algo inesperado. El levantó los ojos hasta ella y al verla su rostro quedó demudado y lívido, como si hubiera visto un fantasma, hizo ademán de decir algo, pero sus palabras se extraviaron antes de que pudieran salir de su boca. En un gesto rápido cogió el hatillo de ropa entre sus manos y acompañado de su miembro, ahora súbitamente casi invisible, desnudo tal como estaba salió corriendo escaleras abajo gritando: "esta se ha escapado de Shangri-la".
Ella se quedó quieta y al punto comprendió que tardaría mucho en tener otra cita, para que si alguna vez volvía a tenerla, algo tenía muy claro no se ducharía antes y mucho menos…se quitaría aquel mágico maquillaje que le había ocultado las arrugas, que ahora tras la ducha habían convertido su cara en la superficie de un viejo papiro.
1 comentario
pandora -
un beso desde mi caja.
pandora.