Nuestra primera vez
Recuerdo nuestra primera vez, en que sin telas que dificultaran el contacto te acercaste a mí. Tus movimientos lentos de núbil gacela edulcoraban el aire y cada décima de segundo transcurrido añadía un gramo de alegría a mi gozosa espera. Sentí el abrazo de tu mirada y el roce de tus pestañas y ese impulso cariñoso de tus dedos que impulsaron mi cuerpo hasta que mi espalda buscó acomodo sobre el colchón. Sentí la calidez de las palmas de tus manos sobre mi pecho, mientras te arrodillabas sobre el colchón y aterrizabas tu sexo empapado con los labios hinchados, que abriéndose como una corola en primavera, abrazaron mi pene, endureciéndose por momentos, con intensidad.
Tu cuerpo se inclinó a través del aire y con la levedad de la seda se posó suavemente sobre el mío. Cada centímetro de mi piel se fue adhiriendo a la tuya, y se acentuó ese contacto placentero cuando las durezas de tus pezones, al contactar con los míos, le contagiaron dicha textura. Tu melena cosquilleó mi rostro, mientras quedé envuelto del aire cálido de tu respiración. El tacto suave de la piel de tu cara contrastó contra la mía más rugosa, y simultáneamente al cerrar los ojos gusté a tus labios que ansiosos y desesperados buscaban los míos. Nuestras dos parejas de labios se enzarzaron en un sensual baile por pistas deslizantes de saliva, a ratos lento, a ratos brusco, pero tierno y apasionado a la vez.
Sentía tus manos que recorrían todo mi cuerpo y con la habilidad de un virtuoso músico me extraías notas de variadas octavas en una sinfonía que me hacía volar a ras de las estrellas. El roce de tu cuerpo, que se deslizaba una y otra vez sobre el mío, erizaba mis vellos y tus pezones cimbreados como badajos acariciaban mi pecho de manera certera.
Mis dedos escapados a la acción de mi cabeza amasaban tus nalgas y delineaba sus curvas a la búsqueda de tus placenteros recovecos. Todo mi cuerpo oscilaba casi imperceptiblemente, hasta que, en un determinado momento, aquellos labios tuyos que abrazaban mi pene, lo engulleron hasta dentro. Entonces aquella vibración se convirtió en conjunta y sentí un placer indescriptible hasta que noté como tus movimientos se aceleraban hasta que sufrí, simultáneo a tus gemidos, el estallido más grande que nunca había sentido.
Nuestros brazos nos rodearon mutuamente, apretando nuestros cuerpos a la mayor proximidad posible. Después, relajada, cerraste tus ojos y respirando suavemente te dormiste sobre mí…
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