Uno de marzo
Nunca le había gustado el invierno, no tanto por él, sino por ella. Siempre había sido muy friolera, y en esos meses, sus manos y su nariz parecían carámbanos y hasta sus palabras se helaban en los vahos sinuosos del aire. Siempre iba abrigada hasta extremos inconcebibles: camiseta termolactil de manga larga, blusa de franela y jersey de lana gorda, por no decir esos días en los que además se colocaba el pijama. Por debajo aparte de las bragas grandes, faja gruesa, pantalón interior ceñido sobre el que se ponía un pantalón de pana que acababan en pies con calcetines de nieve que desaparecían en gruesas botas. Todo eso implicaba que el acceso al cuerpo de ella fuera tan trabajoso, que se convertía en tarea tan imposible como el conseguir un préstamo bancario en época de crisis.
No era extraño que durante esa época los días le parecieran grises y tupidamente opacos con un tono de penalidad que se solía iniciar en el otoño. Pero aquel día se presentaba diferente. Era el uno de marzo y se había despertado optimista. Hoy el barrio se engalanaría con colores. Tras dos largos meses de rebajas en que los escaparates exponían sus ropas de invierno, grises, pardas y negras, la vista ya estaba hastiada de tanta cerrazón acrílica y algodonosa. Al fin, habían terminado las rebajas de invierno y como si aquella noche un hada hubiera transformado luminosamente el barrio con un amanecer de arco iris, ahora, tras los cristales de las tiendas asomaban seductores vestidos de finas tiras y escotes tentadores de sugerentes tonos primaverales: colores pasteles, amarillos, rosas, verde pistacho…
Entró en la lencería donde largos camisones de paño y pijamas gigantescos, habían dejado paso a escuetos camisones de seda transparente y conjuntos de hermosos y elaborados encajes. Pidió uno de color champagne que había atraído sus ojos. Recién llegado de la temporada, le dijo la dependienta.
Cuando llegara a su casa, ella lo estaría esperando, eso sí aparte de las velas que diseminaría por todo el dormitorio, situaría tres calefactores encendidos apuntando hacia la cama. Pero a él no le importaba sudar, porque esa era la fecha en que su prima, de quien tan primitivamente estaba enamorado, le estaría esperando y se dejaría dibujar su cuerpo con aquel regalo que todos los años le hacía en este día: el primer primor de la primavera.
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