Dolor de primavera
Abre el día estallando en luces de amanecer, mientras por mi ventana se cuelan, en ráfagas desordenadas, aromas de azahar, el color de los geranios que escalan la ventana y el gorjeo bullanguero de los pájaros. En pocos instantes, los últimos resquicios de sueño, quedan abandonados sobre la almohada, aún caliente que guarda las formas onduladas de la cabeza. El aire con calidez de solsticio abriga mi piel desnuda, despertando exquisitamente su sensibilidad. Un roce leve de la tela de la camisa sobre mi pecho, lo endurece con cierta delectación. Esa y otras sensaciones que me van recorriendo parecen concentrarse en mi sexo, que espabilado se alza sobre sí mismo adquiriendo consistencia placentera.
Todo ello, finalmente, torna en sufrimiento, en ese dolor de primavera, como si tuviera el corazón en carne viva, que me atraviesa e impregna cada célula de mi cuerpo. Y lo peor es que no hay un remedio sencillo para el mismo. Sólo conozco una forma de atenuarlo: tu presencia cercana, el contacto íntimo de tu piel, el que me sanes con la dulzura de tus caricias y que nuestros labios se encuentren y se comuniquen con esa húmeda, y rabiosamente ansiada, vecindad del beso.
7 comentarios
TERESA -
Prometeo -
Isabel -
Calila -
Bellisimo....
belita -
Dificil no significa imposible.
Besos
tejedora -
A grandes males, grandes remedios.
Un abrazo.
kelly -
Amor y dolor en ocasiones tan unidos...
Petonets desde aqui.