Ideas que me envuelven
Querida Celia, en primer lugar tengo, quizás, que disculparme por mi larga ausencia. Sé que me has echado de menos y aunque has estado prudente no dudo que estabas deseando leerme, saber de mí. ¿Sabes por qué no he entrado en tantos días? Yo tampoco. En mi interior se entremezclaban dos situaciones paradójicas, por un lado un deseo grande de abrirme, de comunicarme, de soltar todo lo que llevo dentro; y por otro lado un algo que retenía esas palabras como si expresarlas fuera reencontrarme con una realidad de la que quiero huir.
Ahora que la vida y tus circunstancias nos han separado cientos de kilómetros, anhelo esa comunicación cercana que teníamos, esos cafés que se enfriaban mientras nuestras palabras y ojos no cesaban de hablar y esos paseos donde el caminar a mi lado me hacía sentirme arropado. Pero te fuiste y yo me siento desnudo. Desnudo de afecto y de ese apoyo continuo que siempre sabías darme. Cuando hemos hablado por teléfono me preguntas por mi vida cotidiana, yo siempre te digo: ¡bien!, pero no porque pretenda mentirte sino porque así es como la vivo, bien. Pero cuando buceo un poco en mi interior, ante tu insistencia, confieso que las cosas no marchan tan bien. Que la mujer que tengo a mi lado no colma todos mis anhelos, ni esas ansias de caricias que rezuma a través de todos mis poros. Me siento limitado, costreñido, estrecho y me sacudo con esa ansia que desarrolla la cola del cocodrilo cuando es atrapado. Pero así me siento atrapado y sólo algo me distingue del cocodrilo, puedo pensar, y volar hacia lugares más lejanos. Incluso puedo recorrer cientos de kilómetros para llegar hasta ti y buscar ese hueco a tu lado. Y entonces cierro los ojos y siento tus dedos haciendo adornos con mi piel, mientras tu lengua ahora silenciosa va escribiendo un poema exquisito y tierno sobre mi pecho y tus manos traviesas y certeras me arrancan placeres, ya casi olvidados, de los más profundos e intensos.
No permanezcas lejos de mi, Celia, necesito saber de tu presencia para salir de esta individualidad mía que me cercena por dentro.
Ahora que la vida y tus circunstancias nos han separado cientos de kilómetros, anhelo esa comunicación cercana que teníamos, esos cafés que se enfriaban mientras nuestras palabras y ojos no cesaban de hablar y esos paseos donde el caminar a mi lado me hacía sentirme arropado. Pero te fuiste y yo me siento desnudo. Desnudo de afecto y de ese apoyo continuo que siempre sabías darme. Cuando hemos hablado por teléfono me preguntas por mi vida cotidiana, yo siempre te digo: ¡bien!, pero no porque pretenda mentirte sino porque así es como la vivo, bien. Pero cuando buceo un poco en mi interior, ante tu insistencia, confieso que las cosas no marchan tan bien. Que la mujer que tengo a mi lado no colma todos mis anhelos, ni esas ansias de caricias que rezuma a través de todos mis poros. Me siento limitado, costreñido, estrecho y me sacudo con esa ansia que desarrolla la cola del cocodrilo cuando es atrapado. Pero así me siento atrapado y sólo algo me distingue del cocodrilo, puedo pensar, y volar hacia lugares más lejanos. Incluso puedo recorrer cientos de kilómetros para llegar hasta ti y buscar ese hueco a tu lado. Y entonces cierro los ojos y siento tus dedos haciendo adornos con mi piel, mientras tu lengua ahora silenciosa va escribiendo un poema exquisito y tierno sobre mi pecho y tus manos traviesas y certeras me arrancan placeres, ya casi olvidados, de los más profundos e intensos.
No permanezcas lejos de mi, Celia, necesito saber de tu presencia para salir de esta individualidad mía que me cercena por dentro.
2 comentarios
DArilea -
Un beso me gusto tu regreso, pero creo que invado la intimidad.
Celia -
Vuela a mi lado, a tu hueco.
Besos de los nuestros, de los tuyos y los míos.