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AIRES ABIERTOS

Al caer la noche

Al caer la noche

    Mi cuerpo ajado por el cansancio del día, camina con paso y ánimo trastabillado hasta la cama. El día ha sido largo y el deseo de tumbarme llega a hacerse doloroso. Otra noche más de calor, al que parece que contribuye el canto de un grillo gorgojeante que suena en el exterior de mi ventana. Me quito el pantalón corto que me cubre con errático pudor, cuando entro en la penumbra del dormitorio, y dejo que todo mi cuerpo se deje acariciar con el aire antes de caer, como un pesado saco sobre el colchón. Noto el leve vaivén que los muelles del colchón imprimen a mi cuerpo y al fín éste queda totalmente estático.

    Acomodo mi postura, como si la superficie del colchón ya conociera mi cuerpo. Y mis ojos, a pesar de mi cansancio muy abierto, se abren a la oscuridad de mi habitación. La luz del despertador eléctrico, juguetona, cada vez que lo miro tiene números distintos, parece cosquillear mi mirada. Y, entonces, mirando sin ver nada al techo, tan gris como veo mi vida a veces, te veo muy bien dentro de mí.

     Siempre te necesito a esta hora, traerte a mi lado y contemplar ese rostro que tanto me ilumina. Tu presencia cercana e íntima hace resplandecer la habitación, soy capaz de sentir tus manos, tan mías como amorosas, perdiéndose o más bien, encontrándose con este cuerpo mío al que tanta vida le das. Me dejo empapar por la ternura recordada y ahora plenamente sentida de tus besos y voy dejando que mi cuerpo se relaje mientras mi cabeza se inclina a la izquierda buscando un hueco en la almohada, como si fuera ese hueco, que aún puedo oler y percibo, que tienes en tu cuello. En pocos segundos, acompañas mis sueños.

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