Calor en la playa
(dibujo de Aires)
Me estaba acomodando en la arena para pasar un rato de grata lectura y , de pronto, escuché el sonido inequívoco de alguien que se estaba situando cerca de mí. Intenté seguir concentrado en la primera página del libro, pero un olor afrutado y dulce que provenía de mi vecino interfirió mi atención. ¿Vecino? ¡Era una mujer!
En ese instante deslizaba por las piernas su vestido blanco de algodón, quedando al descubierto, su cuerpo totalmente desnudo. Tenía esa edad en la que las formas se ondulan y ganan consistencia. Tendió su toalla roja sobre la arena y, mientras la estiraba, la oscilación caprichosa en el aire de sus turgentes pechos, de pequeños pezones casi negros, me trastornó. Se sentó y pulverizando el bote del bronceador, aquel cuerpo de piel almendrada se vio salpicado por minúsculas gotas blancas. Los movimientos rítmicos de sus manos fueron estirándolas por delante. No me pasó inadvertido como se detenían sobre sus pechos, donde los dedos parecieron bailar e hicieron que los pezones crecieran desmesuradamente, un crecimiento parejo al que empecé a sentir en mi bajo vientre. Aquellos dedos siguieron su camino dando brillo a aquella barriga de líneas onduladas a medida que absorbía la crema. Una fila hilera, de pelillos rubios primorosamente recortados y teñidos de blanco, ascendía por el pubis desde su abertura. La yema de los dedos siguió su masajeo. Cerré los ojos intentando imaginar que aquella mano era mía…
-¿Te importa?- le escuché decir y cuando abrí los ojos vi que se había instalado boca abajo sobre la toalla mientras me tendía el frasco con el bronceador. Me levanté encantado, procurando que no se notara mucho la erección que empezaba a tener, y le pulvericé la espalda. La recorrí muy lentamente, dibujando uno a uno sus huesos envueltos en aquella sedosa piel. Me gustaron especialmente el tacto de sus axilas, la ondulación de sus hombros, los acúmulos de piel que rodeaban sus riñones…temía el momento de detenerme…cuando con una maniobra rebuscada, ella misma, girando su brazo se pulverizó sus nalgas.
-No te pares, lo estás haciendo de maravillas- musitó. Ahora fueron sus nalgas la que recibieron mis masajeos. Mis dedos traviesos, dibujaron sus formas redondeadas y, empezaron a deslizar la crema hasta honduras más ocultas y jugosas. Ella recolocó su postura y sus manos, que hasta ahora hacían de apoyo de la cabeza, y desaparecieron bajo sus pechos. Aquel olor afrutado inicial se mezclaba ahora con el de la crema y un intenso aroma que salía de sus profundidades y que empezó a turbarme. A medida que mis dedos se convertían en osados y a sentir una humedad diferente a la crema, veía como su cuerpo oscilaba ayudándose, además, de aquellas manos que estratégicamente acariciaban los pezones. La oscilación aumentó hasta que se transformó en una especie de calambre que durante unos minutos sacudió todo su cuerpo. Tras una respiración ahogada, que pareció brotar directamente de sus pulmones, quedó totalmente quieta.
-Gracias- fue lo último que me dijo, antes de sacar las manos, apoyarla sobre la toalla y colocar la cabeza sobre ellas. Una respiración acompasada me advirtió de que se había quedado dormida. Dejé el bronceador a su lado. En otra ocasión abordaría la lectura del libro, ahora creo que era el momento adecuado para salir corriendo y darme un chapuzón en el mar.
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