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AIRES ABIERTOS

La sirena enojada

La sirena enojada

             Mirabas al mar, en aquella playa solitaria, como si tuvieras nostalgia del vientre materno, mientras tu cuerpo desnudo se recortaba sobre aquel brillo azulino. Te hubiera confundido con una sirena, sino hubiera tenido delante de mí, en la orilla, aquellos hermosos pies lamidos con dulzura por la espuma blanca. Sobre ellos, como dos esbeltas columnas se alineaban tus piernas. ¿Qué mejor comienzo para ellas que aquellas curvas turgentes y primorosamente redondeadas que daban formas a tus nalgas y  que el sol parecía acariciar con sátiro embeleso? Tus vértebras se alineaban a lo largo de tu espalda morena y sobre ellas, a modo de penacho, tu melena castaña, rizada sobre sí misma, oscilaba dulcemente al compás del viento.            

             No pude reprimir mis ganas de plasmar aquella estática escena sobre el papel y sentándome en la arena saqué el cuaderno y el bolígrafo y empecé a trazar líneas que de alguna forma fueron despojándote, de manera imperceptible o al menos eso creí yo,  de parte de tu figura. Ya que en un determinado momento, como si te dieras cuenta de mi observación, volviste la cabeza y con cara curiosa te fuiste acercando hasta mí. Ya había trazado el contorno de tu cuerpo y estaba ahora ocupado en sombrearlo. Te moviste alrededor de mi colocándote detrás y observándome desde tu altura. Y sentí como te agachabas para observarlo mejor. Te sentaste en cuclillas, pegándote a mí y abriendo tus piernas con las que atrapaste mis caderas. Pude sentir el ruido de tu respiración muy próxima a mi oído y cómo, ahora más cerca, tus pechos duros y enhiestos se posaban como dos mariposas sobre mi espalda. Tu olor almizclado se combinó con el procedente de mi excitación y eso me hizo trazar una línea más oscura de lo deseable. En la parte baja de mi espalda sentí el cosquilleo producido por el roce de tu pubis suave y que, anteriormente no me había pasado desapercibido, estaba absolutamente rasurado. Tus brazos rodearon mi cuello antes de sentir que tus labios lo saboreaban con exquisitez. Sentí la caricia suave producida por el parpadeo de tus negras y largas pestañas y por primera vez hablaste:

-Me encanta tu dibujo.                       

              Te dije que enseguida lo terminaba, en ese momento dibujaba el mar. Aunque era difícil empeño esto de proseguir teniéndote en esa postura pero, un rato después, dibujé la última línea.  Justo en ese momento giraste la cabeza en torno a mi cuello, tus rizos me cosquillearon mi cara y la jugosidad de tus labios se mezcló con los míos en un beso largo y hondo en el que se acalló hasta el murmullo de las olas. A continuación te tendí el papel y me correspondiste agradecida con una linda sonrisa.            

              Entonces fue cuando se desencadenó el temporal, simplemente cuando te dije que, por ser para ti, te lo podría dejar en doce euros.

-¿Cómo?-gristaste.            

             Tu cara mudó de color y en un instante mi dibujo desapareció bajo tu mano y la bola formada por el papel la lanzaste con furia sobre la arena. Te diste media vuelta y te alejaste de mí, sin volver la vista atrás. Tu olor a almizcle se alejó de mí a la vez que dejaba de ver el sinuoso movimiento de tus caderas.            

              He rescatado lo que ha quedado de aquel dibujo, para colocarlo aquí por si quieres volver a verlo. siento tu enfado. No sé si leerás esto, pero tienes que comprender algo: con tu hermoso cuerpo no tendrás problema en ganarte la vida, en cambio yo…¡de algo tendré que vivir!

4 comentarios

jose -

hay un modo de no desir lo que siento ... es callar

Tina Marie -

Buen relato.
Muy buen dibujo, que bueno que fue rescatado.
Gracias por tu visita a mi blog.
Feliz Viernes.
Saludos.

ideas -

¿quien podría enfadarse por ese dibujo? Al final, un dibujo no deja de ser como nos ven... no como nosotros nos vemos..

pandora -

se nota que últimamente los dos hemos ido a la playa!!!!!!!!!!buen relato Aires!!!!!!!!!!!

un beso desde mi caja.
pandora.