Unas gotas de lluvia sobre mi cabeza
Amanecía, cuando caminaba el otro día bajo la lluvia. Las gotas marcaban un compás de La mayor sobre la tela del paraguas y el viento frío me acariciaba con un des-abrigo invisible. Mi mente iba ocupada en esa cocina de sentimientos que tu recuerdo produce cual hábil cocinero, cuando al girar una esquina una ráfaga desatada tronchó limpiamente mi paraguas. Cayó en un charco y me quedé con el extremo en mis manos, que perdida su utilidad acabó chapoteando junto con otras basuras en una papelera. Me alegré que en la calle solitaria nadie hubiera sido testigo de aquel incidente.
¿Nadie? A través de un portal tu mirada picarona iluminó el chapoteo brillante de las gotas de lluvia que, ahora iban pegando la tela humedecida a mi piel. ¿Qué hacías por allí a aquellas horas? Y como si la cocina de sentimientos hubiera ya producido su primer plato, sin decir nada, te acercaste a mí y amoldaste tus labios a los míos. Mis labios distinguieron esa humedad cálida, sabrosa, de esa otra que iba impregnando todo mi cuerpo. Y como queriendo protegerte de esos chorros comunes que se deslizaban en correntías a través de nuestra piel, mis brazos se cerraron en torno a ti. El contacto de tu piel húmeda atravesó las telas que nos separaban...
Un portazo de la ventana terminó por despertarme. No paraba de llover. El suelo del dormitorio estaba mojado y tu lado del colchón estaba ocupado por una silueta húmeda que dibujaba tu ausencia sobre la sábana.
1 comentario
Äfrica -
Al menos en el sueño hemos sentido sus labios y su piel.
Maldita ventana!