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AIRES ABIERTOS

Puesta de sol

Puesta de sol

      Aún tengo reciente esa puesta de sol que compartimos en nuestras vacaciones. Estabas con tus formas recortadas ante el mar, hierática y contemplativa mientras la brisa del atardecer se distraía en agitar con mimo tus cabellos pelirrojos. La playa estaba solitaria y el silencio del ambiente sólo se quebraba por el rumor de las olas y el grito de tintes desesperados de las gaviotas.

      Me gustaba contemplar tu cuerpo, mientras sentía cómo me iba invadiendo el deseo. Me regodeaba observar como inconscientemente, de vez en cuando, te subías la braga de tu biquini para cubrir esa rendija de tus nalgas que asomaba sonriente tras la tela. Me deslicé despacio por la arena, como si temiera romper la quietud de aquella escena. Rodeé tu cintura con mis brazos y no me pasó inadvertido el temblor que sacudió tu cuerpo, mientras tu cabeza se inclinaba cayendo sobre el apoyo tenue de mis labios, que adornaron tu cuello con collares de saliva. Gusté con mis ojos el aspecto terso de tu piel  y su suavidad con mis dedos.  Bajé la braga de tu bikini y te pusiste boca abajo, de cara a la puesta de sol, con tu culo resplandeciente y sinuoso como grácil hondonada sobre el que brillaba, como pequeños diamantes, algunos granos de arena transparente. Desabroché la hebilla de la parte de arriba del bikini y tus pechos cayeron, oscilando levemente, hermoseando la escena.

     Ahora mis ojos vestían tu desnudez con miradas lúbricas, que provocaban tu sonrisa, mientras el sol anaranjado y hermoso iba acelerando su caída hacia el horizonte. A la llamada de mi mirada acudieron mis labios que, sin mucho pensárselo, se posaron ahítos de humedad sobre  la piel jugosamente dulce de tus nalgas. Las bañaron en besos mientras mi lengua paladeaba tu rico sabor. Percibía tu creciente excitación en la aceleración de tu respiración y en el vello rubio de tu piel que erizado, era agitado por el viento como espigas. La misteriosa oquedad de tus nalgas, engañadoramente minúscula, se brindó junto a mis ojos y mi dedo índice, osado, no pudo resistir la invitación de penetrar en ella. Gustando la humedad acogedora de su interior, entraba y salía como quien elabora una caricia puramente artesana. El movimiento de tu cuerpo acompañaba rítmicamente aquel vaivén y tu respiración se entrecortaba expeliendo el aire a borbotones. Al fin, un aullido largo brotó de tu garganta mientras tu frente caía a plomo sobre la arena y tus nalgas quedaban plomizamente estáticas. En ese instante el último rayo de sol desapareció tras el horizonte  y el resplandor de rayo verde nos alumbró mágicamente, mientras nuestros cuerpos, confundidos en uno, rodaban sobre la arena.

 

1 comentario

Lydia -

Hay puestas de sol que acarician suavemente... pero que van acompañadas de sueños irrepetibles... únicos.