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AIRES ABIERTOS

¿Te acuerdas?

¿Te acuerdas?

         Han pasado ya varios años, pero no logro olvidar aquel día en que te conocí personalmente. Hacía mucho tiempo que charlábamos en aquellas noches de mutua e intensa intimidad en las que habíamos intercambiados tantas líneas escritas mediante el chat. Sabíamos mucho de cómo era el otro, habíamos disfrutado de las conversaciones y discutimos también mucho. Yo insistía en mi curiosidad por ti y tú, como respuesta, en un hermetismo que te hacía evitar el darme cualquier tipo de datos como algunos tan elementales, insistía yo, el nombre, tu número de teléfono, o en qué ciudad vivías. No sé cómo un día te aviniste a que nos conociéramos personalmente. Una verdadera cita  a ciegas, pues en todos aquellos años de chateo nunca había visto una imagen tuya, ni en foto ni en la cámara, tú en cambio si me habías visto.

        Quedamos en tu ciudad para almorzar, en un día de sol brillante, que iluminaba la plaza mayor, donde habíamos quedado.  Miraba a todas las que cruzaban la plaza, expectante e indagador. Al fin apareciste con una sonrisa picarona alumbrando tu cara.      Unos rutilantes ojos verdes y una melena larga, que bailaba seductoramente sobre tus hombros, destacaban en tu rostro. Tras el almuerzo, embobado en aquel trasiego de rellenar con tu imagen corporal las formas que habías creado con tus letras en mi cabeza, me invitaste a montar en tu coche. Nada más subir, sacaste un pasamontañas de tu bolso y me lo pusiste al revés sobre mi cabeza. Quieto, me ordenaste, cuando intenté quitármelo. Y en pocos minutos llegamos a la puerta de tu casa que me hiciste subir de esta guisa. Abriste la puerta y pasamos al interior y mientras con una mano me lo quitabas de la cabeza, con la otra mano ibas desprendiéndote de  tu chaqueta blanca que arrojaste sobre una silla. 

        Se me amontonan las imágenes de todo lo que sucedió a continuación. Sí recuerdo que nuestros labios se unieron en besos sin prisas que actuaron como disparador de nuestras ansias y. tus manos avariciosas me desabotonaron con fruición mientras tus dedos rebuscaban por mi pecho y bajo mi ombligo. Yo te desprendí de tu blusa y a la vez que se desprendía tu sujetador, quedaron a mi vista tus dos hermosos pechos que oscilaban discontinua y seductoramente. Desde aquel momento nuestros cuerpos se solazaron mutuamente entre sí, como buscando respuestas próximas a aquellos lejanos interrogantes que nos habíamos hecho tanto tiempo sobre el otro. Me llamó la atención la extremada sensibilidad de tus pechos, que, como si fueran mágicos, al posar mis dedos sobre ellos endurecían instantáneamente tus pezones, haciéndolos crecer y estirándolos en varios centímetros. Aquello me provocaba mucho y nuestras pieles, ahora en contacto sin telas que la separaran, se disfrutaron, buscando y encontrando sus más acentuadas coincidencias, hasta que exhaustos, cuando ya la luz del sol indicaba que se estaba escondiendo tras el río, te abandonaste dulcemente en mis brazos.

        Nos apeteció salir a que nos diera el aire y comer algo. Nos vestimos y poco antes de salir, te dije que si te hacía una foto, para guardar un recuerdo de tu imagen. Te negaste en rotundo. El pudor por tu imagen superaba en  mucho a tu pudor a exponerte desnuda. Salí de nuevo con el pasamontañas y vuelta en coche, hasta bajarnos. Mientras caminábamos por la calle me dolía pensar que no podría llevarme ninguna imagen tuya con que recordarte. Fue, entonces, cuando aproveché un momento en que iba caminando detrás de ti, para sacarte una foto de la que luego saqué este dibujo. Comimos en una pizzería y luego me tuve que marchar. Se me hacía tarde.

        No puedo contemplarte por delante para recordarte, pero me acuerdo bien de aquellos ojos en color verde felino que no dejaban de mirarme y aquellos hermosos pechos que se erizaban con el puro roce. ¿Y tú te acuerdas?

1 comentario

Maru -

Bonita experiencia, te quedaste con el bichito de saber más de ella. Pero tal vez sea mejor así, se mantiene la ilusión.