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AIRES ABIERTOS

En la barra

En la barra

           Cuando vi a aquella pareja, algo en ellos captó mi atención. No fue tanto el hecho de que hacía tiempo que habían cumplido los cuarenta, sino del peculiar acercamiento que se adivinaba entre ellos.

            Él, alto y huesudo, que adornaba su calvicie con unos cabellos grises muy cortos, tenía sobre su nariz unas gafas de montura fina tras las que destellaba una mirada brillante de ojos negros. Su brazo izquierdo estaba estirado rodeando el hombro de ella, entre asiéndolo y acariciándolo.

            Ella, de edad parecida, con una melena negra estilosamente recortada y con su cuerpo ondulado en curvas aún firmes.  Una blusa blanca dejaba al descubierto la parte baja de una espalda bronceada y una falda oscura daban salida a sus piernas, sin duda lo más destacable de toda su imagen. Eran unas piernas lisas, hermosas como pocas, lindamente musculadas a la vez que torneadas, de un tono canela que emitía brillos y con un aspecto que bastaba mirarlas para engolosinarse en la suavidad de su piel.

            Ambos estaban sentados en unos bancos altos y acodados en la barra de aquel bar. No hablaban demasiado ya se encargaban de hacerlo, a gritos, las miradas que se lanzaban y que les provocaban unas lúbricas sonrisas. Las manos volaban al cuerpo ajeno con un mal estudiado pudor. Las de él, se perdían en su espalda y ahondaban más allá del hueco al aire de su espalda. Las de ella, bajaban el cuello y alborotaban el vello de su pecho. En aquel bar de olor a café y a humo más que amor se adivinaba la pasión.

            No pude quitar la mirada de ellos, ni siquiera, cuando  nos levantamos de aquellos bancos y salimos del bar muy agarrados por nuestras cinturas, seguí mirando al espejo en el que había estado observándonos y saboreé doblemente, cuando volviendo la cabeza y mirando nuestras espaldas, mi mano se le introdujo por detrás sintiendo la creciente suavidad de sus nalgas.

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