Mi primera cámara
Hoy las cámaras de fotos abundan casi tanto como los móviles, pero hubo un tiempo en que no fue así. Hoy quiero relatar como conseguí mi primera cámara de fotos.
Fue en el viaje del Paso del Ecuador con mis compañeros de Facultad fuimos a Ibiza, un viaje eminentemente “cultural”, en que desayunábamos a la hora de almorzar y nos acostábamos al amanecer. Aquel día me había despertado relativamente temprano y me bajé a tomar un café frente al paseo marítimo. La terraza estaba vacía exceptuando una mujer de pelo muy corto y rasgos nórdicos, que se sentó junto a mi y pidió una coca cola. Llevaba unas gafas absolutamente negras que impedían ver los ojos. Yo sin nada mejor que hacer la miraba de vez en cuando y fue cuando levantó las gafas y sus ojos azules me sonrieron, a la vez que, descaradamente, abría sus piernas, cubiertas por una escueta falda, y dejó al descubierto una espesa mata de pelo oscuro. Me hizo una señal de que si me quería sentar a su lado y como si tuviera un resorte me vi sentado a su lado.
Su piel era clara y cubierta de pecas que le bajaban por el cuello hasta adornar la entrada a sus pechos, francamente hermosos, que aparecían levemente cubiertos por una ajustada camiseta. Me llamaron la atención sus dedos, largos y finos, con unas uñas rojas escrupulosamente cuidadas. Me senté nervioso a su lado y sus uñas me rozaron levemente mi antebrazo, mientras su sonrisa se ampliaba. Me bajó mi mano a su pierna, y mientras ella tomaba su coca cola, como quien no quiere la cosa, mis dedos palpaban unas macizas piernas y se acercaban, como pidiendo permiso, al lugar donde se unen estas. Pude sentir sus pelos chorreantes y cuando mi dedo tocó levemente su entrada, vi como se tomaba el último sorbo de la coca cola. Se levantó de golpe y llamó al camarero para pagar las consumiciones. Me dio la mano y cuando me di cuenta estaba en la habitación de su hotel.
Sin darme tiempo a mucho me quitó los pantalones, ya para entonces tenía mi miembro totalmente duro y poniéndose en cuclillas lo cogió entre sus labios chupando y succionando de una forma que me multiplicó las sensaciones. Se dio cuenta que me había llevado al límite y me dejó descansar mientras se desnudó delante mía. Tenía un cuerpo bien formado con algo de barriga pero hermosamente adornado con sus pechos de grandes pezones oscuros, por arriba, y una mata negra y abundante por abajo. Era la primera vez que veía desnuda a una mujer y, mi morbo se acrecentaba, al brindarse de la forma que lo estaba haciendo ella conmigo. Se sentó en el sillón y abriéndose de piernas sus dedos largos empezaron a acariciar su coñito de arriba abajo, desaparecían entre sus pelos, no sin dejarme algunas visiones instantáneas de un clítoris brillante y enrojecido. Su excitación fue creciendo a la par que la mía, entonces dejó de acariciarse, se tumbó en la cama y me hizo seña para que la penetrara. Encajamos con una perfección asombrosa, pero aún me asombró más la habilidad de sus músculos que dominaba de maravillas en todo sus movimientos. Sus gritos ininteligibles dieron lugar a un orgasmo que nos sacudió al unísono. Ella pareció detenerse pero, de pronto, recuperó fuerzas y sus contracciones internas sacaron lo mejor de mí. Quedé tumbado con su pezón oscuro rozando mis labios, mientras disfrutaba de olor a sudor y sexo que nos envolvía.
A los pocos minutos se levantó instantáneamente, como todos los movimientos que hacía y sacó una cámara de fotos de un armario. Era una Nikon reflex. Me la tendió y me indicó que le fotografiara. Se colocó desnuda con ese brillo sudoroso que le resaltaba ahora sus formas y posó desnuda, en distintas posturas, mientras la fotografiaba. Al terminar la sesión nos duchamos y nos perdimos en la espuma. Me vestí para irme y, entonces, fue cuando sacó el carrete de la cámara y me la tendió a la par que sus labios encontrándose con los míos, llegaron a hacer que mi pene se olvidara que no hacía mucho se había vaciado. Nos despedimos en la puerta, nunca más la vi, pero cada vez que saco la cámara…me la recuerda.
2 comentarios
lunarroja -
Lo malo es que a veces se nos olvida que hubo esa primera vez.
sahrazad -
En las que las palabras sobraban.