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AIRES ABIERTOS

Traslado

Traslado

    La vida va evolucionando y mi faceta en el mundo de los blogs no es una excepción a ello. Aunque ya hace tiempo que he cambiado de casa ahora lo hago oficialmente, por medio de las nuevas tecnologías e incluyendo el código bidi de mi otro blog: "Dibujos de aires abiertos". Aquí ya no volveré a escribir, pero seguirá colgado para quien quiera leerlo. El otro llevo tiempo escribiéndolo, los textos son del mismo estilo que éste, lo que varía es que no tiene fotos de internet, sino dibujos hechos con mi bolígrafo bic. Así el blog en su conjunto es como más mío.

       Si te apetece lee con tu móvil este código bidi y te llevará a mi otro blog, en el que te invito a leer, soñar y disfrutar con mis letras y trazos.

La mariposa de colores

La mariposa de colores

           Te conozco desde aquel día en que naciste desperezando tus alas en el alfeizar de mi ventana. Me embelesaron tus formas: tus alas perfectamente simétricas, tus vivos colores y los seductores lunares que te moteaban. Aquel rinconcillo se convirtió en tu cubículo y allá me acercaba yo, cada vez que quería verte. Mi insistente paciencia hizo que con el tiempo, llegaras a revelarme el lenguaje de tus alas. Y así era capaz de distinguir tus días animosos de esos otros en los que tu ánimo griseaba.

            ¿Por qué sería que no me extrañó que, cuando te convertiste en mariposa adolescente quisieras volar a otros lugares y descubrir otros mundos más allá de mi ventana? Pero una cosa es la fantasía y otra la realidad. Aquella soñada aventura tuvo su desenlace en un salón de tatuajes en el que fuiste cazada por la diestra mano de un artista.

            Coincidió que entraba en aquel momento una guapa mujer de tez morena y labios carnosamente rosados que pretendía alegrar su cuerpo y mirándose, una a otra, quedasteis mutuamente prendadas. Fue cuando con suma delicadeza, te posaste indeleblemente sobre su abdomen, iluminándolo para siempre con los tonos de tu figura.

            Envuelto en la nostalgia de tu ausencia, un día en la piscina, te volví a ver destacadamente y como nunca de sensual, sobre aquella piel. Me acerqué a su portadora y algo surgió entre nosotros.

            Hoy estoy feliz porque ya no me conformo con mirarte,  cada vez que mis deseos se acrecientan mis dedos se acercan con ternura indefinible a esa piel y con una misma caricia hace temblar a las dos: a ti que agitas las alas y a ella que se le sacude todo el cuerpo.

Secuestrándote

Secuestrándote

   Fue justo ese instante en que el sueño intentaba apoderarse de mí. Hice un último esfuerzo, para secuestrarte y traerte hacia mí desde donde quieras que estuviese. Me resistía a esa soledad de la cama vacía y, no sé cómo, al instante estabas a mi lado. Tu ojos me miraban sorprendido, mientras tu cabello despeinado vestía tu rostro de esa serena belleza tuya que siempre me seduce. Llevabas un camisón corto de escasa tela que dejaba al descubierto las simétricas curvas de tus nalgas, plateadas con la luz de la luna que las coloreaba a través de mi ventana. Te asiste a mis pechos con tus manos, como si temieras caer, mientras tus labios vestían mi piel con el brillo rutilante de tu saliva. Ahora, fueron mis manos las que agarrando tenue la dulce presión de la piel de tus nalgas colocó tu cuerpo sobre el mío. Te acurrucaste entre mis brazos y sintiéndote en tan íntima cercanía, me dejé arrastrar por el sueño, feliz de haberte podido secuestrar de esta manera. Cuando desperté, dudando si lo había soñado, tu camisón descansaba sobre mi cuerpo desnudo.

Fiesta de fin de año

Fiesta de fin de año

    Te gustó el escenario de la fiesta de fin de año. ¡Qué ambiente!¡Qué de ruidos!, me dijiste con ironía. Era el salón más grande que pude encontrar, me salió muy barato. El techo era de altura infinita de color negro tachonado de luminosas estrellas. El suelo de arena, en el que tus pies descalzos, ausente de molestos tacones, dejaban sus huellas, caminando junto a las mías. Los sonidos de los gaviotas alborotaban el cielo y las siluetas desnudas de los tamarindos nos saludaba desde el paseo marítimo.

    Caminábamos despacio, solazándonos en el camino, sin necesidad de llegar a ninguna parte. No teníamos reloj, ni sabíamos que hora era. Tampoco importaba, el estar a tu lado era como si el tiempo se hubiera detenido. Nos miramos a los ojos y nos sonreímos contentos de que hubiéramos podido huir de todas esas circunstancias que nos rodean  y estuviéramos celebrando el final de año, los dos solos, en aquella playa solitaria. Una luna llena,, sin ojos nos hizo un guiño, ya debíamos estar en el nuevo año. Seguimos andando con esa euforia de comenzar a caminar un nuevo calendario junto a la persona que más amamos.

Es Navidad

Es Navidad

            Despertó cuando las agujas del reloj hacía tiempo que sobrepasaron la hora en que hubiera sonado en un día laborable, pero hoy era la mañana de Navidad. Abrió sus ojos como tantos otros días con ese despertar entre relativamente escéptico y amargamente feliz en que se habían convertido sus amaneceres. Intentaba adivinar alegrías en la penumbra de la habitación pero ésta parecía tener una espesa niebla interior.

               La cabeza de ella saliendo de entre las sábanas se acercó, mientras él cauteloso abrió su brazo para recogerla sobre su hombro. Y allí permaneció un rato, estática, que a él le parecieron horas. Empezó como siempre a desear…un mero contacto de su piel que rebuscara en su cuerpo desnudo, una caricia de sus manos que  rozara su cara o masajeara sus cabellos, un beso apasionado que se posara en sus labios. Pero nada, ni el más mínimo acercamiento a su piel, separada de la de él por borruños de sábanas y mantas. Él sólo sintió el peso sobre su brazo, en lo que se le hizo largos minutos, mientras ya desesperado se mordía la lengua y su mente carente, al parecer de toda telepatía, le gritaba a ella en silencio: pero ¡acaríciame, acaríciame!

               No supo cuánto tiempo duró esta situación, ella ya se levantó de la cama despidiéndose de él con un beso tan seco como leve.  Y se sintió “liberado” de aquel peso exterior que tanto le oprimía por dentro. Ella abrió la ventana, las luces de tonos grises, que creaban las nubes, entraron por la ventana, dando forma a los objetos de su dormitorio y sirviendo para expulsar sus propios pensamientos. Prefirió sentirse solo, acompañado consigo mismo, y acordarse de ti… Y se sintió profundamente querido por tu presencia, lejana en la distancia pero íntimamente próxima a su corazón. Posó su mano y recorrió toda su piel, como sabía que sólo tú hubieras sido capaz de hacerlo… Sonrió y pensó que era Navidad.

En esas horas...

En esas horas...

     En esas horas donde el bullicio de la calle se convierte en rumor y las farolas iluminadas salpican la calle, apago las luces y me dejo arrastrar, por el agotamiento del día, hasta la cama. Introduzco mi cuerpo entre las sábanas, gustando su cálida acogida, mientras ella duerme a mi lado, separada de mi cuerpo por un acantilado tan invisible como imposible de salvar.

         Abro los ojos a la oscuridad de la habitación y adivino sus muebles y como quien visualiza espectros, atisbo esas imágenes de quienes hoy, de cualquiera de las maneras, se cruzaron conmigo. Algunos se disuelven en la nebulosa de la memoria. A ti, sin embargo, te percibo nítidamente tu rostro, tachonado de esas arrugas sonrientes que tanto me encantan, tus curvas que oscilan entre la persiana y yo y tus angosturas que me cargan de deseo  a estas horas teóricamente plácidas.  Saco mi mano al aire, con un gesto que quiere asir la tuya. Y soy capaz de sentir su apretura en la mía, captando su calidez entretejida entre los huesos. Te tiro de ella y te arrastro a mi lado, bajo la manta. Puedo sentir tu piel adherida a la mía como en un largo beso, como te acurrucas entre mis brazos y tomas mimosamente mi sexo en tus manos, para de pronto, sentirme tan a gusto que se cierran pesadamente mis párpados dejándome llevar por el sueño.

¿Te acuerdas?

¿Te acuerdas?

         Han pasado ya varios años, pero no logro olvidar aquel día en que te conocí personalmente. Hacía mucho tiempo que charlábamos en aquellas noches de mutua e intensa intimidad en las que habíamos intercambiados tantas líneas escritas mediante el chat. Sabíamos mucho de cómo era el otro, habíamos disfrutado de las conversaciones y discutimos también mucho. Yo insistía en mi curiosidad por ti y tú, como respuesta, en un hermetismo que te hacía evitar el darme cualquier tipo de datos como algunos tan elementales, insistía yo, el nombre, tu número de teléfono, o en qué ciudad vivías. No sé cómo un día te aviniste a que nos conociéramos personalmente. Una verdadera cita  a ciegas, pues en todos aquellos años de chateo nunca había visto una imagen tuya, ni en foto ni en la cámara, tú en cambio si me habías visto.

        Quedamos en tu ciudad para almorzar, en un día de sol brillante, que iluminaba la plaza mayor, donde habíamos quedado.  Miraba a todas las que cruzaban la plaza, expectante e indagador. Al fin apareciste con una sonrisa picarona alumbrando tu cara.      Unos rutilantes ojos verdes y una melena larga, que bailaba seductoramente sobre tus hombros, destacaban en tu rostro. Tras el almuerzo, embobado en aquel trasiego de rellenar con tu imagen corporal las formas que habías creado con tus letras en mi cabeza, me invitaste a montar en tu coche. Nada más subir, sacaste un pasamontañas de tu bolso y me lo pusiste al revés sobre mi cabeza. Quieto, me ordenaste, cuando intenté quitármelo. Y en pocos minutos llegamos a la puerta de tu casa que me hiciste subir de esta guisa. Abriste la puerta y pasamos al interior y mientras con una mano me lo quitabas de la cabeza, con la otra mano ibas desprendiéndote de  tu chaqueta blanca que arrojaste sobre una silla. 

        Se me amontonan las imágenes de todo lo que sucedió a continuación. Sí recuerdo que nuestros labios se unieron en besos sin prisas que actuaron como disparador de nuestras ansias y. tus manos avariciosas me desabotonaron con fruición mientras tus dedos rebuscaban por mi pecho y bajo mi ombligo. Yo te desprendí de tu blusa y a la vez que se desprendía tu sujetador, quedaron a mi vista tus dos hermosos pechos que oscilaban discontinua y seductoramente. Desde aquel momento nuestros cuerpos se solazaron mutuamente entre sí, como buscando respuestas próximas a aquellos lejanos interrogantes que nos habíamos hecho tanto tiempo sobre el otro. Me llamó la atención la extremada sensibilidad de tus pechos, que, como si fueran mágicos, al posar mis dedos sobre ellos endurecían instantáneamente tus pezones, haciéndolos crecer y estirándolos en varios centímetros. Aquello me provocaba mucho y nuestras pieles, ahora en contacto sin telas que la separaran, se disfrutaron, buscando y encontrando sus más acentuadas coincidencias, hasta que exhaustos, cuando ya la luz del sol indicaba que se estaba escondiendo tras el río, te abandonaste dulcemente en mis brazos.

        Nos apeteció salir a que nos diera el aire y comer algo. Nos vestimos y poco antes de salir, te dije que si te hacía una foto, para guardar un recuerdo de tu imagen. Te negaste en rotundo. El pudor por tu imagen superaba en  mucho a tu pudor a exponerte desnuda. Salí de nuevo con el pasamontañas y vuelta en coche, hasta bajarnos. Mientras caminábamos por la calle me dolía pensar que no podría llevarme ninguna imagen tuya con que recordarte. Fue, entonces, cuando aproveché un momento en que iba caminando detrás de ti, para sacarte una foto de la que luego saqué este dibujo. Comimos en una pizzería y luego me tuve que marchar. Se me hacía tarde.

        No puedo contemplarte por delante para recordarte, pero me acuerdo bien de aquellos ojos en color verde felino que no dejaban de mirarme y aquellos hermosos pechos que se erizaban con el puro roce. ¿Y tú te acuerdas?

Despierto de amanecida

Despierto de amanecida

         Me lo temía. Esto de que no me cueste trabajo madrugar tiene su contrapartida durante el fin de semana, en que en un día como hoy me despierto antes de las siete y no tengo forma de volver a dormirme.

         ¿Qué puedo hacer durante dos horas en la cama? De buena gana me levantaría, pero el frío que hace en el exterior de las mantas  no me invita a ello. Así que decido, moviéndome lo menos posible, el dedicarme a pensar en ti, a sentirte a ti, a traerte a mí. La oscuridad llena la habitación y ahora, que mis ojos empiezan a acostumbrarse a la penumbra, percibo recortados en un gris monocolor los distintos muebles de la habitación. Veo la hora del reloj iluminado, las 07:15 y vuelo por esa rendijita que deja la persiana hasta donde tú estás. Supongo que tú sí que estarás dormida y anhelaría amoldar mi cuerpo en el hueco del tuyo y quedarme así, quieto, sintiendo el aire pausado de tu respiración. Dejo que mis manos se pierdan despacio por mi piel, como si fueran las tuyas de “turista” que recorren admirativa, como tú sola sabes hacerlo, cada una de mis matas de vello o cada uno de los centímetros de mi piel anhelante de caricias.

         Cierro los ojos e intento dormir…no puedo, me aparece ¿en sueños? ¿en la realidad? una aguja gigante, que enhebrada sencillamente con el hilo de nuestro mutuo cariño remienda esa distancia que nunca debió existir entre nosotros y que las circunstancias se empeñan en mantener. Al otro lado de la ventana un leve rumor me indica que las gotas de lluvia fluyen por las calles solitarias.  Giro la cabeza hasta el reloj que marca las 7:58. ¡Qué largo se hace el tiempo cuando deseas algo con ganas! Todo lo contrario que cuando lo estás disfrutando. Me gustaría saber que ahora has despertado, aunque fuera un instante, y estás deseándome, que en este instante en que la naturaleza, aparentemente duerme, tu pasión está tan viva como la mía. Y me lo quiero creer, tanto que hasta tu aroma lejano y bien aprendido, me invade en sus efluvios y mis manos dejan de ser prudentes, para acelerarse en mi rincón más íntimo. Supuestamente no me muevo, pero mi fuerza interior termina por aflorar con intensidad al exterior…y tras ese sosiego me duermo…¿unos minutos?¿unas horas? Dudo todavía si ya habré despertado.

Abrazados

Abrazados

   A esta hora de luz trémula, me gustaría que estuvieras sentada a mi lado, simplemente eso... algo tan sencillo y tan complejo, a la vez. Quisiera rodear tus caderas con mi brazo, degustando tu piel con mis dedos, mientras apoyas tu cabeza sobre mi hombro. Quiero sentir tu aliento cálido mientras avivas mi corazón, escuchar tus palabras y que me cuentes cosas, todo lo que se te ocurra, y yo mientras te escucho, sólo te miro...

Solución a la adivinanza

Pinchar aquí.

Una adivinanza

Una adivinanza

Con un ciento y un cinco

Cincuenta y cero

Se consigue en la corte

Cualquier empleo.

Coge la pluma

Y en números romanos

Dame la suma.

Tu mirada

Tu mirada

     Hoy al despertar, tras una noche de sueño plácido y reparador, abrí los ojos y te vi acostada a mi lado. Tu cabeza descansaba en la almohada, a tan poca distancia, que podía sentir tu aliento, mientras tus ojos abiertos y espabilados me miraban con esa mirada tierna con la que sólo tu sabes envolverme. Tus labios entreabiertos por el que asoman tus dientes con aspecto y sabor a caramelos de menta y sus comisuras levemente arrugadas me envían una sonrisa iluminando mi amanecer con rayos de alegría.

    ¿Cuánto tiempo llevas así, a mi lado, mirándome? ¡Y yo perdiendo el tiempo, dormido! También a mi me gusta disfrutarte mirándote, lo hago durante un buen rato, hasta que... ya no aguanto más! Alargo mis dedos para acariciar la superficie de tus labios y, entonces, te desvaneces en mi memoria...

Dibujos de Aires Abiertos

   Otras de mis aficiones aparte de la escritura es el dibujo, que de vez en cuando coloco por aquí. Me he decidido a abrir este blog, en el que acompañados de un comentario, iré colocando una recopilación o ábum de todos mis dibujos.

Deseos

Deseos

       Quiero dejar de lado todas aquellas trabas que se empeñan cada día en separarnos, sentirte a mi lado y descubrirte totalmente mía. Tengo ganas de rasgar esas telas con las que te empeñas pudorosamente en ocultar tus pechos y dejarlos, al fin, al descubierto de las corrientes y al socaire de mi mirada. Voy a dejar libres mis dedos que anhelan palpar tus pechos, amasarlos con mimo y arrancarles lo más dulces de los deleites, mientras se endurecen a modo de pardo pedernal.

        Deseo explorar tu cuerpo con el fuego de mis caricias, saborear todos los sabores que empapan hasta los más recónditos de tus rincones, hasta colmar toda esa necesidad de ti que me atormenta y me persigue en cada instante de mi jornada, mientras hago que toda tú te sacudas con temblores de puro placer.

         Esculpe, luego, con tus manos mi sexo, dándole esas formas duras de la que eres verdadera artífice. Engolosínate con él, degustándolo a lo largo y ancho y condúcelo luego hasta tu apetitosa gruta, para que la ilumine con sus “sube y baja” de tiernos roces. Apriétame y exprímeme placenteramente hasta mi última gota que absorbiéndola tú, sirva para apaciguarnos nuestra mutua sed.

A modo de atril

A modo de atril

             Sus manos suaves y de uñas cuidadas, como si levitaran en el aire, encendieron con mimo unas velas con olor a vainilla, un instante antes de que su pie, de un golpe seco sobre el interruptor apagara la luz  del techo y la súbita y aparente oscuridad se recuperara con los brillos tenues de las llamas que crearon sombras danzarinas en las paredes de la habitación.

             Los dos estaban desnudos, abrazados por sus miradas y el hechizo de su mutuo deseo. ¿Así?, dijo ella, mientras tras el leve gesto de asentimiento que él hizo al aire con su barbilla, se tumbó, boca arriba, con sus piernas abiertas frente a él.

            Él abrió aquel cuaderno de hojas blancas encuadernadas con un gusanillo acercándose a aquella rajita misteriosa que ella le ofrecía con estudiada despreocupación y deslizó su dedo índice de arriba para abajo gustando la suavidad de su intenso depilado, que sólo había dejado sobre su pubis una hilera salvaje de vellos largos, que contrastaban oscuros con su piel nacarada, atrayendo, aún más, a sus ojos. Ahora el dedo deshizo el camino recorrido, ascendiendo, a la vez que adquiría un tono brillante al ir humedeciéndose. 

            Como hábil prestidigitador, a lo que ella le respondió con una sorprendida sonrisa, sustituyó su dedo por el gusanillo, que tenía unido aquellas hojas, acomodándolo en la vertical de aquella hendidura, mientras las pastas descansaban abiertas, como hojas de mariposa, sobre la suave piel de sus muslos, a modo de atril. 

            Ella se fue relajando a la par que su cuerpo se hundía más sobre el colchón. él acercando su rostro a aquel cuaderno se recreó en aquel escorzo caprichoso que se le brindaba a la vista y en el que sus orondos pechos, acomodados a ambos lados, le recordó a dos hermosas cúpulas bizantinas coronadas por torretas engalanadas. Se colocó, entonces, boca abajo en el colchón dejando abrazar su, ahora, afilado sexo entre los pliegues de las sábanas y afianzó en aquel atípico lugar al gusanillo anudándolo con destreza marinera mediante aquellos pelos negros.

            Mientras intentaba ordenar sus ideas un olor almizclado traspasó los agujeros de su nariz, proveniente del líquido que de ella manaba  que empezó a gotear por la parte inferior del gusanillo dibujando humedades en la sábana. Llegó a pensar que aunque nunca llegara a escribir nada sobre aquellas hojas, bastaría el olor a sexo del que se estaban impregnando para ganar cualquier premio de relato erótico. Desprendió el capuchón de su pluma, siempre escribía con pluma de tinta azul, posó su punta brillante sobre el papel y empezó a escribir: 

Sus manos suaves y de uñas cuidadas, como si levitaran en el aire…” 

            El primor de la letra de estas primeras líneas se fue desluciendo a medida que avanzaba el relato hasta llegar a las últimas que se escribieron temblorosas y desvaídas, debido al creciente temblor que empezó a sufrir el cuerpo de ella, que llegó a tal intensidad que hubieran expulsado aquel gusanillo de no ser por aquellas ataduras. Observó como aquellas dos cúpulas se cimbrearon como si estuvieran agitadas por un terremoto de fuerza ocho, mientras él oía los lastimeros gemidos de ella, hasta que con tales movimientos le resultó imposible escribir. De pronto, aquel “atril” se detuvo súbitamente, lo que él aprovechó para poner en esta historia este punto final.

Puesta de sol

Puesta de sol

      Aún tengo reciente esa puesta de sol que compartimos en nuestras vacaciones. Estabas con tus formas recortadas ante el mar, hierática y contemplativa mientras la brisa del atardecer se distraía en agitar con mimo tus cabellos pelirrojos. La playa estaba solitaria y el silencio del ambiente sólo se quebraba por el rumor de las olas y el grito de tintes desesperados de las gaviotas.

      Me gustaba contemplar tu cuerpo, mientras sentía cómo me iba invadiendo el deseo. Me regodeaba observar como inconscientemente, de vez en cuando, te subías la braga de tu biquini para cubrir esa rendija de tus nalgas que asomaba sonriente tras la tela. Me deslicé despacio por la arena, como si temiera romper la quietud de aquella escena. Rodeé tu cintura con mis brazos y no me pasó inadvertido el temblor que sacudió tu cuerpo, mientras tu cabeza se inclinaba cayendo sobre el apoyo tenue de mis labios, que adornaron tu cuello con collares de saliva. Gusté con mis ojos el aspecto terso de tu piel  y su suavidad con mis dedos.  Bajé la braga de tu bikini y te pusiste boca abajo, de cara a la puesta de sol, con tu culo resplandeciente y sinuoso como grácil hondonada sobre el que brillaba, como pequeños diamantes, algunos granos de arena transparente. Desabroché la hebilla de la parte de arriba del bikini y tus pechos cayeron, oscilando levemente, hermoseando la escena.

     Ahora mis ojos vestían tu desnudez con miradas lúbricas, que provocaban tu sonrisa, mientras el sol anaranjado y hermoso iba acelerando su caída hacia el horizonte. A la llamada de mi mirada acudieron mis labios que, sin mucho pensárselo, se posaron ahítos de humedad sobre  la piel jugosamente dulce de tus nalgas. Las bañaron en besos mientras mi lengua paladeaba tu rico sabor. Percibía tu creciente excitación en la aceleración de tu respiración y en el vello rubio de tu piel que erizado, era agitado por el viento como espigas. La misteriosa oquedad de tus nalgas, engañadoramente minúscula, se brindó junto a mis ojos y mi dedo índice, osado, no pudo resistir la invitación de penetrar en ella. Gustando la humedad acogedora de su interior, entraba y salía como quien elabora una caricia puramente artesana. El movimiento de tu cuerpo acompañaba rítmicamente aquel vaivén y tu respiración se entrecortaba expeliendo el aire a borbotones. Al fin, un aullido largo brotó de tu garganta mientras tu frente caía a plomo sobre la arena y tus nalgas quedaban plomizamente estáticas. En ese instante el último rayo de sol desapareció tras el horizonte  y el resplandor de rayo verde nos alumbró mágicamente, mientras nuestros cuerpos, confundidos en uno, rodaban sobre la arena.

 

El beso helado

El beso helado

       Detesto ese beso frío, que durante años he aguantado, con el que pretendes engalanar nuestra jornada. Ese beso que cuelgas en el aire, desprovisto totalmente de pasión o emoción y con el que secas, aún más, mis sedientos labios al amanecer. No entiendo el por qué sigues dándolo y si no sería mejor el que reconocieras que tu fábrica de besos cálidos con destino a mis labios, un día, no se sabe por qué motivo, se quedó sin existencias.

Perdido en tu axila

Perdido en tu axila

      Me gusta extraviarme en tu axila y sentir cómo ella me habla de ti. Me deleito en mirarla, cuando descaradamente levantas tu brazo, siempre nueva y diferente, según la luz que la modela. Disfruto descubriendo esa desnudez intrínseca y descarada que, habitualmente pudorosa, con el brazo pegado al cuerpo, permanece oculta a la mirada ajena. Siempre que poso en ella mis labios, ya esté salpicada de pelos oscuros o con la suavidad de seda, éstos placenteramente se electrizan y se abren para que la punta de mi lengua la agite y la recorra paladeando cada pliegue y recoveco, divagando mis papilas en la levedad de sus puntos suspensivos. Me gusta salivarla, mientras mi nariz degusta el olor atractivamente ambarino que desprendes y degusto el sabor exquisito de tu sudor que me alborota.

            El contacto de cualquier parte de mi piel con ella me excita y me va endureciendo, especialmente cuando abres tu brazo como las fauces de un tiburón para que introduzca mi sexo en él y con movimientos rítmicamente hábiles me conduces al colmo de mis placeres. Si una axila tuya me enloquece de tal manera, no te digo cuando pienso o me extravío por las dos.

Labios secos

Labios secos

Tengo mis labios agrietados

del dolor de tu ausencia,

sueño...

para sanarlos con la saliva

del recuerdo de los tuyos.

Sin respirar

Sin respirar

    Hay momentos en la vida, como éste, en los que disfrutamos de ella sin, ni siquiera respirar, si los comparamos con esos otros en que se respira tan perfectamente bien...¡qué pocos son!