Blogia

AIRES ABIERTOS

Unos cafés a dos

Unos cafés a dos

         Era una tarde tan calurosa y caliente, como puede ser ésta, el segundo calificativo lo pensaba más bien ella. Estaban tomando una taza de café, mejor dicho dos, eso hubiera querido ella, el que la taza fuera compartida por sus labios y los de él. Esto lo pensaba mientras sus dedos finos sostenían su taza y observaba con una mirada ahíta en lascivia los labios de él. Ansiaba besar esos labios espléndidamente carnosos que apoyaban su bigote negro. Y no le era difícil imaginarse su sabor.   El interior de su boca se iba llenando de una saliva que deseaba introducir en aquella boca. Quería sentir sus labios posándose en aquellos otros, recorrer con la punta de su lengua aquel rostro curtido y disfrutar del cosquilleo, en sus papilas, de los pelillos del bigote. Entrechocar y retorcer sus labios con el otro y sentir como la lengua de él se introducía en su boca y con ella el que intuía uno de sus más deliciosos sabores masculinos. Que le profundizara todo lo dentro que pudiera, hasta el interior de su garganta y ella quedara, casi, sin respirar de puro placer. Que sus lenguas se anudaran y pudiera recorrer los dientes de él adivinándole las formas. Y poco a poco dejar que esa humedad mezclada de sus bocas, contagiara todo su cuerpo, haciéndolo temblar y encontrando su salida natural entre sus piernas…     Ella seguía mirándolo con ojos cargados de apetito, él consciente de su mirada le sonrió. En aquel momento él acercó su cabeza. Fue, entonces, cuando ella cerró los ojos y él en un movimiento súbito… él alzó la taza a sus labios para probar el café. Ella de un solo trago deglutió toda la saliva que había producido dentro de su boca.

Ladrón de sueños

Ladrón de sueños

   "Acercaste tu paso hacia donde yo estaba, mientras notaba, por llamativas señales, que todo mi cuerpo celebraba tu cercanía. Me gusta verte con tu camisa desabotonada ¿te lo he dicho?, de modo que mis dedos rasguen con facilidad esa apertura, dejando al descubierto tu pecho. Me lanzo con agilidad felina sobre él  cubriéndolo a besos, ayudándome de mis uñas que se cuelgan de él, abriéndose paso, atravesando tu mata de pelillos, con estudiada ternura. Mi acercamiento se convirtió pronto en desesperado y con agilidad desabotoné tu pantalón que huyó, como una exhalación, hacia tus piernas. Tu calzoncillo hinchado parecía querer reventar, lo bajé con el descaro acorde al momento que vivíamos y tu sexo enhiesto apuntó hacía mis labios…”

    De acuerdo, ya sé que eso no ha salido de mi mente, pero no pude aguantar. La pasada noche me introduje en tu cuarto mientras dormía, disfruté la visión de tu desnudez y atrevido hice algo que nunca se me había ocurrido: robarte tus sueños. Sí, me he convertido en un vulgar ladrón…de tus sueños y eso es lo que he plasmado aquí con mis palabras.

Día de calor

Día de calor

     Me gusta este día como hoy, en que me he levantado  desnudo de la siesta  y bañado en sudor.  Descorro las cortinas y observo, no sé cómo pero se nota, el peso del calor sobre el asfalto de la calle. Es un buen momento para planchar, voy al salón donde estás trabajando con el ordenador y me saludas sin quitar la vista de la pantalla, aunque mirándome con levedad de reojo. Monto la tabla de la plancha y, encendiéndola, extendiendo una de mis camisas me dispongo a quitarle las arrugas. El vaho caliente de la plancha llega hasta mí, provocándome más calor.  Mi frente se humedece rápidamente y me tengo que separar de la tabla para que las gotas no caigan sobre la ropa. Cada poro de mii cuerpo empieza a convertirse en un manantial de sudor y noto como esos fluidos van descendiendo por mi espalda…

                Me miraste, ahora fijamente, y empujando el ordenador a un lado, dejaste el bolígrafo sobre la mesa y te acercaste a mí, con movimientos felinamente lentos. Llevaba yo ya un rato esperándote… Acercaste tus labios a mi oído y muy quedamente me dijiste: te seco? Sin esperar casi a que afirmara con un gesto de mi cabeza tu lengua se agarró a mi cuello y fue descendiendo lentamente por mi espalda, absorbiendo mi sudor. A la par que tus dedos juguetones danzaban sobre mi pecho absorbiendo la humedad de ahí con tus caricias. Dejé la plancha y me quedé quieto mientras me degustabas. Poco a poco fuiste bajando hasta que tu lengua revolucionó todas las sensaciones táctiles de mis nalgas y tus manos, a la misma altura, asían mi sexo que llevaba tiempo esperándote. No tardaste nada en estirarlo y hacerle desaparecer todas sus arrugas…

                Uff, ¿comprendes ahora, que no entendías el por qué, cómo me puede gustar un día de tanto calor como éste? Porque sé que, al final, el desenlace siempre es el mismo.

The last day

The last day

                Al despertar miraste el reloj, mañana a esta hora estarías ya trabajando, hoy es el último día de vacaciones. Sudabas, tiraste las bragas al suelo y jugabas a que ese estrecho rayo de sol que entraba por la ventana, iluminara esos recortados vellos de tu pubis, que destacaban brillantemente oscuros sobre la blancura de su alrededor.

         A tu lado brindándote, o mejor dicho protegido por su espalda, estaba él. Una mañana más este rato, hasta que saltabas de la cama, se convertía en un doloroso recuerdo de tu soledad y de un ansia, mal  curada, de caricias. Bajaste tus dedos, lentamente, dibujando las formas de tus pechos y degustando la creciente dureza de tus pezones, que parecían gemir con gritos silenciosos. Tu barriga recepcionó con avidez aquellas manos que esculcaron en tu ombligo y fueron bajando y gustando la suavidad de tus muslos, hasta encontrarse con tus labios… Los sentías hinchados  de puro anhelo, los palpaste y presionaste como si pudieras exprimir el deseo. Y tu dedo índice más osado se perdió en su interior. Te notaste muy mojada.  Sacaste el dedo y lo expusiste al rayo luminoso que entraba, la mitad de él relucía con brillo nacarado. Lo acercaste a tus labios, intentando paladear ese sabor que él tanto se niega a degustar y cerrando los ojos una lágrima furtiva brotó del ojo izquierdo deslizándose por tu mejilla

         Un ronquido sincopado sonó al otro lado de la espalda y su cuerpo, con lentitud, se giró boca arriba. Tú estuviste a punto de decirle: no me ves que estoy desnuda? Acaríciame, hazme tuya. Satúrame de tus caricias, calma mi ansia de ti y penétrame hasta dentro hasta arrancarme la última brizna de placer y dejarme agotada entre tus brazos…  Pero, ¡no dijiste nada! ¿Para qué? Esta escena se llevaba repitiendo durante años y se acentuaba en estas mañanas, sin prisas, de las vacaciones. Ya ni siquiera te hacían llorar, el cupo de lágrimas que tenías para esto se agotó hace tiempo oxidando tu ánimo y probablemente los muelles de este colchón sobre el que reposabas.

-¿Estás despierta?-dijo él- hoy es tu último día de vacaciones. Nos vamos a andar por la playa?

-No me apetece-dijiste, doliéndote de esa aparente normalidad que él encerraba en sus palabras.

-Entonces ¿qué te apetece?

-¡Que me acaricies!

-Para eso el día tiene muchos momentos…

-…

         Vestiste tu desnudez desperdiciada con el manto de silencio que envolvió la habitación y  sudaste con gotas de desesperación reiterativa. Y a pesar de su proximidad física te sentiste con una, tan oscura, soledad que sólo se atenuó cuando él, levantándose de la cama tras un beso en los labios como quien besa una piedra (así lo sentiste tú), te la dejó toda para ti. Pusiste tu mente en blanco, durante unos minutos, y caminaste con paso esquivo a la ducha. Dejaste que el agua mojara tu piel, atenuando tu desazón, mientras tus manos, queriendo semejar la de otro cualquiera, perdidas sobre tu cuerpo y sin mucho esfuerzo, lograron confundir tus humedades con la humedad del agua. Afortunadamente, te dijiste mirándote al espejo, mientras secabas tu cabello, ¡mañana trabajo!

Tu ráfaga

Tu ráfaga

    Se ha convertido en algo habitual el decirnos adiós, el que nuestros cuerpos durante ese instante que dura ese abrazo,  se abran al máximo para captar las sensaciones del otro, para llevárselas consigo y racionarlas hasta la próxima vez que las circunstancias nos permitan acercarnos. Generalmente ese adiós lo acompañamos de algo material que el otro se lleva de nosotros y sirve para evocárnoslo.

      Esta vez tu regalo me sorprendió: un frasco de colonia, sin marca. Inicialmente no me llamó demasiado la atención, soy muy igual para mis cosas y siempre me gusta usar la misma, te dije. Pero ésta  es diferente, repusiste, la he hecho yo para ti. Y cierto que eso la hacía muy diferente a todas, tú habías mezclado las esencias y trabajado con ellas con el esfuerzo de tus dedos para crear ese aroma, que como una ráfaga tuya habías encerrado en el interior de aquel frasco de cristal.

Esa tarde cuando me duché, reflejada mi desnudez ante el espejo, que yo quisiera semejar a tus ojos, tomé el frasco como quien coge un tesoro entre sus dedos y pulsé el pulverizador para que aquellas gotas mágicas, que semejan el tierno ardor de tu aliento, refrescaran mi cabello, mi pecho, mi ombligo, mi...  Sentía como si parte de esa ternura, que tan bien te conozco, en aquellas ráfagas se fueran adhiriendo a mi cuerpo, a la par que un perfume embriagador abrazaba mi nariz. Me gusta ese olor que desprende la colonia cuando se topa con mi cuerpo y, quizás es cosa mía, pero es idéntico al producido cuando entrechocamos nuestras pieles. Es como si me acompañaras y te llevara, cada instante, junto a mí.

         Desde entonces, no comienzo el día sin esa ráfaga tuya que me invade y me estimula para comenzarlo de una manera diferente. Mi pregunta es, ¿qué hago cuando se me agote esa peculiar poción mágica? Tendré una excusa más para ir a verte...

En la barra

En la barra

           Cuando vi a aquella pareja, algo en ellos captó mi atención. No fue tanto el hecho de que hacía tiempo que habían cumplido los cuarenta, sino del peculiar acercamiento que se adivinaba entre ellos.

            Él, alto y huesudo, que adornaba su calvicie con unos cabellos grises muy cortos, tenía sobre su nariz unas gafas de montura fina tras las que destellaba una mirada brillante de ojos negros. Su brazo izquierdo estaba estirado rodeando el hombro de ella, entre asiéndolo y acariciándolo.

            Ella, de edad parecida, con una melena negra estilosamente recortada y con su cuerpo ondulado en curvas aún firmes.  Una blusa blanca dejaba al descubierto la parte baja de una espalda bronceada y una falda oscura daban salida a sus piernas, sin duda lo más destacable de toda su imagen. Eran unas piernas lisas, hermosas como pocas, lindamente musculadas a la vez que torneadas, de un tono canela que emitía brillos y con un aspecto que bastaba mirarlas para engolosinarse en la suavidad de su piel.

            Ambos estaban sentados en unos bancos altos y acodados en la barra de aquel bar. No hablaban demasiado ya se encargaban de hacerlo, a gritos, las miradas que se lanzaban y que les provocaban unas lúbricas sonrisas. Las manos volaban al cuerpo ajeno con un mal estudiado pudor. Las de él, se perdían en su espalda y ahondaban más allá del hueco al aire de su espalda. Las de ella, bajaban el cuello y alborotaban el vello de su pecho. En aquel bar de olor a café y a humo más que amor se adivinaba la pasión.

            No pude quitar la mirada de ellos, ni siquiera, cuando  nos levantamos de aquellos bancos y salimos del bar muy agarrados por nuestras cinturas, seguí mirando al espejo en el que había estado observándonos y saboreé doblemente, cuando volviendo la cabeza y mirando nuestras espaldas, mi mano se le introdujo por detrás sintiendo la creciente suavidad de sus nalgas.

Al caer la noche

Al caer la noche

    Mi cuerpo ajado por el cansancio del día, camina con paso y ánimo trastabillado hasta la cama. El día ha sido largo y el deseo de tumbarme llega a hacerse doloroso. Otra noche más de calor, al que parece que contribuye el canto de un grillo gorgojeante que suena en el exterior de mi ventana. Me quito el pantalón corto que me cubre con errático pudor, cuando entro en la penumbra del dormitorio, y dejo que todo mi cuerpo se deje acariciar con el aire antes de caer, como un pesado saco sobre el colchón. Noto el leve vaivén que los muelles del colchón imprimen a mi cuerpo y al fín éste queda totalmente estático.

    Acomodo mi postura, como si la superficie del colchón ya conociera mi cuerpo. Y mis ojos, a pesar de mi cansancio muy abierto, se abren a la oscuridad de mi habitación. La luz del despertador eléctrico, juguetona, cada vez que lo miro tiene números distintos, parece cosquillear mi mirada. Y, entonces, mirando sin ver nada al techo, tan gris como veo mi vida a veces, te veo muy bien dentro de mí.

     Siempre te necesito a esta hora, traerte a mi lado y contemplar ese rostro que tanto me ilumina. Tu presencia cercana e íntima hace resplandecer la habitación, soy capaz de sentir tus manos, tan mías como amorosas, perdiéndose o más bien, encontrándose con este cuerpo mío al que tanta vida le das. Me dejo empapar por la ternura recordada y ahora plenamente sentida de tus besos y voy dejando que mi cuerpo se relaje mientras mi cabeza se inclina a la izquierda buscando un hueco en la almohada, como si fuera ese hueco, que aún puedo oler y percibo, que tienes en tu cuello. En pocos segundos, acompañas mis sueños.

Durmiendo la siesta

Durmiendo la siesta

     Hoy después de comer, me tumbé en la cama desnudo, para dormirme como medio de combatir el calor. Era la hora en que en la calle solitaria y desierta, sólo se escuchaba el rumor de una cigarra o la oscilación de una araña que pendía de un hilo de su tela. Me dejo invadir lentamente por el sopor, a la par que siento como me va invadiendo el deseo de ti. 

        Y como si los deseos se cumplieran en ese medio sueño oigo, a mi espalda, tus pasos descalzos que golpetean mimosamente el suelo del dormitorio. Mi cuerpo se hunde levemente hacia el centro del colchón cuando tu cuerpo se deja caer sobre él. Me cimbreas con tus movimientos mientras te acercas por detrás de mí. Sin moverme, disfruto como tu cuerpo va cubriendo el mio a todo lo largo. Siento tu boca que paladea mi cuello. Tus pechos  apretados contra mí, mientras tus pezones sobresalientes se clavan, hiriéndome mimosamente en mis omóplatos. La suavidad de tu barriga se pierde en mi espalda, mientras el suave cosquilleo de tu pelillos revolucionan las hondonadas deseosas de mis nalgas. Tus piernas rodean amorosamente a las mías. Tu brazo izquierdo termina de hacerme tuya. Me rodea, me acaricias el pecho y una vez acomodada toda tú, se relaja sobre mi sexo y lo cubre con la palma de tu mano, quedando allí como una dulce capucha.

       No conozco mejor manera de dejarme arrastrar por el sueño y me voy con él, me voy contigo. Cuando despierto, empapado en sudor, ya no estás tú. Estoy sólo sobre la cama, intentando espabilar mis anhelos. Noto mi cuello mojado, al tocarlo con la yema de mis dedos y llevarlos a mi nariz, el olor inconfundible de tu saliva me habla de ti, provocando que todo mi vello se erice.

El mapa de tu cuerpo

El mapa de tu cuerpo

    Hoy quiero explorar el mapa de tu cuerpo, perderme en la aventura de tu piel y hacer los más recónditos descubrimientos. Tantearé el terreno, saboreando su distintas texturas, suaves unas, mullidas otras. Caminaré despacio, pero sin detenerme, tanto por carreteras grandes como por caminos intrincados. Rodearé tus curvas y escalaré hasta lo más alto tus cimas enhiestas alzadas hacia las alturas. Seguiré tus surcos hasta descubrirte esas misteriosas grutas que encierran lo mejor de tus tesoros. Saciaré mi sed en el punto de origen de tus manantiales y no pararé hasta ocasionar un terremoto en tu cuerpo y hacer que brote fuera, con toda su violencia, la lava de tu volcán.

Si no fuera por ti...

Si no fuera por ti...

...no sería capaz de mantener esta sonrisa que me acompaña, cada día desde el amanecer

...el silencio sería triste

...mi vida sería en blanco y negro

...los problemas cotidianos me hundirían

...el futuro sería como un oscuro agujero

...mis pensamientos e ilusiones se perderían sin tener a dónde dirigirse

...carecería de ese hombro a quien anegar con mis lágrimas

...la palabra com-partir hace tiempo que hubiera perdido su sentido

...seguiría buscando a alguien...seguiría buscándote a ti

Volviendo

Volviendo

    La vida es como un ciclo en la que las personas y las circunstancias vienen y van e internet no se libra de ello. Tras andurrear por esos otros lares por los que las musas literarias me tentaron vuelvo a encender este lugar, con las que quieren ser luces de mis letras.

     Ni siquiera sé si alguien de los que antaño me leían o de los que después del cierre entraron, se ha vuelto a detener por alguno de estos rincones. Si ha sido así debe haber sido en silencio, porque hace meses que ningún comentario o señal de vida aterriza por aquí. No me importa yo y mis letras nos movemos por pura necesidad. Siempre gustan que te lea, pero si no es así, bastaría el mero gusto de escribir sobre el muro virtual de este blog, para tener una razón para volver a plasmar mis letras por aquí.

Un cambio de Aires

Un cambio de Aires

     Cuando nos convertimos en seguidores de algún blog, no solemos tener muy clara la razón que nos ha conducido a ello, aunque en la mayoría de las veces es por "culpa" de unas letras, que sin saber cómo nos han seducido.Todos los que nos movemos por este peculiar mundo de la blogosfera, vemos como los blogs van apareciendo y desapareciendo y con ellos esa peculiar faceta que le imprime a sus letras quien lo escribe.   Algunos blogs permanecen durante años y otros son efímeros, pocos post que luego nunca llegaron a tener continuidad. Faltan pocos días para que este blog cumpla cuatro años y creo que ha llegado el momento de "un cambio de Aires", en el doble sentido de la palabra. Sí, voy a cerrar este blog. Sus letras seguirán mientras por aquí, quizás hasta que un día decida enterrarlas del todo.

        Aunque muchos de sus post están cargados de sexualidad, siempre he procurado "asexuarlos", es decir no dejar muy claro el sexo de quien escribe, quizás porque lo que he escrito es válido para los dos sexos. En todo lo que se escribe siempre hay gran parte de lo que se lleva por dentro, en mis post aparte de trenzar letras en su fondo se mezclan frustraciones y fantasías, una carga y un escape de lo mucho que durante estos años me han acompañado. Pero en algunos momentos la vida real influye sobre la virtual y distintas circunstancias vividas han hecho que las frustraciones se hayan disuelto y las fantasías hayan tomado corporeidad, de algún modo que lo que eran simples fantasías oníricas hayan pasado a formar parte de la realidad e instalándose en el mundo de la memoria...por eso creo que ha llegado el momento de que estas letras, a su vez, desaparezcan.

         Gracias a l@s que habéis seguido mis letras y mis dibujos de trazos negros en los que he querido expresar lo que llevo por dentro, también a los que habéis dejado comentarios y, en especial, a los que a través de estas letras os habéis convertido en buen@s amig@s.  Espero que aunque estas letras callen, la amistad siga hablando.

           Seguro que nos volvemos a ver, dentro de un tiempo, por entre los blogs, Aires se marcha, pero quien disfruta escribiendo raramente puede callar, lo que no tengo muy claro es como aparecerá, tal vez sea en forma de un hada romántica o de un erotómano compulsivo, quizas como una jovenzuela enamorada o, tal vez, como aventurero incansable. Hasta siempre, cambio de Aires, pero quien me conoce, estoy seguro que no le costará reconocerme en esas letras que en cualquier otro momento, aparecerán por algún lado.       

Siempre imaginé...

Siempre imaginé...

...que los sueños podían llegar a hacerse realidad, hasta que llegó aquel día en que:

-la larga distancia que habitualmente  nos separa se redujo a distancia infinitésima

-tus labios atrajeron los míos y se perdieron en el más acompasado de los bailes que yo pudiera imaginar

-tus manos almizcladas con tu hábil encauce fueran sosegando cada rincón de mi cuerpo

-descubríamos en nuestros mutuos gestos grutas placenteras en las que sumergirnos venturosamente

-nuestro abrazo convertía, durante un instante mágico, nuestros dos cuerpos en uno solo

-tus dedos dibujaron caricias de primavera sobre mi pecho haciendo que brotara en sensaciones una nueva piel

-nuestros cuerpos enroscados mutuamente se dejaron mecer por la serena placidez del agua de la bañera

-tu respiración dormida sobre mi cara extraía de mí todas las ilusiones

-la luz del amanecer al vestir tu desnudez exaltó mis deseos hasta extremos desconocidos

-pudimos compartir sabores, cosquillas, complicidad, carcajadas y lunares en una melodiosa sinfonía

...ese día me di cuenta que el compartir esa realidad contigo era algo más hermoso que el sueño más maravilloso que yo nunca pudiera haber soñado.

Un día más

Un día más

             El amanecer golpeó con la levedad de su luz las rendijas de mi persiana cuando desperté, contenta porque no tendría que madrugar y podría ahuecarme en la cama. Noté tu respiración entrecortada, a mi lado, a la vez que me notaba acalorada. Desabroché despacio, soñando que fueran tus dedos quien lo hacía, los botones de mi camisón, bajé la manta y me gustó sentir que mis pechos, caídos hacia lados opuestos, se gustaban acariciar por el aire de la habitación.

            Y de pronto,  estando tan cerca, empecé a echarte de menos. Quería que te despertaras, no me hubieras perdonado que yo te despertara por mi deseo de ti, y en aquella semioscuridad vigilaba cada uno de tus gestos esperándote. Fueron diez minutos eternos en que mis dedos se hacían los despistados y, de vez en cuando, se deslizaban por mis pechos y se entretenían en mis pezones. Al fin te agitaste y, no pudiendo aguantar más, mi mano se puso por detrás de tu espalda intentando hacerte girar hacia mí, que tu cercanía fuera algo más que física, que te entraran ganas de calmar mis desesperados anhelos. Te giraste con pereza mezcla del no espabilarte y de esa carencia de deseo, que ya voy conociéndote y ha dejado lamentablemente de sorprenderme, y a pesar de que me apretaba contra tu cuerpo, tu gesto permanecía estático y ausente. Sentí tu mano como si estuviera adherida a tu cuerpo y le gustara hacer de frontera entre los dos. La cogí con la mía y la saqué de aquel hueco, la estiré con la mía y la deposité sobre mi pecho, que ya en estos momentos gritaba de desesperado ardor. Mis dedos entre los tuyos se acercaban a mi pezón, pero tú no te dabas por enterado y probablemente si esa mano perteneciera a un cadáver estaría más viva, en ese momento. Cogí tus dedos, dos veces, para chuparlos entre mis labios y se retiraron vergonzosamente en ambas ocasiones. No puedes imaginarte cómo tuve que morderme los labios y recurrir a lo más profundo de mí para no hundirme en la más absoluta de las miserias. Aunque no me sorprendiste, ésta es una situación hastiadamente revivida que parece prolongarse en el tiempo sin posibilidades de que algún día mute. Mis pezones pedían caricias y sólo se topaba con las mías y con el peso muerto de tu mano estática. 

            Ya no pude aguantar y mis manos, antes disimuladas ahora se revistieron de descaro e intentaban con sus caricias apaciguar el ardor que cada vez más me iba invadiendo. No sé si fuiste consciente de ellas, me daba igual, sólo sé que retiraste la mano y acompañó a tu cuerpo en ese giro que hizo que me brindaras tu espalda intentando dormir más. Yo seguí acariciándome, casi con desesperación me pellizcaba, ahora se movía todo mi cuerpo y estoy segura de que, como una onda, llegaban mis vibraciones hasta tu lugar del colchón. Sentía la humedad que brotaba entre mis piernas, mientras mis dedos me provocaban placenteras sacudidas. Al fin, levantaste la cabeza y sin echarme una mirada, ni siquiera de lástima, te levantaste de nuestra cama, aduciendo que ya no ibas a dormir más. Olvidaste, incluso, darme ese beso desprovisto de cualquier pasión, que sueles darme. Yo ya estaba totalmente desnuda. El ruido de tus zapatillas saliendo por la puerta del dormitorio acompasó a mi delicioso orgasmo.

            El agua de la ducha me hizo olvidar tu desplante mientras mi mente volaba hasta rincones y huecos que nunca imaginarías, por eso al salir a la calle nunca sabrás por qué después de todo lo anterior y al ver mi cara reflejada en la ventanilla de un coche empecé el día con la mejor de mis sonrisas.

Culpable

Culpable

           El hueco de la ventana se pierde en su angostura pero me inunda la luz. Las paredes rugosas en piedra acolchan el apoyo de mi espalda. Condenada he sido, dicen, por un terrible delito. ¿Cómo se me ocurrió, me dijo el fiscal, proceder con tu ayuda a aquel terrible e incruento asesinato? No figuró como atenuante el que estuviera harta de ella que no me dejaba ni a luz ni a sombra, ni que su presencia me agobiara, me doliera o me frustrara, ni que empezara a odiar aquella mala compañía hasta extremos insoportables. Me preguntó por ti, pero yo me negué en mi derecho a no contestar. Él insistía: cuando te conocí, en que consistió nuestra relación y que cuando fue que decidimos unirnos en aquella planificación para el crimen. Yo callaba, mientras pensaba en ti y lo miraba sin ver.

            Se volvió hacia aquel público morboso, ávido de sensaciones, y reconstruyó, con esa óptica de no entender nada, cómo debió ocurrir. Cómo por esa malévola combinación de nuestras culpas, dejó de seguirme para quedarse aniquilada. Lo peor, seguía diciendo, es que no se volvió a saber de ella que se perdió en el aire o en la tierra ¿quién sabe dónde? sin que nadie se pudiera compadecer.

            El juez convencido de aquellos argumentos me condenó a cadena perpetua, no era justo, para él, que hubiéramos suprimido a quien estaba predestinada a acompañarme de por vida. No sé si atisbé en sus ojos una llamarada envidiosa, lo que no impidió que me enviara para siempre a este rincón perdido, en el que, sin que él lo sepa, me acompañas y en el que juntos recordamos, tu y yo, el día en que me ayudaste con tu ternura a eliminar para siempre a esa dichosa e insistente soledad.

Dolor de primavera

Dolor de primavera

             Abre el día estallando en luces de amanecer, mientras por mi ventana se cuelan, en ráfagas desordenadas, aromas de azahar, el color de los geranios que escalan la ventana y el gorjeo bullanguero de los pájaros. En pocos instantes, los últimos resquicios de sueño, quedan abandonados sobre la almohada, aún caliente  que guarda las formas onduladas de la cabeza. El aire con calidez de solsticio abriga mi piel desnuda, despertando exquisitamente su sensibilidad. Un roce leve de la tela de la camisa sobre mi pecho, lo endurece con cierta delectación.  Esa y otras sensaciones que me van recorriendo parecen concentrarse en mi sexo, que espabilado se alza sobre sí mismo adquiriendo consistencia placentera.

 

            Todo ello, finalmente,  torna en sufrimiento, en ese dolor de primavera, como si tuviera el corazón en carne viva, que me atraviesa e impregna cada célula de mi cuerpo. Y lo peor es que no hay un remedio sencillo para el mismo. Sólo conozco una forma de atenuarlo: tu presencia cercana, el contacto íntimo de tu piel, el que me sanes con la dulzura de  tus caricias y que nuestros labios se encuentren y se comuniquen con esa húmeda, y rabiosamente ansiada, vecindad del beso.

El caballero de la mano en el pecho

El caballero de la mano en el pecho

(Dibujo de Aires)

Un título clásico aplicado a un dibujo moderno.

Tu leve caricia

Tu leve caricia

(Dibujo de Aires)        

           Nunca sabes cómo, pero una mañana cuando miras al cielo, por mucho que brille el sol, y luego miras a tu interior  lo ves todo gris. Eso me pasó a mí una mañana, ¿o fue una tarde? no lo sé, pero ¡me pasó! Desde aquel día mi ánimo se tornó alicaído y cada paso que daba por el camino de la vida se convertía en un esfuerzo agónico, donde la palabra aliciente era desconocida para mí. Pero el gris dicen que es un color dinámico, que nunca se queda quieto y que sus matices poco a poco van tornando al negro. Así lo veía yo todo, negro azabache, un bonito y elegante color, cuando no hablamos de esa perspectiva con la que una ve la vida. La soledad ancló en mi y cuando me veía en el espejo, el tono de mi ánimo oscurecía mi piel y no era capaz de diferenciarla de mi sombra, hasta que…

 

        …llegaste tú. Fue encontrarme contigo y dejar que, algo tan simple como ese gesto de tu mano, se acercara hasta mí e hiciera un chasquido de dedos mágicos como el de un genio de las mil y una noches. Dejé apoyar mi barbilla en ellos y entonces todas mis trabas, como por ensalmo, fueron abandonándome y coloreándome por dentro y por fuera. Especialmente en ese momento en que fui consciente de que aniquilaste, para siempre, a esa soledad que me acompañaba y de que me transmitías con esa leve caricia todo lo que de maravilloso tiene la vida.

Puedo imaginarme...

Puedo imaginarme...

-dando saltos en una nube

-un unicornio azul

-un árbol con hojas  rayadas

-palabras con sabor a caramelo

-un atardecer que se alarga con el sol dando botes en el agua

-una vaca volando...

          Lo que me resulta imposible imaginar es mi vida si me faltaras tú.

Pintando al óleo

Pintando al óleo

             Tú te empeñaste en que te pintara al óleo. Parecía como si quisieras contradecirme cuando yo  te decía que semejabas una imagen en blanco y negro con el contraste de tu  melena negra sobre tu piel blanca y esos lunares ambarinos que salpìcaban primorosamente tu epidermis. No querías que te pintara en blanco y negro querías verte brotar en colores desde mis dedos.

 

            Acudí a tu casa con el lienzo y las pinturas y mientras  preparaba la paleta te tendiste en el sofá a modo de la maja vestida. Pero sólo fue un instante porque segundos después con tu ropa arrojada a mis pies ya semejabas a la otra maja.  La paleta quedó estática en mi mano izquierda mientras yo contemplaba alborozado tu figura de músculos torneados que tumbada sobre el sofá empezaba a agitarse. Tus dedos finamente afilados se abrían paso a través de una mata espesa y recortada de pelo negro y horadaban mimosamente aquella hendidura, cuyo olor a sexo emanado al aire, llegaba a mi nariz confundido con el de mis pinturas. Tú seguías acariciándote con la misma tranquilidad que si estuvieras sola, pero sin dejar de mirarme con unos ojos mitad deseosos, mitad desafiantes. El movimiento oscilante de tus pechos atraía mi mirada y no digamos  de esa sinuosa línea que parece separar tu escultural barriga en dos partes y que se cimbreaba con el ritmo que lo hace el oleaje en un día de marea agitada. Tu ombligo estirado pero nada presumido, semejaba un párpado que me guiñaba en cada una de tus oscilaciones. Y esa respiración inicialmente silenciosa, fue trocándose en crecientes gemidos que parecían rasgar tu garganta y arañaban mis oídos de puro placer.

 

            No pude aguantar más la excitación que me atenazaba y cogiendo el pincel entre mis manos, cuidando de mantenerlo en la posición adecuada,  realicé el cuadro más maravilloso que nunca había hecho, eso me dijiste. Lo más curioso es que cuando marché de tu casa el lienzo seguía tan blanco como lo había llevado y ahora era  en ti, en aquel cuerpo blanco tachonado de lunares, a modo de perlas negras, donde mi pincel te había teñido con la más dulce y maravillosa de las blancuras.