Unos cafés a dos
Era una tarde tan calurosa y caliente, como puede ser ésta, el segundo calificativo lo pensaba más bien ella. Estaban tomando una taza de café, mejor dicho dos, eso hubiera querido ella, el que la taza fuera compartida por sus labios y los de él. Esto lo pensaba mientras sus dedos finos sostenían su taza y observaba con una mirada ahíta en lascivia los labios de él. Ansiaba besar esos labios espléndidamente carnosos que apoyaban su bigote negro. Y no le era difícil imaginarse su sabor. El interior de su boca se iba llenando de una saliva que deseaba introducir en aquella boca. Quería sentir sus labios posándose en aquellos otros, recorrer con la punta de su lengua aquel rostro curtido y disfrutar del cosquilleo, en sus papilas, de los pelillos del bigote. Entrechocar y retorcer sus labios con el otro y sentir como la lengua de él se introducía en su boca y con ella el que intuía uno de sus más deliciosos sabores masculinos. Que le profundizara todo lo dentro que pudiera, hasta el interior de su garganta y ella quedara, casi, sin respirar de puro placer. Que sus lenguas se anudaran y pudiera recorrer los dientes de él adivinándole las formas. Y poco a poco dejar que esa humedad mezclada de sus bocas, contagiara todo su cuerpo, haciéndolo temblar y encontrando su salida natural entre sus piernas… Ella seguía mirándolo con ojos cargados de apetito, él consciente de su mirada le sonrió. En aquel momento él acercó su cabeza. Fue, entonces, cuando ella cerró los ojos y él en un movimiento súbito… él alzó la taza a sus labios para probar el café. Ella de un solo trago deglutió toda la saliva que había producido dentro de su boca.