Blogia
AIRES ABIERTOS

Cosas circulando por fuera

Encontrándonos

Encontrándonos

         Cuando nuestros labios silenciosos se fundieron, tras tanto tiempo ahítos de sueños y deseos; nuestros dedos iniciaron su lenguaje.  Primero con novata torpeza que, a medida que pasaron los minutos, se trocaba en hábil destreza. Nuestras ilusiones agazapadas fluyeron del uno al otro y revelaron el más hermoso de los secretos:

         Que si hay algo más maravilloso que los sueños es que, alguna vez, estos se cumplan más allá de lo que nunca pudimos imaginar.

Música

Música

            Cuando me invitaste a interpretar a dúo esta partitura, sin haberla ensayado previamente, nunca supuse que aquellos sones acompasados sonarían tan asombrosamente bien. 

SMS desesperado

SMS desesperado

         Sé ke no as ovidao akel polvo loko y morboso en tu kama, ni las 4 veces que te corriste. Pos no tolvides de ke yevo 9 horas condío en el maletero de tu coch, dond m metiste cuando apareció tu marido por el garag. Toy desesperao.¡SACAME!

Contemplándote

Contemplándote

        Paseaba a esas primeras horas del amanecer con esa llave de tu casa, que me diste un día. Para que no tengas que llamar, me dijiste. Subí las escaleras despacio y abrí la puerta sin hacer ruido. Allí estabas tú acostada en tu cama.

        Cogí una silla y me senté cerca tuya, como un espectador invisible que disfruta descaradamente del hermoso espectáculo que se abre ante sus ojos, de tu cuerpo que se alargaba boca abajo ahuecando un colchón que es feliz de sostenerlo. Veía tus pestañas cerradas, relajando tus ojos y tiznando de suma quietud tu rostro; tus labios sueltos, sin esa presión a la que le obligan los músculos, brillando en la oscuridad, con la levedad de la saliva, y encerrando tras ellos, placidez, deseos, palabras, sonrisas, pasión, ternura…¡qué de cosas pueden encerrar unos labios cuando se tiene la capacidad de mirar a su través! 

         Me costaría trabajo, con esa poca luz, el ver tu pelo negro, pero seguro que esforzándome en abrir las pupilas era capaz de verlos y gustarlos con mi mirada, no con esa especie de casco estático que te ponen en la peluquería, sino con ese grato desatusamiento que es producido por los movimientos espontáneos de tu cara acariciada por la almohada. Y sé que tendría ganas de acariciarlo, de pasar mis dedos, suavemente, entre ellos; pero no lo haría para no despertarte y que se pudiera interrumpir este mágico momento         

          Miraría tus manos estilizadas, con tus venas que esculpen pequeñas alturas que mis dedos pugnarían por escalar hasta encontrar de premio el tacto suave de tus uñas y estaría atento a contemplarlas cuando en un movimiento espontáneo sale de su ocultamiento bajo la almohada.         

           Y me pondría a mirar tu camisón, cortito, resultón que traza las líneas de tu cuerpo con más cuidado y habilidad que el mejor diseño realizado con un estilógrafo de tinta china.  Tela enriquecida por tu mero contacto, que con sus estudiadas aberturas  convierten tu cuerpo en una exhibición traviesa ante mis ojos, ondulaciones superiores que despiertan traviesamente en mí sentimientos lógicos pero inconfesables. Ondulaciones inferiores que curvean la tela y hacen surgir como dos cataratas de plata tus piernas hermosas y seductoras. Largo y sinuoso camino de quien se empeñara en recorrerlas saboreando el paseo para terminar en esos pequeños apéndices, a veces destacados en colores brillantes, que semejan bombones por su aspecto y dulzor. Eso dicen…porque sólo un@s afortunado@s han disfrutado del exquisito placer de que se lo saboreen unos instantes sin que su cuerpo estallara en estridentes cosquillas. ¿Tú eres de es@s?         

         Y disfrutaría, sin prisas, de aquella regalada visión. Disfrutar y prisas ¿hay dos palabras más incompatibles? Y como todo cuerpo en que late un corazón, la quietud no sería eterna y, tarde o temprano, empezarías a agitarte. Al principio muy lentamente, como un rumor o como la ondulación de un agua plácida, que se contagiaría de una célula a otra y luego con ese desperece, que parece engrasar tus articulaciones, bostezando y estirando tus brazos a distancias imposibles y dejando a la doble caricia de mi vista y el aire esa desnudez de las axilas, que nuestros brazos ocultan más por comodidad que por pudor.         

         Y vería, mientras esbozo una sonrisa, como tus ojos trabajosamente escarban para vislumbrar la luz del día y tu cara de sorpresa al descubrirme en aquella deleitante contemplación. Y probablemente, no sería capaz de evitar, ni siquiera lo intentaría, las estrellas de colores producidas por ese movimiento brusco e intenso de tu cuello que conduciría nuestros labios a chocar en el aire.

El color del cielo

El color del cielo

-¿De qué color está hoy el cielo?-me preguntaste, antes de salir, mirándome a los ojos.

-Marrón brillante con destellos de luz- te contesté, devolviéndote tu mirada, sin necesidad de descorrer la cortina de la ventana.

De vez en cuando...

De vez en cuando...

         ... me sucede. Voy andando por la calle y mi habitual respiración, sistemática e inaudible, interrumpe su ritmo, entonces doy una respiración profunda, honda, concentrada y justo, en ese momento, es cuando, como si hubiera despertado de un bonito e idílico sueño, tu figura que imperceptiblemente estaba soñada en mi mirada, se difumina en el aire.

Sacudida

Sacudida

        Aún hoy no estoy segura si aquel placer y sacudida tan intensa que recorrió todo mi cuerpo, aquella primera vez que estando juntas, me mordiste mi pezón, se debieron a la sensación de tus dientes, incrustados en él mismo o al seductor parpadeo de tus pestañas, estilizadas, negras y hermosas, que le acompañó.

Saliendo del mar

Saliendo del mar  

            El cielo se tornó de un inquietante color gris a la par que el rumor ambiental de la playa silenció de una manera llamativa. Pieles sudosas de mil brillos y ojos expectantes dirigieron su atención hacia el mar, atraídos por el leve chapoteo de la figura que avanzaba, cimbreándose graciosamente, hacia la orilla. Unas piernas largas, turgentes y exquisitamente torneadas imprimía movimientos elásticos a aquella sirena de anchas caderas, que parecía surgir de las profundidades, pechos que se adivinaban redondeados y amplios, cuello de marfil y una larga melena planchada por las olas que originaba pequeños manantiales de agua salada sobre su espalda.

 

Nadie hasta entonces, que se recuerde había despertado tanto  morbo en aquella playa nudista, repleta de cuerpos aireados, como aquella mujer, al salir del agua con tanta tela bajo la que se traslucía una piel  nívea y seductora..

 

Palabras afiladas

Palabras afiladas

          El día que en que me despedí para ir a dormir y sentí tus palabras, afiladas como cuchillos, clavándose en mí,  me di cuenta de que tu actitud, respecto a mí, había cambiado :

-Quédate acostada en tu lado de la cama que si no, cuando yo me acueste, mi lado olerá demasiado a ti.

Corriendo, volando...

Corriendo, volando...

...a algún sitio, todo es urgente o al menos importante.¡Qué difícil olvidar la agenda o dejar el móvil en el cajón! Estamos pendientes de esos correos que nos tienen que llegar, de ese recibo que nos tienen que cargar, de esa cita con el médico. ¿Qué sería de nosotros sin el reloj o esas hojas del calendario que vamos arrancando como si buscáramos un tesoro tras ellas?

         Por eso ahora que no estás, estoy feliz de que esta flor de mi terraza haya abducido mi atención durante tanto tiempo y mi mirada, como si se dirigiera a ti, se haya dedicado a pasearse lentamente, sin prisas, como si la saboreara con delectación, por toda su superficie.

Una jornada junto al mar

Una jornada junto al mar

              Cuando la misma brisa acarició sus rostros, ahora desusadamente cercanos, fueron conscientes de que aquel deseo tan celosamente guardado y compartido en sendos corazones, iba al fin a cumplirse. Por primera vez, si miraban hacia atrás,  en aquella larga vida que se acercaba, con presteza y elegancia, al medio centenario, tenían la oportunidad de vivir juntos un día de playa.            

                Sólo tenían un día y decidieron aprovecharlo desde las primeras horas del amanecer. Cuando se descalzaron, pisaron la arena aún fría por el reciente contacto nocturno, y mientras sus pies se dejaban acariciar por aquellas diminutas partículas de sílice,  admiraron como el tono pálido del cielo iba coloreándose brillantemente al salir el sol. Sus manos huérfanas, hasta entonces, volaron por el aire al mismo tiempo hasta encontrarse y entrelazarse en un abrazo sólo con los dedos que pareció darle una mayor consistencia a sus pasos, ahondando más sus huellas paralelas en la arena.            

               Encontraron un lugar que mutuamente gustaron en aquella playa semisalvaje y con esa soledad  que   impone sobre la arena el calendario cuando se abandona el verano. Allí tendieron sus toallas con un paralelismo que les perseguía durante meses y se deshicieron de esas ropas que les acompañaba en su devenir diario y ahora les estorbaba. Excitados como adolescentes que empiezan a relacionarse con el sexo opuesto, con una mirada, que no se atrevía a mirar de frente y cargada de un cierto nerviosismo quedaron en bañador. Ella le había dicho que hacía mucho tiempo que había abandonado el bikini, por eso cuando, en esta ocasión, la vio con un seductor bikini floreado, le ilusionó que se lo hubiera puesto por él. La visión de aquella barriga blanca en la que destacaba su ombligo, diminuto y algo saliente, pareció actuar de detonante entre aquellos cuerpos y como si una invisible magnetismo actuara sobre ellos se abrazaron, gustando ambos de esa adherencia yuxtapuesta en que se sintieron con unas sensaciones siempre deseadas y, hasta este momento, nunca vividas. Los dos pares de pestañas se abrazaron sobre sí mismas interiorizando, gustando, ese momento que desearon que se transformara en eterno. Y cerca de eso debió estar porque cuando abrieron los ojos y se vieron reflejados en el tono brillante que despedían los ajenos ya estaba el sol cruzando, con paso resuelto, el mediodía. Pero antes las yemas de sus dedos habían recorrido con placidez seductora, por ambos lados, los caminos y recovecos del cuerpo que se les brindaba; sus piernas habían formado un cinturón prensil en torno a sus caderas y sus labios habían saboreado con suma delectación el sabor almibarado que desprendía su cuello. Los dos habían escuchado alguna vez aquello de “que se pare el mundo”, pero por primera vez habían vivido aquella placidez estática en sus propias carnes.             

              El sol brilló con fuerza y sus manos teñidas por la untuosidad de la crema bronceadora se expandieron con ternura sobre el cuerpo ajeno. Disfrutaron como nunca en algo aparentemente tan normal como poner crema. Era una buena excusa para acariciarse sin remilgos, para conocer su cuerpo con sus sinuosidades ocultas, para captar aquellas emociones que ella nunca se atrevería a decir, para arrancarle brillos a la epidermis y convertirla en sumamente apetecible para retener en la memoria esas sensaciones  tan imprescindibles cuando volvieran a estar lejos, Sin soltarse las manos sus cuerpos se tendieron sobre las alfombras con sus ojos mirando al cielo y queriendo seguir el vuelo de una bandada de flamencos de alas ondulantes que atravesó por encima de ellos. El sol acariciaba aquellos cuerpos y su calor circulaba por esos vasos invisibles que los conectaba a través de sus dedos.           

              Sintieron la llamada del mar y se levantaron humedeciéndose, primero, las plantas de los pies y luego el resto de sus cuerpos que refrescados, se sintieron de nuevo unos y, al unísono, se dejaron mecer por las olas y el sonreía observando como el pelo de ella encanecía con la espuma. Y disfrutaron de aquella dulce ingravidez y a semejanza de las especies marinas, danzaron como medusas, se abrazaron como pulpos e, incluso, se mordieron como tiburones.             

               Exhaustos y contentos salieron del mar regando la arena con gotas perladas que se desprendían de sus cuerpos y se sentaron a comerse unos  bocadillos, mientras sus miradas jugueteaban en el aire. La tarde avanzó mientras arreciaba el viento, que empujó a aquellos cuerpos a ponerse muy cerca, mientras el brazo alrededor ayudaba a ello. Y se dijeron esas palabras que no se pueden escribir que se dibujan en el aire con lazos permanentes a la vez que iban marcándose a fuego en lo más profundo de sus corazones.             

               Y los brillos del cielo fueron enmudeciendo y paradójicamente los colores se hicieron más hermosos, como si una sinfonía de tonos fuera escribiéndose sobre el horizonte. El sol se redondeó y del rojo pasó al anaranjado  mientras unas nubes traviesas le arrancaban fuerza, justo antes de que desapareciera tras el horizonte, aunque ellos no estaban mirando en ese momento ya que lágrimas alegres les impedía la visión mientras sus cuellos se giraban y se saboreaban mutuamente sus labios, primero, levemente, en la superficie y luego, con fruición, hacia el interior…            

                Cuando él se despertó, en la cama, la sonrisa le invadía por dentro, tras tan maravilloso sueño.  Lo que no llegó a entender es cómo podía ser que las sábanas estuvieran tan llenas de arena.

La almohada

La almohada

         Un día que ibas a salir con tus amigotes me compraste una almohada grande. Así no estará la cama tan vacía cuando yo llegue tarde, me dijiste. Esas salidas se han convertido en habituales y, desde luego, en esos momentos, la almohada me ayuda a sentirme mucho menos sola.

En la bañera

En la bañera

            Retumbó con fuerza la puerta haciendo vibrar el marco y mi pecho. Te acababa de ver con cara de “noséhastacuándo” y en venganza, o mejor dicho, para que no me vieras llorar, me encerré con la excusa de darme un baño. Miré por última vez tu cuerpo desnudo, te levantabas para vestirte, y tus nalgas robustas en las que minutos antes casi me había asfixiado arrancándote lamentos de puro goce. Las veía como si estuviera en duermevela con esa sensación de que despertarías de un momento a otro y se desintegrarían para siempre. Me senté en el borde de la bañera con la mirada colgada en el recuerdo anhelando los placeres perdidos y arrullada por el sonido del agua al caer.

 

            Aún resonaba tu voz cuando comparabas mi espalda con una noche de estrellas y decías que mis lunares formaban la constelación más hermosa que nunca habías imaginado ver, que aquellas preciosas "estrellas"que acariciabas con delicada ternura, eran la guía de tus pasos…¡qué efímera es la felicidad! Me puse en pie mientras la toalla amarilla que me regalaste se deslizaba lentamente por mis piernas arrancándome caricias embusteras. El corazón empezó a latirme con fuerza de puro deseo, cuando mi mente evocó tantos momentos compartidos y disfrutados y mi cuerpo empezó a dar gritos silenciosos solicitando caricias.

 

            Me introduje en la bañera provocando ondas con esa sensación de ingravidez producida por el agua. Mis manos se movieron nerviosas por toda mi húmeda anatomía. Mis uñas arañaban, incluso con dolor, toda mi barriga, mi pubis suave y los alrededores de mis pechos. Estos asomaban sobre la superficie del agua como dos bajeles que navegaran, con sus velas desplegadas, con forma de pezones duros y enhiestos. Al sentir la humedad del agua sobre ellos un temblor placentero recorrió todo mi cuerpo. Mis dedos como tentáculos de un pulpo juguetearon con la más dulce de mis cavidades, a la par que mis humedades interiores desembocaban en el del agua templada de la bañera y mis lágrimas se disolvían, dotando ambos fluidos al agua, originalmente insípida, de un rico sabor que alegró mis labios.

 

            No sé si sería impresión mía, pero me pareció que mi calor aumentaba la temperatura del agua y no pude aplazar más el tiempo, buscando de forma brusca, entonces, el placer inmediato, lo que me hizo sacudirme como una sirena y provocar oleajes en la superficie. Mi boca semihundida emitió burbujas de placer y, de pronto, todo mi cuerpo se relajó, cerré los ojos y mi cabeza desapareció bajo el agua…

Despedida

Despedida

          Nunca me han gustado las lentas agonías de las despedidas, siempre he preferido decir un simple adiós y marcharme con rapidez. Aunque esta vez era distinto, sería la primera vez que nos separáramos después de tanto tiempo. Me imaginaba, en esa escena rescatada de tantas películas, diciéndote adiós  desde el muelle con un pañuelo blanco y almidonado, con la mirada alta intentando otear hasta ese último instante en que el barco fuera un punto disuelto en el horizonte.            

        Pero ¿cómo hacer esto cuando nos separan 3.000 Km? A esa hora, salí a la terraza y me dejé acariciar por la brisa mientras cerraba los ojos…Minutos más tarde sentí un sabor húmedo y salado en mis labios, no fui capaz distinguir si esas gotas eran salpicadura de las olas o tus lágrimas derramadas. 

Envidia

Envidia

         Siempre he envidiado esa enorme capacidad que tienen tus ojos para descubrir las más profundas de mis intenciones.

Obertura en Sol mayor

Obertura en Sol mayor

         Me resulta imposible, a pesar de los días transcurridos, olvidar nuestro encuentro.           

         Era  un día de sol brillante y aún vibra mi cuerpo, al recordar con qué habilidad y destreza la dulcedumbre de los cinco dedos de tu pie fue capaz de lograr la obertura, extrayéndome una exquisita y fluida melodía de mis cuerdas más sensibles.

Tus lágrimas de despedida...

Tus lágrimas de despedida...

...regadas sobre mi cuerpo, harán brotar en él hermosas flores, para que cuando regreses, pueda tenerte preparado, para recibirte, el más hermoso ramo que pudieras imaginarte.

Cuatro palabras

Cuatro palabras

            Despertó, como si lo hubiera hecho, con el sonido mudo del despertador, estaba de vacaciones, y le alegró soñar en duermevela y escuchar los primeros sonidos del amanecer al otro lado de la ventana, mientras remoloneaba en la cama. 

Su cuerpo, carente de álguienes, recibió agradecido el sorpresivo contacto, sobre su pecho, del rostro de ella. Éste sólo se posó, pero fue lo suficiente para que toda su piel, desde los pies hasta la cabeza, clamara en silencio para que el liviano contacto se transformara en amplio tacto. No quiso moverse temiendo que aquella pose delicada cesara en cualquier momento, mientras notaba como el deseo iba abriendo, uno tras otro, todos sus poros y endureciendo su más sensitivo instrumento.

            Los minutos transcurrieron lentos y lo que en otro momento hubiera sido plácido, en esta ocasión, eran tensos de pura ansia. Desobedeció aquella orden de su mente que le imponía quietud y cogiendo la mano lánguida de ella, depositó su dedo índice sobre su tetilla, queriéndolo convertir en el que aprieta el gatillo; pero aquella mano se puso en movimiento, alejándose de aquel corpúsculo de placer concentrado, originándole un intenso dolor de los que no se atenúan con analgésicos. Insistente, acercó ahora, aquella mano a sus labios, para sentirla y reconstruirla con su la dulzura de su saliva, pero ahora el alejamiento fue más brusco e inequívoco. Miró los labios de ella y pudo adivinar que se cerraban sobre sí mismo, pero aquel instantáneo goce sucumbió en décimas de segundo cuando de su boca sólo brotaron cuatro palabras:

-Me voy a levantar.

            La desgraciada sorpresa finalizó con un beso de “the end” y mientras el cuerpo de ella se alejaba, dándole la espalda, paradójicamente comenzó a sentirse menos solo y pensó que ya iba siendo hora de que se terminaran aquellas vacaciones.

La carne viva

La carne viva

    El aire de la mañana arrancaba dolores en mi piel desnuda, tallada en carne viva a causa de la reiterada ausencia de tus caricias.

Así me veo...

Así me veo...

  ...en el espejo, tras esas horas en que la espuma de tus amorosas olas, salpicó intensamente y sin descanso cada rincón de mi cuerpo.