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AIRES ABIERTOS

Cosas circulando por fuera

Generacion.net

Generacion.net

       Se ha relanzado recientemente la revista digital Generacion.net, os invito a visitarla. Hace unas semanas se me pidió colaboración con un post para este relanzamiento y aquí aparece publicado.¡Bienvenidos!

Mi cocodrilo

Mi cocodrilo

       (dibujo de Aires)

         Siempre pensé que los cocodrilos nacían al romperse un huevo, aunque éste desconozco cómo llegó a aparecer a mi lado. Era pequeño, vivaracho y en aquel tiempo en que era una cría, casi gracioso. Sus ojos lánguidos y sus movimientos ágiles me resultaban atractivos. Yo fui creciendo y a la vez que me hacía más nervuda, aquel saurio también fue desarrollándose: sus mandíbulas se robustecieron y sus dientes se afilaron, su piel se endureció con una fuerte coraza y sus movimientos ágiles desafiaban con ardor la ley de la gravedad. Aquel conocimiento mutuo se convirtió en intimidad creciente y como si  de una sombra se tratara, nos convertimos en inseparables.

 

            Tan habitual se me hizo su compañía que llegaba a pasarme inadvertida en mi devenir cotidiano, hasta que fui consciente de la excesiva protección que creaba en mi entorno. Algunos hubo que intentaron aproximarse, con desconocidas intenciones, nunca llegué a saber cuáles eran porque en cuanto él se apercibía de aquel acercamiento, me defendía a dentelladas o sacudiendo ágiles coletazos. Aquella protección habitual y repetitiva, de tantos años, de aquel inopinado guardaespaldas me hacía andar segura por la vida y sin temor a interferencias ajenas que pudieran socavar mi tranquilidad.

 

            Hasta que...¡apareciste tú! Te fuiste arrimando a mí, lo que, inicialmente, me pasó dulcemente inadvertido. Y cuando fui consciente de ello, no imagino cómo, te habías situado entre mi cocodrilo y yo. Tuviste esa rara habilidad de distraerlo, de domesticarlo y eso nos sedujo, a él y...a mí. Y hoy cuando caminas a mi lado con tu brazo rodeando a mi cintura, aún suelo escuchar detrás nuestro los andares acompasados de sus patas de cinco dedos delanteros y cuatro traseros y el rasgueo de su cola por el suelo, y alguna vez que lo he mirado de reojo y me he fijado en sus, en otro tiempo, temibles fauces, he visto cómo, aparte de guiñarte el ojo, te sonreía.

La sombra solitaria

La sombra solitaria

           Se había acostumbrado a caminar al unísono con aquella otra sombra, por eso al despertar por la mañana, con esa extraña manera como lo hacen las sombras: sin abrir los párpados, se extrañó de no encontrarla a su lado. Miró a su alrededor y no la vio. Se deslizó con velocidad de sombra por paredes y suelos, rebuscó en rincones y hasta se introdujo en minúsculos resquicios, pero…¡había desaparecido! 

          Llevaban juntos mucho tiempo e incluso cada vez se sentía más cerca de ella ¿Qué habría pasado por la cabeza de su amiga para que desapareciera sin decirle nada? ¿habría hecho algo que le hubiera sentado mal a ella? Por más que pensaba no llegó a imaginar el motivo de aquella huída.

         De pronto, un extraño bostezo resonó en su interior y notó como si una parte de sí se espabilara ¿qué le estaba pasando? Escuchó la risa sonora de su amiga que partía de su interior y entonces su corazón de sombra iluminó su inteligencia. Su amiga no se había ido, efectivamente con el tiempo se habían acercado tanto que ahora ella se había introducido en su interior y, desde entonces, aquellas dos sombras que siempre había ido reflejadas a par en las paredes, pasaron a formar una única e indivisible sombra, que ya nunca más se sentiría solitaria.

Tus dos...

Tus dos...

(dibujo de Aires) 

...y no precisamente de la tarde. Se alzan surgiendo de ti como anunciándome las sabrosas mieles del resto de tu cuerpo. Siempre acompasados y en pareja, se introducen en el aire desplazándolo esféricamente. Dos formas que me seducen atrayendo mi mirada que las acaricia, previamente, sin tacto. Parecen buscar el acople natural de mis labios y la caricia envolvente de mis dedos. Me gusta sentir como se posan sobre mis manos, mientras intento ficticia y sabrosamente darles formas. Su piel tersa compite con la suavidad de cualquier seda oriental.

    Y en sus extremos coronándolos se encuentran esas cimas de oscura belleza que, cuando la levedad de mis labios se posan sobre ellas, raudas se transforman en duras como el pedernal. Se dilatan y penden con soltura del extremo de mis dientes que las arañan con ternura.

Me encantan tus dos pechos...

La huída

La huída

        Sí, sé que ni tú ni yo podremos olvidar aquel último encuentro en el que en pleno invierno disfrutamos de sentir cómo brotaron las flores entre nuestros dedos,  de aquel juego de miradas o de aquellas sensaciones únicas que sólo desde el silencio podrían describirse. Aunque el mutuo gozar convirtió el tiempo en algo largo, llegó el temido momento de nuestro adiós. El triste arrancarnos de nuestra mutua compañía con la incertidumbre de cuando nos volveremos a ver, el retorno a esa vida de cada uno que nos reclama.

         Pero hay algo que ha ocurrido y quiero advertírtelo por si no te has dado cuenta, lo llevo observando con asombro desde que nos separamos, ¡mi sombra ha desaparecido!... Sí sé que parece absurdo, pero así ha sido. Un día caminando bajo el sol  me di cuenta de que todo el mundo caminaba precediendo a su sombra, ¡menos yo! Busqué con ese ansia de quien ha perdido su cartera. Pero no hubo forma. Sospecho lo que ha ocurrido, mi sombra siempre ha sido un poco díscola y no me extrañaría nada que de esos días que caminamos juntos también se convirtiera en inseparable de la tuya. A ella le da igual todo, no está tan atada a la realidad como yo y probablemente se ha negado a venir conmigo y se haya quedado disfrutando con ella. ´

          Ya me dirás si te acompañan dos sombras. Yo por mi parte estoy cada vez con la piel más blanca, evito al máximo tomar el sol para que nadie descubra que, desde que estuve contigo, me he convertido en el hombre sin sombra.

 

La rajita

La rajita

           Estaba deseando verte en esa tarde de verano. Te acercaste a mí sonriente y, entonces, fue cuando, sorpresivamente, me brindaste tu rajita para que la chupara. Quedé honrado por tu gesto y con paso vacilante, teñido de alegría me acerqué a ella, el tono sonrosado de su piel me invitaba a acercar mis labios, y no tardé en hacerlo aspirando ese aroma que despedía y me inundó por dentro. Cada vez tenía más calor…acerqué mis dedos a ella con gran suavidad y ¡estaba chorreando! Lamí mis dedos y saboreé aquel sabor que pronto sería mío. Acerqué mis labios a aquella rajita y nuestras  humedades se intercambiaron, el sabor dulzón de tu rajita me llegó más allá del paladar. Estaba realmente sabrosa.             

           Miré a tus ojos, me sonreías por haberme dado aquella preciosa dádiva y disfrutabas con mi deseo desatado., cuando ya no resistí más mis labios se cerraron sobre ella y con fruición fueron saboreando lentamente sus sabores y dulzuras. Sólo al final me dijiste: ¿me dejarás algo?            

           Yo con algo de pena me separé de ella y te devolví lo poco que quedaba de aquella rajita de sandía a la que me habías invitado.

Olvido

Olvido

-¡Qué cabeza la mía! Otra vez me he ido a la calle sin ropa interior. Me la he debido dejar colgada en el tendedero...

La enseña roja

La enseña roja

         Todo empezó con un simple café. No había sitio en la cafetería y Lucía me preguntó que si se podía sentar a mi lado. Empezamos hablando del tiempo y cuando las tazas estaban vacías ya sabía ella que mi vida era de una apacible soltería y yo que estaba casada con un hombre brusco que no la hacía feliz. Nos citamos para la semana siguiente y el tiempo se me hizo eterno hasta volver a verla, cuando la volví a ver estaba mucho más guapa, con un vestido apretado que resaltaba sus curvas y una sonrisa que parecía ir de cacería. ¡Y le dio resultado! Aquella virginidad a la que me había acostumbrado durante mis cuarenta años empezó a  doblegarse y acabó de hacerlo cuando ella sin más preámbulo me citó en su casa el jueves siguiente, por la tarde, era el día en que su marido iba a hacer halterofilia al club.

         Quise llevarle un regalo y como ya le había detectado un cierto punto morboso me pareció que podía ser un buen regalo unas bragas de seda roja. Estoy seguro de que le vino bien, pues no tenía ropa interior, como luego pude darme cuenta, debajo del escueto vestido con el que me recibió. ¿Qué puedo decir de aquella cita? Que fue realmente maravillosa, que nuestros cuerpos se reconocieron y estallé en un placer desconocido, hasta entonces, para mí. La despedida fue triste como siempre que dos cuerpos se separan tras el goce y con ganas de repetir en cuanto pudiéramos. Lucía tuvo una idea, como yo pasaba de vez en cuando bajo su ventana, cuando estuviera "disponible" me pondría las bragas que yo le había regalado, a modo de enseña colgada de su tendedero. Y así lo hizo, y ocurrió tres o cuatro veces que al pasar bajo la sombra de aquella tela roja, me excitaba y subía hasta su casa donde dábamos rienda suelta a los placeres carnales. Aquello era un acierto, hasta que un día...

         ...allí estaban de nuevo las bragas rojas, oscilando con el viento, subí los escalones de tres en tres, ese día iba tan excitado que mi apéndice en vez de colgar se izaba eufóricamente. Tuve una idea, para darle una sorpresa, y que me viera de tal guisa, me desnudé entero y llamé a la puerta; pero la sorpresa me la llevé yo: un individuo de dos metros de largo y anchos músculos me abrió segundos antes de lanzarme un directo al pecho que me oscureció todo. Era su marido que estaba en casa, no había contado yo con la mala cabeza de Lucía que algún día salía a la calle sin colocarse la ropa interior.

         Escribo esto desde la cama del hospital, lleno de moratones, con tres costillas rotas y una pierna descalabrada. Y de algo estoy seguro, no vuelvo a meterme en un lío como éste. Prefiero la sosegada vida de soltero...

Envuelta en papeles

Envuelta en papeles

            Marcos volvía a casa tras una larga jornada. Aún desde el coche, llamó a Isa, hoy celebraban su primer aniversario viviendo juntos, pero aún notaba su nerviosismo adolescente cuando escuchaba su voz al otro lado del teléfono.

 -¿Cómo estás?

-Envuelta en papeles-le respondió ella con esa voz sensual que la caracterizaba.            

              Hubiera querido preguntarle algo más, pero la falta de cobertura, en aquel instante, se lo impidió. Pero él la conocía bien y, sin duda, sabía que le habría preparado una velada inolvidable. Una cena romántica y elaborada y, lo mejor, alguna propuesta elaboradamente erótica a las que Isa, para su alegría, era muy aficionada.            

               La larga hilera de vehículos con los que se cruzaba, le alumbraban por un instante, mientras su imaginación jugaba distraídamente con el críptico mensaje de Isa. Se la imaginó desnuda, con esa piel blanca y sedosa que brindaba diariamente a sus caricias. ¿Habría ocultado, juguetonamente, sus desnudeces entre papeles? Y en ese caso, ¿qué papel habría usado?  Descartó el papel de lija, que en los apretones podría raspar la piel. ¿Sería un papel de estraza? No, que es demasiado basto. ¿Sería un papel de regalo con un lazo de color? Seguro que no, él estaba acostumbrado a romper esos papeles sin mirarlo y ella, probablemente, buscaría algo que detuviera su mirada. ¿Tal vez un papel pintado? Haría juego con el maquillaje que tan mimosamente se ponía y sobre todo con esos labios rojos, cuyo color él deslucía con la fruición rozada de sus labios. Quizás fuera un papel charol, así iría conjuntada con esos zapatos de charol de largos tacones, en los que se alzaban sus piernas estilizadamente a modo de dos columnas dóricas. No, seguramente estaría envuelta en papel de seda, es el que mejor le vendría además de que trasparentaría leve y sensualmente su cuerpo.         

           Terminaba estas reflexiones cuando subía los escalones impelido por el hambre, simultánea, de comida y de Isa. Al abrir la puerta se llevó una gran sorpresa. Su mesa de despacho estaba cubierta de una montaña de papeles tras la que asomaba la figura ojerosa y despeinada de Isa, embutida en un chándal. Fue tanto su desconcierto que la primera que habló fue ella: 

-Hola cariño, como te dije, aquí estoy envuelta en papeles, mañana tenemos una auditoría y tengo que estar trabajando toda la noche para ponerla al día. En la mesa de la cocina tienes  pan y un papelón con choped  para que te prepares un bocadillo- y tras un leve beso, siguió trasvasando papeles de un lugar a otro de la mesa.            

          Marcos, no dijo nada, y aunque súbitamente pareció desaparecerle el hambre, se preparó un bocadillo y se sentó frente a la televisión, masticando con extrema lentitud mientras veía “Supervivientes”.

Haciendo un trío

Haciendo un trío

        Sí, ya llevaban mucho tiempo haciendo un trío en la cama...y no les iba mal. Ella, él y el tedio. Los tres tenían repartido su espacio y sus funciones. El tedio siempre en medio participando a partes iguales de El y de Ella, pero sobre todo de la relación entre ellos. No sabríamos la razón, pero tal vez fue aquel rayo de sol del amanecer que entró por la ventana el que estuvo a punto de romper aquel consolidado equilibrio. El cabello de él brilló por un instante y ella asomando su mirada por encima de los hombros del tedio, lo miró como hacía años que no lo hacía y estirando la mano por el espacio infinito que los separaba acarició levemente su cabeza. A él no le pasó inadvertido aquel gesto y sintió que esa fuerza olvidada le endurecía aquel miembro que indisolublemente le acompañaba. Cuando ella observó la potencia de aquella dureza ¿asustada? recogió su mano para colocarla en su lugar habitual.

       El tedio que por un instante se había levantado de la cama, se acostó, de nuevo, sobre el colchón y volvió a instalarse, cómodamente, entre ellos.

Sorpresa...

Sorpresa...

         Quien entra habitualmente en este rincón un poco escondido de la blogosfera, ya lo conoce. Es un sitio donde sin mucho ruido ni alharacas, doy rienda suelta a mi pasión por las letras y el dibujo a los que intento aderezarles unas dosis de sensualidad. No suele entrar mucha gente, no es un lugar conocido ni famoso como esos grandes blogs, algunos, incluso, publicados posteriormente en libros y ni siquiera suele ser habitual que me dejen comentarios.

          Pero ayer ocurrió algo extraño, de pronto las estadísticas empezaron a dispararse y en un día las visitas se multiplicaron por quince. ¿Qué había ocurrido, para que de pronto este recóndito y humilde lugar se atestara de gente como si estuviéramos en la plaza del pueblo en un día de mercado? Hoy navegando por la red, encontré la respuesta a esta pregunta. En un artículo que publica el periódico El Público ha sido citada esta página y, además, hay un enlace a la misma, incluyéndolos en los que llama erotiblogs. Al publicarse en un periódico nacional, este lugar de "aires abiertos" se ha hecho "famoso", por un día...

           Quien decide entrar aquí es como si quitara el vaho del cristal que lo separa del resto de la web, para acercarse y ver en la interioridad de esta página. Pero una duda me sigue quedando, tod@s l@s que entran, lo hacen de manera esporádica y sorpresiva viendo un blog al que nunca entraron, pero ¿qué perspectivas se le han creado tras leer el artículo? ¿Les habrá gustado este rincón o, más bien, les habrá decepcionado?

Caminando juntos

Caminando juntos

         No es extraño que aún me envuelva el aroma almizclado de nuestro encuentro. Un imposible sueño que tomó cuerpo en las líneas de la realidad. Un deseo cumplido en colores que van más allá de los que incluyen el arco iris. Los besos, que inauguraron nuestra ansiada cita, abrazaron nuestras pieles, ausentes durante mucho tiempo del otro. Y durante unas horas, como un islote en medio del océano, el cielo oculto por la niebla se llenó de luminosidad. Nuestras palabras cruzaron el aire, unas en formas de sonido, las más silenciosas, a través de las miradas.

        Caminamos juntos, construimos esperanzas y, sobre todo, disfrutamos lo que es el sentirse bien cuando se está al lado de alguien muy especial. En nuestro adiós nuestros labios parecieron quedarse pegados con esa sensación paradójica de rebosar de alegría y cargar con la tristeza de poner en marcha un reloj que empezará a contar los minutos hasta esa, nuestra, próxima vez, ¿quién sabe cuando?, en que nos volvamos a encontrar.

Frente al tablero

Frente al tablero

            Hace años que nos enfrentamos frente a frente sobre este tablero, tantos que ya los cuadros blancos están amarilleando. Elegiste jugar con las piezas negras, ya en eso debí captar tus aviesas intenciones. Me dejaste las blancas ¿quizás para que destacaran sobre sus colores la siempre oscura finalidad de tus jugadas?

 

            Tus piezas marcaban estrechamente a las mías y cada una de mis jugadas, yo pensaba inicialmente que felices, tarde o temprano las enturbiabas certeramente. Los peones minúsculos pero aparentes los derrotabas sin piedad. Mis alfiles lánguidos y altaneros eran desintegrados por tu pericia. La aparente fortaleza de mis torres las desmoronabas piedra a piedra. Los caballos brincaban con agilidad desplazándose con gráciles movimientos hasta toparse con la altura de tu muro que fueron incapaces de saltar. Mi reina ante la tuya quedó convertida en ilustre fregona. Y mi rey…mi rey es el único que siempre aguanta a tus continuos y persistentes embates. Ese rey resiste, “querida” Soledad porque en mi desnudez es lo único que me queda.

 

            Pero algo ha ocurrido, no te diré qué, para que no puedas prevenirte. No te salvará ni el más hábil de tus enroques. Por primera vez en todos estos años de partida contigo, Soledad, miro tus piezas y por primera vez veo que, para vencerme, las tienes pero que ¡muy negras!

 

Ondulaciones

Ondulaciones

        El cuerpo humano está lleno de curvas y ondulaciones, unas más redondeadas y otras sinuosas, unas son relajantes, otras ayudan a acurrucarse, las hay que despiertan sensaciones ardientes y encienden la pasión, pero otras como éstas hacen brotar mi capacidad oculta de ternura.

Dos tazas

Dos tazas

          Dos tazas circulares, repletas de café humeante, que depositadas sobre sus respectivos platos, semejan dos pupilas oscuras o, si la mente vuela más, dos pezones oscuros que sobresalen acicalando el instante. Tazas que sirvieron de excusa para sentarnos, los dos, en torno a una mesa sin esquinas y en ese determinado instante en que coincidieron nuestras vidas. Dos tazas que parecen imantarnos hacia el centro de la mesa, olvidando todo el resto del mundo que sale de aquellos múltiples círculos. El café humea y sus volutas hacen danzar las líneas de tu rostro en sinuosos movimientos que iluminan la luz con la que tus ojos me enfocan y acompasan la exquisita largura de tus negras pestañas.  

           Mis dedos inician un inaudito viaje por la superficie de la mesa, intentando salvar esa distancia que nos separa, pero antes de llegar al final se encuentran con los tuyos. Tamaños muy diferentes de nuestras manos pero que al sentirse se funden con facilidad, se complementan aderezadas por ese aroma de café que tiñe el aire. No sé que sientes tú, pero yo capto la suavidad de tu piel que eléctricamente sacude todo mi cuerpo. Nuestros labios, a distancia, palpitan de deseos inconfensables, imaginaciones desmedidas, de sentimientos que rebosan. De ellos brotan palabras que se anillan en conversaciones mitad adolescente, mitad adulta; mitad ingenua, mitad sabihonda. Piropos que se besan por el aire y las otras manos que se abrazan ahora. Los dos cafés, en medio, se agitan con tanto movimiento a su alrededor.

         Y el tiempo pasa y ellos quedan hasta que rumor silencioso de unos trinos lejanos nos hacen aterrizar devolviéndonos a la realidad. Y nuestros cuerpos se alzan al unísono, se derraman unas gotas de café sobre la mesa, cuando el tiempo desaparece extenuado. Esta vez se encuentran nuestros labios y un beso intenso los funde arrancándose lágrimas secas de despedida.

          Entonces, es cuando no tienes más remedio que irte, las tazas se quedan solitarias o, mejor dicho, mutuamente acompañadas y es cuando me confiesas que nunca te gustó el café, que prefieres el té.

Manual de instrucciones

Manual de instrucciones

         Hay días en que no estaría de más, para afrontarlos adecuadamente, un manual de instrucciones, aunque fuera tipo Ikea, porque parece que se nos introducen por detrás como si nos metiéramos un gran supositorio, pero, justo, al revés.

Esos dos

Esos dos

-Cuando me decías que los tengo preciosos, pensaba que te referías a mis ojos. Pero ¿por qué, entonces, me lo decías mirándome hacia abajo?

La sombra de ojos

La sombra de ojos

-¡Cómo me mira ese tipo! Y no me extraña, mira que le dije a mi madre que no me regalara esta sombra de ojos, color champagne, tan llamativa...

Fregando

Fregando

                                                                              (dibujo de Angel Arias)

               Disfruto fregando, pero eso no ha sido siempre, sino desde hace seis meses. Aquel día cenamos en mi casa los cuatro, nosotros y nuestras respectivas parejas. Yo no podía quitarte ojo de encima, a pesar de que te miraba sólo a hurtadillas. Estaba terriblemente excitada con ese morbo de comer a tu lado, actuando como si sólo fuéramos buenos amigos. Fue al terminar la cena cuando dije que iba a fregar los platos en la cocina, a lo que tú con un guiño cómplice te ofreciste a ayudarme, siguiéndome a la cocina, mientras nuestros cónyuges quedaron en el comedor charlando y preparando la mesa para el café posterior.

 

            Tras mis pasos por el pasillo escuchaba, con nerviosismo, los tuyos que me seguían envueltos en esa colonia que te había regalado por tu cumpleaños y que me volvía loca como retornaba a mi nariz desde la superficie de tu cuerpo. Llegamos a la cocina y tras dejar los platos en el fregadero, sentí tus brazos que me rodeaban con una ternura que me derretía, a la vez que una lluvia de besos me salpicó mi cabeza hasta que tus labios aterrizaron como un explosivo obús, así los sentí, sobre los míos.

 

No teníamos mucho tiempo…y lo sabíamos. Abrí el grifo y el agua fluyó límpida y salvaje sobre los platos, te apretaste contra mi cuerpo, tampoco había mucho sitio allí y nuestras manos disputaron la suciedad de aquellos platos para terminarlos cuanto antes. Nuestros dedos humedecidos por aquel chorro bailaban sobre la loza, se entrecruzaban, se acariciaron, se arañaban, extrayendo sensaciones concentradas que nuestros cuerpos modulaban para que no se perdieran más allá. La presión de tus manos me hacía sentir tu calor, tu cercanía y tu ternura que inoculabas hasta mis huesos. Aquellas corrientes fluían como meandros por la superficie de tus manos, zigzagueando entre tus venas y desembocando hacia las puntas que trasmitían a las palmas de mis manos que abiertas recibían en ellas el agua con parte de ti.

 

Los platos fueron depositándose brillantes sobre el escurreplatos. En el comedor escuchábamos a lo lejos la charla que se desarrollaba y, al fin, el último salió del fregadero. Entonces como si fuera una señal, tomaste mis dedos con tu poderosa mano y, sin decir una palabra, acercaste mis manos a tus labios. Tus besos mimosos la llenaron de saliva, sin dejar ningún resquicio seco y luego, con suavidad cada uno de mis dedos, muy lentamente fue desapareciendo en el interior de tu boca. Cerré los ojos mientras me excitaba y sentía tus dientes, tu lengua jugosa que se enredaba en ellos, jugueteando. Me sentí a gusto explorando ese sensual lugar, recorriendo tus encías e, incluso, acariciando tu campanilla. Mis dedos salieron con un sabor a ti que me encargué de paladear, mientras tú me ponía de espaldas al fregadero y yo me dejaba hacer. Tu brazo izquierdo me rodeó la cintura y el ruido inequívoco de tu cremallera acarició mis oídos, te había hecho caso y no me había puesto bragas para aquella cena y entonces fue cuando me levantaste la falda y sentí tu sexo poderoso, que como sin buscar encontró con rapidez mi hueco húmedo, que con ansia le anhelaba. Fueron sólo unos instantes, enseguida nos echarían de menos, y en poco más de cuatro leves empujones, me sentí llena de ti y mi sacudida, con silenciador, no evitó que los platos entrechocaran unos con otros en el escurreplatos. Dos minutos después, yo con el pelo atusado y la falda estirada, nos sentábamos los cuatro a tomar café.

Desde aquel día el momento de fregar es un rato “diferente” para mí y, sobre todo, cuando lo hago con agua caliente, no encuentro ninguna diferencia entre la humedad de mis manos y la existente, en ese instante, entre mis piernas.

Quiero...

Quiero...

...abrazar tu cuello con el mío, que se acaricien mutuamente y que mis labios se ajusten con los tuyos. Dejar que sus humedades fluyan de boca a boca, que sus carnosidades se reconozcan y cosquilleen mientras nuestras lenguas, húmedas y desnudas,  se reconocen y bailan al unísono la danza del vientre. Aspirar tu olor que, acariciando los huecos de mi nariz, me penetre hasta muy dentro

 

...acariciar con mi mano, con suma lentitud y, a la vez delicadeza, cada centímetro de tu piel. Gustando las oscilaciones que diseñan tu cuerpo y participando de ellas. Sentir como se va excitando tu vello que me cosquillea. Recorrer tu vientre liso, penetrar en tu ombligo y amasar tus pechos con caricias que te hagan temblar, hasta llegar a tus oscuros pezones, rutilantes y enhiestos que piden que me pose sobre ellos.

 

...y con mi otra mano, excavar por tu bajo vientre, gozar esa piel tuya de tacto sedoso, detectar con deleite esa hondura tuya limitada por esos acolchamientos carnosos que se abrazan, separarlos con mis dedos y sentir cómo, poco a poco, van ahogándose en tu líquido más sabroso y desapareciendo en tu interior; para luego, mientras tu cuerpo vibra al ritmo del mío, paladear  mis dedos y emborracharme con el sabor dulce del licor que produces.