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AIRES ABIERTOS

Cansancio

Cansancio

      No, no es que haya dejado de quererte sino, que tras tantos años en que mi esfuerzo chocó contra el muro de tu indiferencia, desencantado, he cesado de demostrártelo…

Paseo por la playa

Paseo por la playa

       Se dieron la mano y se miraron a los ojos.

-¿Dónde vamos esta mañana?

-¿Vamos a la playa?

-De acuerdo...

        Y en poco tiempo se encontraron allí.  Disfrutaron de un día maravilloso en aquella playa desierta, en el que el sol revitalizó sus cuerpos desnudos.  Se enfrentaron en luchas sin cuartel sobre olas espumosas y se dejaron envolver, al unísono, por la envoltura delicada y sensual de la piel ajena. Cabalgaron sobre las nubes, caminaron sobre el agua y se enfrentaron en caricias inimaginables. Al fin con esa húmedad ambarina que las gotas saladas, mezclas de sudor y sal, vestían sobre su cuerpo se tumbaron cuan largos eran sobre la arena y se dejaron acariciar melosamente por los rayos de sol... pero la mañana terminó.

         Dos figuras blancas aparecieron tras ellos, apartaron aquellas sillas ortopédicas de la ventana y las condujeron, mientras ellos seguían de la mano, al comedor del asilo.

-¡Qué le gusta a esta pareja pasarse la mañana mirando por la ventana! Y eso que sólo se ven pasar coches por aquí delante.

          Mientras servían sus platos, ellos uno a lado de la otra, se miraban y sonreían.

Dulce de leche

Dulce de leche

      Tras verla, cuando regresó de sus vacaciones el tono monocorde, pero de sedoso brillo, de su piel le recordó al dulce de leche, despertándole una intensa imantación. Al decírselo, ella, cual caramelo, se deshizo con pausas seductoras del "papel" que la envolvía. Gratamente sorprendido se percató de que aquel color se extendía por cada centímetro de aquella piel sin ninguna zona con alguna pátina desvaída que la manchara.

      Pero fue al paladear aquella superficie, cuando se dio cuenta de que su sabor era mucho más delicioso de lo que su encantador aspecto, en un principio, había presagiado.

Despertar

Despertar

     Hoy quiero que me despierten tus labios con sabor a  miel, posándose sobre los míos. Que tus caricias alboreen mi mañana iluminando mis oscuridades.   Quiero sentirme un títere entre tus dedos, nadie como tú ha movido mi cuerpo arrancándome tanto placer.

     Aprovecha mi desnudez y vístela con tu saliva, no hay prisas...  Cubre mi piel de brillo y humedad en la que tus dedos se deslicen y vayan espabilando mis sentidos. Quiero que, una vez despiertos, los haga crecer hasta desbocarlos, sentirlos sin ataduras ni límites. Confundir nuestros cuerpos hasta que el sol, ya, nos bañe con su luz.

     Y luego...dormirme otra vez...pero con tus brazos, en torno a mí, rodeando mis ausencias  y mis soledades.

Escalada

Escalada

       Aún no había alboreado el día, cuando ella inició un nuevo intento de escalada. Llevaba ya varios fallidos pero hoy tenía que ser el definitivo. Examinó su equipo: todo en su sitio y bien colocado. Se acercó al muro y comenzó la subida. El ascenso fue lento y, a ratos, imposible pero logró coronar con éxito la ansiada cima del inatrevesable muro que en el centro de su colchón lo separaba de él. Pero ¡él ya se había levantado de la cama!

      Decepcionada, se dolió de su ingenuidad. Saltó de la cama y mientras sentía bajo la planta de sus pies la frialdad del suelo, se dijo que no tenía más remedio que un día más tras la imposible vida vertical, sobrevivir en la complicada vida horizontal.

Advertencia no tenida en cuenta

Advertencia no tenida en cuenta

       Mira que te lo advertí, recuerdo que fue casi al principio de conocernos. Sé como soy y yo sabía que  podría ocurrir. No sé la causa, pero no tuviste en cuenta aquel aviso, continuaste adelante y preferiste seguir tus apetencias. Entonces fue, cuando hiciste aquello, que yo te advertí, que tuvieras cuidado de no hacerlo: ¡me acariciaste!

        Y desde ese instante...¡ya no me he podido separar de ti, ni tú desprenderte de mí!

Sensibilidad

Sensibilidad

        Le hacía demasiado caso a lo que decían los demás de ella. "Es una mujer enormemente sensible", solían comentar los que la conocían. "Tiene la sensibilidad a flor de piel", añadían otros. Ella aunque lo sabía empezó a creérselo más, pero cuando empezó a preocuparse fue, cuando cada vez que él le daba un beso, se le escocían los labios.

Té para dos

Té para dos

   El camarero depositó sobre la mesa las dos jarras humeantes con el té y las dos tazas con la rodaja de limón, mientras el ambiente estaba envuelto en sonrisas. Ella cogió una jarra tras otra y llenó las dos tazas, empezando por la de él. Sus movimientos, suaves, acariciaban el aire y ambos disfrutaron de esos segundos en que el rumor del líquido arañó en un fa sostenido la superficie de loza fina de las tazas.  

   El no perdía comba de aquellos dedos ágiles, finos y hermosos que se movían con destreza. Vio como, ahora, mimaban la piel del limón y su memoria revivió el contacto de aquellos dedos con su propia piel. Mientras las agrias gotas exprimidas creaban minúsculas ondas en la superficie del té siguió recordando cuando aquellas sedosas yemas arrancaron el placer de su epidermis. El azúcar se deslizó grano a grano hasta salpicar invisiblemente en su contacto con el té. Terminó este ritual, ella era la experta, disfrutaba con el té. Él era su primer té, pero durante los meses que tardaron en encontrarse, soñó con este momento de compartir con ella algo que sabía que le encantaba.

   Cogieron sus tazas en sus manos, cruzando sus miradas luminosas sobre los bordes de ella. El humo desdibujaba oníricamente la escena. Sus labios a pares sorbieron el líquido con esa fruición, comparable a que estuvieran topándose con los labios del de enfrente. Y muy lentamente, gota a gota, el té se extendió por sus lenguas, disparándose sus papilas gustativas y rebosando hacia la garganta las acarició como si fuera el más excelso de los jugos.

    Mientras sus lenguas lamían los restos húmedos que habían quedado en sus labios, ella pensó que era el té más exquisito que nunca había tomado, mientras él pensaba que estaba mucho mejor de lo que nunca imaginó y que difícilmente volvería a tomar, en toda su vida, un té como ése.

Mi piel tiene sed

Mi piel tiene sed

Mi piel tiene sed…

 

-de despertarme a tu lado y saborear juntos el alboreo del amanecer

-de tu mirada  de deseo, llameante, que acreciente mis ilusiones

-de la humedad viva de tu lengua que zigzaguee refrescando mi pasión

-de tus besos que compitan con los míos en la construcción de torbellinos a nuestro alrededor

-del roce de tu cabello alborotado que cual hilos de seda hormiguee todo mi ser

-de tu mano que rodeando la mía nunca me deje sentir la soledad

-de las caricias entrelazadas de tus dedos que transiten sin pausa por toda mi piel

-del cosquilleo casi imperceptible de tus pestañas sobre mi pecho que endurecen sus crestas

-de tu abrazo que me rodee, me acoja, me acurruque y me haga sentir tuya

-de tu cuerpo que ambiciono sentirlo próximo y que tome posesión del mío

-de sentir el saboreo complaciente de mis labios descendiendo por las firmes curvas de tus nalgas

-de tu sexo que me horade estremeciéndome en deleitosas sensaciones

-de tu voz que mime mis oídos con palabras dulces

-del sabor y el olor de tus jugos que sacien mi deseo desenfrenado

-del aire de tu respiración que abrigue cálidamente mis recovecos desprotegidos

-del latido de tu corazón que musique el ritmo de mi vida cotidiana

-del sonido mudo de tus pisadas, acompasándose a las mías

-de desprenderse de su voluntad y abandonarse en tus brazos

 

¡Mi piel tiene sed de ti!

Visita al cementerio

Visita al cementerio

      No era un dia aparentemente adecuado para visitar ese cementerio, no hacía viento, el sol brillaba en lo alto y la goma de mis suelas chasqueaba contra la rugosidad de la piedra que cubría el suelo. A mi alrededor sólo silencio, roto levemente por el murmullo macilento, que crea la nostalgia, prendido de las ramas de los árboles que me rodeaban.

       Caminaba con ese andar que marcamos cuando no vamos a ningún sitio, por entre las lápidas grises y negras que me rodeaban. La imaginación imantada hacia el pasado y la pena pesando en el presente. Me acercaba a aquellos túmulos tan lisos como fríos, a pesar de la alta temperatura, y mis dedos trataban de arrancarles esos restos de vida que un día hubo y ahora, por mucho que me empeñara, ya no existía. Flores desnudas de pétalos se arremolinaban por los rincones y, en un determinado momento, empecé a arrepentirme de esta visita al cementerio de las "palabras muertas".

        Sí, aquí yacían, aquellas palabras que un día brotaron espontáneamente de mi yo profundo y formaron ristras de ideas, en el aire o el papel, vivas, almibaradas y tiernas. Palabras que derribaron muros, que ardonaron ideas o socavaron corazones; que incluso jugando sólo con veintiocho letras producía combinaciones inimaginables recreadas en ternura e ilusión. Pero el tinte ocre del tiempo las decoloró y se fueron lastrando hasta que murieron en sí mismas y quedaron depositadas en este lugar.

       El paseo termina y mientras salgo de este recinto, me engaño con la idea de que sorpresivamente un "terremoto" recorra este desmadejado paraje y quebrando la firmeza de estas losas, dejen salir por sus resquicios, otra vez vivas todas las palabras que allí se encierran.

Al despertar...

Al despertar...

...me puse a soñar, con ese deseo siempre frustrado de, que alguna mañana me rescatarías del sueño, rodeando mi cuerpo, con un abrazo tuyo empapado en ternura...

     Giré la cabeza y dormías a mi lado. ¿Con qué estarías soñando tú?

En el sofá

En el sofá

        Estaba tumbado en el sofá, sumido con un libro entre mis manos, cuando al pasar la hoja, mi mirada se distrajo hacia la ventana y se perdió más allá de las nubes. Cerré los ojos y apoyé el libro sobre mi pecho. Fue cuando sentí la puerta que se abría y el aire me trajo el aroma de tu presencia, cuando intenté decir algo tu dedo delante de tus labios reclamó mi silencio. ¿Cuándo habías llegado?

       Te acercaste a mí con tus andares de gacela, mientras te desprendiste de tu vestido, todo lo que tenías sobre tu cuerpo, que voló sin alas hasta la silla. Seguí estático sobre el sofá mientras que tus rodillas se aposentaban a ambos lados de mis caderas. Inclinaste tu cuerpo con lo que tus pechos se me acercaron, por el aire, con una seductora, pero descompensada oscilación. Intenté apresar tu pezón con mis labios, pero me dijiste que hoy querías mandar tú. Quedé quieto mientras tus dedos con habilidad artesana fueron separando cuantos botones y ojales se encontró en la exploración que realizó desde mi pecho hasta mis pies.

        Te volviste a sentar sobre mi barriga, ahora sin telas que separaran nuestras pieles y tu alfombrilla de pelos cortos cosquilleó mi ombligo. Tus manos iniciaron caminos variados sobre mi pecho y hasta escalaron las cimas placenteras de mis tetillas. Deslizaste tus nalgas hacia atrás, con lo que dibujaste una línea de aromática humedad sobre mi pubis. Tus brazos rodearon mi cuello y tus labios empezaron a producir besos que se repartieron por todo mi cuerpo y extrayeron más de uno del interior de mis labios. Con un hábil movimiento sin manos me colocaste en tu interior. Tus movimientos vivos y hábiles hicieron que tu cuerpo se sacudiera en el aire en pocos segundos y que, seguidamente, todo mi placer acumulado fluyera...

       Aquella humedad inferior me despertó. El libro estaba caído sobre mi pecho, tras la ventana habían aparecido las estrellas. Tal vez fuera cosa mía, pero el aire de la habitación estaba teñido de ti.

¿Viaje a ninguna parte?

¿Viaje a ninguna parte?

       Te montaste en un vuelo con destino incierto, ibas sin miedo, intuías que el piloto era diestro y avezado. El trayecto fue mucho más maravilloso de lo que nunca imaginaste. Disfrutaste de piruetas del todo desconocida y sentiste como la adrenalina subía más arriba de la mayor de tus cimas, mientras sobrevolabas, cosquileándolas, nubes de algodón y dejabas atrás todas tus tormentas. Paisajes maravillosos cruzaron ante tu vista, que hicieron brotar en tu interior ilusiones de seda que acolcharon tu espíritu. El aterrizaje fue suave sobre terrones mullidos de hierba con olor a primavera recién regada.

       De pronto pareció que habías despertado de un sueño y la vida a empellones te sacó con prisas de aquel aparato, sin tiempo para mecerte en los recientes recuerdos y durante unos minutos todo pareció acelerarse ante tus ojos. Al fin llegaste a  ninguna parte, tus pies se detuvieron, el tiempo cesó y hasta el canto de los pájaros enmudeció. Fue, en ese momento, cuando te diste cuenta de que lo más maravilloso de todo ese viaje es que te habías acercado, sin darte cuenta, al centro de ti.

Larga espera

Larga espera

      Sí, llevaba aguardando mucho tiempo, apartando el visillo para observar tu llegada y esperándote mientras mi deseo creciente despertaba al máximo mi sensibilidad. He tenido tiempo en todos estos años de que esa coraza, que asfixiaba mi personalidad, se desprendiera y he perdido la ropa que me cubría quedando desnuda frente al mundo y delante de ti.

       Apareciste cuando menos lo esperaba y mucho más maravilloso de lo que nunca imaginé: tu pelo alborotado coronando un rostro impregnado de ardiente sosiego, tu cuerpo deseoso semejó un caramelo dulzón que no me aburría de paladear, tus caricias compitiendo en ternura y pasión me arrancaban los más sabrosas sensaciones. Pero lo más maravilloso fue dejarme conducir de tu mano por aquellos desconocidos laberintos y cerrar los ojos, olvidándome de todo lo demás y pensando que para llegar a esto, bien valió la pena tanto tiempo de espera tras esos visillos.

Echar de menos

Echar de menos

       Tras vanos esfuerzos de que tus caricias fueran respondidas, pusiste fin a tus intentos con aquel beso que recibiste...casi imperceptible, escrito trabajosamente en el aire, desnudo de pasión, de sentimientos invisibles...entonces...no pudiste dejar de echar de menos aquellos otros besos...encendidos en ternura, luminosos, que cada uno pedía otro y en que los labios se fusionaban como llamas encendidas. Fue cuando cerraste tus ojos y tus labios, y pudiste encontrar en tu saliva rastros de aquel inolvidable y maravilloso sabor, que aún tenías reciente.

Tardes de junio

Tardes de junio

Tardes de junio de color de melocotón, aromas a azahares tardíos y playas, aún, gratamente solitarias. Transición entre el recio frío y el calor sofocante, donde la prisa se detiene y prepara el ánimo para esa época venidera del solaz de los minutos lentos en que ni reloj hace falta, tal vez sólo el de arena en que la lenta caída de sus granos sirve de distracción para la vista. Luces que se alargan en el cielo, ahuyentando la noche hasta madrugadas imposibles. Trastoque de armario, acopio de libros. Y cuando los primeros lametones veraniegos entreveran sus caricias alrededor de mi cuerpo, yo, desnuda en esta tarde, mientras sueño, me dejo mecer, sin prisas, en los brazos amorosos de la siesta.

Suelta las manos...

Suelta las manos...

...déjalas libres, que vuelen rasgando el aire hasta llegar a mi cuerpo. Llevo mucho tiempo cerca de ti, pero hasta hoy no me he atrevido a hablarte tan claro. Deja de agarrarte esos dedos, como si su mutua cercanía, les diera seguridad. Abandona esos equivocados prejuicios, que te hacen permanecer estática y muévete con la sinuosidad de una sierpe. Que tus dedos construyan caricias sobre mi piel, que despierten en mi esas sensaciones soñadas y que te has resistido, hasta ahora, a hacerme vivir. ¡Hazlo por mí!

-¡Oiga! Es ya la hora de cerrar el museo.

    Este hombre no debe andar muy bien, lleva días acudiendo a esta sala y colocándose detrás de esa estatua. Y hoy me ha dado la impresión de que estaba hablando solo.

Un viejo amigo

Un viejo amigo

          Estaba tumbada mirando por la ventana con mirada soñadora, cuando una ráfaga de soledad aventó mi cuerpo y los poros de mi piel respondieron abriéndose e intentando captar las dulces y placenteras sensaciones cuya nostalgia me herían.

 

         Fue, entonces, cuando te vi. No estabas lejos de mí, es más, diría que estabas muy cercano, viejo amigo con esa imagen atractiva y estilizada que siempre te ha caracterizado. Nos conocíamos bien, desde hace tiempo y ya habíamos recorrido desde lindes escarpadas hasta autovías de seis carriles. Alargué mi brazo presta a sentirte y el contacto de tu superficie hizo que mis fluidos más internos revolotearan por mi interior.

 

         Cerré los ojos y aquella, ahora, presentida cercanía estilizó al máximo cada vello de mi piel. Ya te tenía a mi lado…insoportablemente próximo, hasta que llegó ese momento deseado en que tu puntita alborotó mi pezón, hinchándomelo y transformando su textura en la dureza del pedernal. Aquel mutuo frotamiento se me hizo irresistible. Algo similar debió ocurrirte a ti, porque empecé a sentir como tu puntita ardía y, finalmente, te derramabas a chorros sobre mi pecho y las sábanas.

 

         El resto de la tarde la pasé frotando…las sábanas para quitarle las manchas de tinta azul. Sólo a mí se me ocurre jugar con un bolígrafo azul estropeado.

Trazando

Trazando

Mi mirada, súbitamente, se sintió atraída por tu cuerpo desnudo y su mera contemplación excitó el fluido de mi interior. Me gustó esa imagen de desnudez total, desprovista de telas, a la vez plácida y con ese punto de salvajismo que le imprime esos pelos entrópicamente revueltos. Sentí deseos de acercarme a esa imagen, todo lo que pudiera para captar lo que de lúcida y sensual tiene y despertar mis instintos para gozar intensamente de ti.

 

Aterricé sobre el papel queriendo homenajearlo con el reflejo de tu piel trazada línea a línea, hasta ir desvelando tu imagen oculta en las entretelas del papel en blanco. Me deslicé con movimientos similares a las caricias, por toda la superficie celulósica, descubriendo y observando esos rincones ocultos que me brindabas con tanta dulzura. ¡Qué de líneas tuve realizar para oscurecer a tu informal cabellera! Mientras la horadaba podía hasta sentir el tacto intenso de tu nuca, más allá de aquella gustosa selva y disfrutar, a la vez, de la agitación al aire de tu melena de olas sin espuma.

 

Torneé los brazos,  con sinuoso cuidado, rayando con levedad esa trasera de los codos e imaginaría la tersura de esa suavidad única con aroma al almizcle que tiene la piel de los antebrazos. Esculpí esos dedos con esas formas caprichosas en que los has colocado para sostener tu cuerpo. Circulé por esa autopista sin obstáculos que es tu espalda que refleja mimosamente la luz y acaba de manera majestuosa en esas nalgas, perfectamente formadas, con sabrosas ondulaciones en las que me detuve saboreando y desarrollándolas con afecto. Me detuve en las plantas desnudas de tus pies lamiendo esos pequeños surcos de arrugas forzadas por la postura. Colocaría, entonces, tu cuerpo con ternura sobre ese envidiado colchón, haciendo que tu peso lo ahonde. Finalmente me alejaría del dibujo y sonreiría al ver el resultado final de tanto trazo, con la secreta esperanza de volver a disfrutar con tu cuerpo y de que ya que lo he dibujado por detrás, algún día pueda dibujarlo, también por delante.

 

(Monólogo de un boli negro. Que si el boli fuera blanco...no se vería nada).

Reflejada en el espejo

      Para quien tenga curiosidad, aquí está mi segunda colaboración de texto y dibujo en la revista digital generacion.net, un post reflexivo sobre la subjetividad y volubilidad de la autoestima.